Una vez, Wade Davis metió los pies en el Magdalena y sintió que no pisaba agua, sino voces. No era un río. Era un animal desmembrado que todavía canta. Un diccionario húmedo, de lomo largo y corriente herida, donde las palabras no están escritas, sino enterradas. En Magdalena. Historias de Colombia, Davis no narra: invoca. El libro entero es una expedición sin machete por una geografía rota que se resiste a ser borrada. El río como médula de un país que ha olvidado sus nervios.
Lo fascinante es que el río no habla desde la superficie. Habla desde el fondo. Sus historias no flotan, se hunden. Los peces se las comen y las devuelven en escamas. Las piedras las absorben y las liberan solo cuando alguien las toca con respeto. Así entendió Davis que la memoria de una nación no está únicamente en sus archivos ni en sus próceres, sino en el barro, en los tambores, en las cartas arrugadas que fluyen entre las ramas del agua. El Magdalena es testamento y profecía:
Leer es otra forma de sumergirse. Es quedarse quieto mientras el mundo se mueve. Es dejar que una página te salpique la cara. Por eso, desde la Biblioteca Digital de Comfama, proponemos seis libros que, como el Magdalena, no fluyen: chapolean.
Magdalena, de Wade Davis, porque a veces es el agua quien nos escribe. Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, donde los truenos tienen nombre propio y las montañas opinan. El velo que cubre la piedra, de Ignacio Piedrahita, donde mirar una piedra es oír una historia sin lengua. Tierra contrafuturo, de Luis Carlos Barragán, donde un meteorito cae sobre el Amazonas y abre portales que no llevan al espacio, sino a la memoria. Miradas latinoamericanas a los cuidados, de Karina Batthyány, donde cuidar es una forma de conspiración contra la indiferencia. Vertedero, de Oliver Franklin-Wallis, donde la basura nos devuelve el retrato más fiel de nuestras prioridades.
Este boletín es una invitación a leer como quien se asoma a un pozo: no para ver su reflejo, sino para escuchar lo que el eco aún no ha devuelto. Porque actuar por lo vivo también es dejarse leer por lo que vive.