"Todo cae, se esfuma, se despide / y yo mismo me estoy diciendo adiós / y por mí están doblando las campanas / y me vuelvo a mirar, me dejo solo, / abandonado en este cementerio. Allá mi corazón está enterrado / como una hazaña luminosa y pura", fragmento del poema Epístola mortal de Eduardo Carranza.
El poema de su padre, uno de los fundadores del grupo Piedra y Cielo que a principios del siglo XX defendía una poesía sentimental ligada al corazón más que al cerebro, yacía cerca de su lecho el día de su muerte.
María Mercedes Carranza, nació en Bogotá el 24 de mayo de 1945, luego de residir en Europa por el trabajo de su padre y estar rodeada de escritores, regresó a la capital colombiana en 1958. Su padre, su primera inspiración, la alentó a encontrar su propia voz. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes, fue directora de Vanguardia, página literaria del diario El siglo, codirigió la revista Estravagario del diario El Pueblo, fue jefe de redacción de la revista Nueva Frontera y estuvo a cargo de la sección de crítica literaria de la revista Semana.
En 1986 se inauguró La Casa de Poesía Silva, adquirida en 1983 por la Corporación La Candelaria bajo iniciativa de María Mercedes Carranza y su gerente para ese momento, Genoveva de Samper. Esta casa, ubicada en el barrio La Candelaria de Bogotá, fue la residencia de José Asunción Silva en sus últimos cinco años, uno de los poetas más importantes dentro del modernismo latinoamericano; allí, en 1896, se disparó en el corazón y acabó con su propia vida.
El objetivo de La Casa ha sido promover y difundir la poesía del país. Cuenta con una biblioteca y una fonoteca especializadas en poesía, un auditorio, una librería y múltiples talleres de creación poética. Desde la apertura y hasta el día de su muerte, María Mercedes fue la directora de este espacio, en el que gestionó eventos masivos para fomentar la aparición de la poesía en la agenda cultural del país. Incluso, dos meses antes de su muerte, en mayo de 2003, la escritora convocó a un festival de poesía en Colombia bajo la premisa de "Dejemos descansar a la guerra", el cual recibió más de 30 mil poemas que se pronunciaban ante un país que anhelaba la paz.
Y es que a María Mercedes siempre le preocupó, y sobre todo le dolió, la situación del país. Apoyó la campaña a la presidencia de Luis Carlos Galán por medio del movimiento Nuevo Liberalismo y fue testigo de la violencia sin sentido que desencadenó en el país el asesinato de su amigo cercano. Además participó de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 representando al movimiento Alianza Democrática M-19 y batalló hasta su último momento por la liberación de su hermano Ramiro Carranza, secuestrado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Su obra, dividida en cinco libros de poemas, Vainas y otros poemas (1972), Tengo miedo (1983), Hola, Soledad (1987), Maneras de desamor (1993) y El canto de las moscas (1997), le sirvió para expresar sus preocupaciones, sufrimientos y reflexiones más profundas sobre la violencia, el miedo, el desamor, la soledad y la poesía misma. Su último libro presenta, en veinticuatro cantos brevísimos, la geografía y la narrativa de la tragedia que han sufrido numerosos pueblos y ciudades de Colombia. "Canto 18 / Paujil / Estallan las flores sobre / la tierra / de Paujil. En las corolas / aparecen las bocas / de los muertos".

*Portada del título 133 de Palabras Rodantes.
El jueves 10 de julio de 2003, María Mercedes llegó a su apartamento en Bogotá, llamó a Melibea, su única hija, se recostó y se tomó una cantidad alarmante de tranquilizantes. Ese día, a sus 58 años, decidió cerrar las llagas de su corazón y terminar con su vida y su obra, así como otros antes de ella lo habían hecho. "Le bastó la dosis exacta de alcohol para morir como mueren los grandes: por un sueño que solo ellos se atreven a soñar", fragmento de Una rosa para Dylan Thomas de Espejos y retratos de María Mercedes Carranza.
Cinco poemas de María Mercedes Carranza
Aquí entre nos
Un día escribiré mis memorias, ¿quién
que se irrespete no lo hace? Y
allí estará todo. Estará el esmalte
de las uñas revuelto
con Pavese y Pavese con las agujas y
una que otra cuenta de mercado. Donde
debieran estar los pensamientos
sublimes pintaré
tus labios a punto de decirme
buenos días todos los días. Donde
haya que anotar lo más importante
recordaré un almuerzo
cualquiera llegando al corazón
de una alcachofa, hoja por hoja.
Y de resto,
llenaré las páginas que me falten
con esa memoria que me espera entre cirios,
muchas flores y descanse en paz.
Ahí te quiero ver
Es así, en la aventura de la sopa
y un poco más o un poco menos
donde todos los días te le mides a la muerte.
Que se muera el vecino es lógico;
tras algunas lágrimas es también natural
que se muera aquella amiga
y uno por uno todos los que están contigo.
Pero ¿cómo entender que el más allá es
también para ti estando tan acá?
Al llegar aquí dejas de comprenderlo todo,
tanto que el misterio de la santísima
trinidad es un chiste; una especie
de pared negra y neblinosa, para más
exactitud, te golpea en la frente y no
te deja pasar; buscas salidas como en
los sueños, atrabiliarias, tropezadas
y tan en duermevela. Finalmente
lo dejas para otro día.
Jugando a las escondidas
Al comienzo la llorarán mucho.
Habrá novena, misas cantadas
con diáconos y cuatro curas.
El luto adornará a los parientes
que entre lágrimas verán su vida como una hazaña.
Será gran señora, incomparable esposa,
dilecta amiga, pozo de gracia,
de virtudes y dones.
El vacío que dejará en la sociedad
no podrá llenarse aunque lo intenten.
Se conservarán igual que reliquias
cadejos de pelo.
Y hasta habrá manos
que echen de menos otras manos.
Con los años será la abuela
que hay que pasar a un osario
y luego la foto en cualquier rincón de la casa
que nadie sino de lejos sabe
a quien retrata. Finalmente nada.
Patas arriba con la vida
Moriré mortal,
es decir habiendo pasado
por este mundo
sin romperlo ni mancharlo.
No inventé ningún vicio,
pero gocé de todas las virtudes:
arrendé mi alma
a la hipocresía: he traficado
con las palabras,
con los gestos, con el silencio;
cedí a la mentira:
he esperado la esperanza,
he amado el amor,
y hasta algún día pronuncié
la palabra Patria;
acepté el engaño:
he sido madre, ciudadana,
hija de familia, amiga,
compañera, amante.
Creí en la verdad:
dos y dos son cuatro,
María Mercedes debe nacer,
crecer, reproducirse y morir
y en esas estoy.
Soy un dechado del siglo xx.
Y cuando el miedo llega
me voy a ver televisión
para dialogar con mis mentiras.
La patria
Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silva a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina,
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.
"El amor, la vida, nuestros pueblos, Bogotá, el desamor, las palabras, odas y canciones se unen en este libro para regalarle lo mejor de la poesía de María Mercedes Carranza", continúa Claudia. Revive aquí la conversación de la presentación del libro: