¿A qué suena Medellín?

Medellín
¿A qué suena Medellín?

Tengo el sentido del oído conectado a mi memoria. Este me hace viajar al pasado, me transporta a lugares habitados y me permite recordar a mis personas amadas. Puedo decir que a mi abuelo lo recuerdo a través de las canciones de Helenita Vargas, las que cantábamos todos los días en su carro camino a casa; también recuerdo el tono de su voz que, aunque no podré volver a escucharlo, lo reproduzco una y otra vez en mi cabeza.  

Es como si mi cerebro almacenara los sucesos por medio de los sonidos, siendo mis oídos las puertas al pasado, un pasado que construyo a diario con una sonoridad que, para mí, no pasa inadvertida. 

Mi infancia se escucha como el pregonero que pasaba todos los sábados por la casa de mis abuelos vendiendo fresas. También recuerdo el sonido de mi colegio, el de esa campana que golpeaban tres veces al finalizar cada jornada. La voz de mi mejor amiga cantando en el festival de la canción. El rebote de todos esos balones cuando iba a mis entrenamientos de voleibol en el estadio. Los boleros que escuchaba de vez en cuando en el Coonatra y el murmullo ininteligible cuando habitaba las calles del centro.  

Detengámonos y escuchemos

Me pregunto ¿cómo se escucha mi casa? El lugar en el que vivo a diario, el que quizá no hago tan consciente porque lo convertí en paisaje, porque la mayoría del tiempo lo habito por inercia. A veces siento que Medellín es un solo ruido, un caos almacenado en mi cabeza. Sin embargo, voy a hacer un ejercicio, la voy a escuchar.  

Sé que en la avenida Oriental suenan los loros, recuerdo su impresionante parloteo a las cinco de la tarde en aquella marcha del plebiscito en 2016. Desde ese día, siempre que paso por allí, los espero cantar. A pesar de que esta es una de las calles más ruidosas de Medellín, los buses, los pitos y los gritos pasan a un segundo plano. Para mí, la avenida Oriental suena a la fuerza de las aves. 

Avenida Oriental, Medellín...

También puedo decir que el sonido del metro me transporta a ese amanecer a las cinco y cuarenta de la mañana, cuando el sol se asomaba y golpeaba mi cara, camino a clase de seis en la Universidad de Antioquia. Además, me recuerda a los tumultos a las cinco de la tarde, al cansancio y al peso de todo un día empacado en un morral.  

Recorrido Metro de Medellín...

Sin embargo, ya mis mañanas no suenan como el metro, ahora me detengo y escucho. La madrugada es uno de los momentos del día que más disfruto. Medellín es otra, de lunes a viernes, camino al gimnasio a las cinco y media de la mañana, la oigo despertar o eso pienso, quiere creer que durmió. Puedo escuchar con claridad el crujir de las hojas secas y el canto de los pájaros; los sonidos de esa hora son cálidos, detallistas y perfectos.  

Sonido amanecer en Medellín...

El resto de mi día trabajo desde casa. Con la pandemia siento que mis oídos se agudizaron y, aunque la mayoría del tiempo deseo silencio para poder concentrarme, este es un anhelo que pocas veces se cumple a lo largo de la jornada. El teletrabajo suena al pregón de la mazamorra, de los electrodomésticos, la chatarra, las verduras y a la voz de algunos cantantes foráneos que de vez en cuando pasan por acá.  

Así suena el teletrabajo...

El pregón ya no pertenece únicamente al centro. Todo parece haberse trastocado, sus anuncios, su música callejera, sus gritos y sus conversaciones ininteligibles. Aunque los sonidos de Medellín sean diferentes, se intensifiquen o cambien de lugar, siempre habrá una oportunidad de recordarla y recorrerla a través de la escucha.  

Siempre será posible identificar nuestro hogar, nuestra ciudad. Viajar al pasado a través de sus manifestaciones sonoras. Recordar sucesos, caminos, personas, lugares y amores de este valle.