¿Quién creó al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién dio forma al saltamontes?
En la vida siempre hay una primera vez de algo; ver una estrella fugaz surcar el cielo, posar la vista en la inmensidad del mar desde la orilla, recibir un beso, caer de una bicicleta o escuchar un poema sorprendente. Estos son apenas unos ejemplos de una lista infinita de primeras veces. Un lunes por la tarde fue la primera vez que Yeiner López asistió al grupo de la Biblioteca Claustro que se reúne cada semana para leer poemas en voz alta a la luz de una vela. Yeiner recuerda que estaba leyendo un libro de Fisioterapia en la sala de estudio cuando se acercó el promotor de lectura.
—Buenas tardes —dijo el funcionario, quien llevaba un velón apagado en las manos—, quiero invitarte a una actividad que tendremos en cinco minutos.
"¿Escuchar poemas a la luz de una vela? ¿Por qué no?" Pensó Yeiner. Asintió mientras observaba cómo algunas personas se iban sentando en circulo alrededor de una mesa que ahora tenía el velón en el centro. Ya fuera por curiosidad o porque todavía tenía tiempo de sobra mientras llegaba su novia, se animó a sentarse en la reunión.
Me refiero a este saltamontes,
el que acaba de saltar en la hierba,
el que ahora come azúcar de mi mano,
el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo,
el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Yeiner es alto y delgado. Tiene ojos oscuros y una mirada que observa con cuidado las cosas del mundo. Una mirada atenta y presente. Cuando tomó asiento, cruzó las piernas y se dispuso a observar y a escuchar. El promotor de lectura encendió la vela, mientras pronunciaba en voz alta un poema:
Instrucciones para vivir una vida: Prestar atención
Rendirse al asombro
Contarlo.

Fue breve. El funcionario dijo que era un poema de una poeta estadounidense llamada Mary Oliver. Para todos los presentes era la primera vez que escuchaban ese nombre. Ese día, Yeiner se enteró de que a Mary le gustaba caminar sola en los bosques, que de vez en cuando se detenía a abrazarlos, que prefería madrugar para escribir los primeros versos, ya que, según ella, a los poemas había que dedicarles las mejores horas del día.
Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Era la primera vez también que Yeiner escuchaba los poemas más cercanos, semejantes a un apretón cálido de manos, una sonrisa amable por parte de un desconocido. Yeiner había creído que la naturaleza de un poema era necesariamente ser complejo o hermético, como solía decir. Pero estos eran distintos.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierba,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que llevo haciendo todo el día.
Lo que más le gusta a Yeiner de asistir a Poemas a la luz de una vela es sencillamente la posibilidad de leer poemas y compartir las impresiones o sensaciones que van dejando los versos. En ese encuentro de cada lunes al atardecer, los poemas se leen una o dos veces. El promotor de lectura dice que un poema es semejante a una copa de vino, y es mejor tomarla a sorbos, mientras cada uno de los asistentes empiezan a embriagarse de asombro y comparten anécdotas cotidianas a la luz de un poema. Yeiner se sienta, escucha y observa, buscando la delicadeza necesaria para beberse los versos.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?
Mary Oliver