Palabras criollas

Sirirí: ¡Estese quieta!

"Mi atención dispersa, mi hiperactividad, mi ser sirirí, como lo quieran llamar, me ha permitido tener la capacidad de hacer muchas cosas al mismo tiempo".

Sirirí   Margarita Zuluaga   Palabras criollas
Sirirí: ¡Estese quieta!
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Lo primero que me gusta de la palabra "sirirí" es su sonoridad. Lo segundo, que es un pájaro que vive en movimiento. Y lo tercero, que mi abuela siempre me decía así: "qué vamos a hacer con este sirirí", eran sus palabras cuando yo regresaba a casa después de haber visitado a todas mis tías y vecinas y de haber brinconeado todo el día en la calle. Se demoraron hasta que cumplí doce años para comprarme una bicicleta que porque si me la compraban antes ahí sí que no me volvían a ver.

Aunque toda esa energía que tenía no me servía solo para callejear, me gustaba mucho colaborar con el destino de la casa, hacía oficio parejo; era la de los mandados y acompañaba a los tíos y a las tías a hacer vueltas. Incluso a veces me daba por arreglar la casa de noche y no dejaba descansar a nadie. 

La abuela fue quien me enseñó a coser, me mostró cómo enhebrar la aguja y cómo hacer el nudo. Y en ese proceso, si me ponía muy inquieta, salía de su boca de tanto en tanto, casi como un suspiro: "ay, este sirirí". Mi abuela era una mujer muy fuerte, tapizaba muebles y hacía trapeadoras. Además, se ocupaba de la mayoría de las cosas en la casa. Enviudó muy joven, así que desde muy temprano se acostumbró a llevar una gran carga. Siempre estaba en movimiento, a lo mejor de ella fue que aprendí a no quedarme quieta. Lástima que me tocó muy poquito de ella porque murió cuando yo tenía 10 años, pero con lo que compartimos me bastó para quedar marcada por su ser.

Yo era inquieta, pero no era necia, por el contrario, sapiaba a los que hacían maldades. En el colegio, mi hiperactividad, mi gusto por moverme, no me trajo problemas porque al mismo tiempo era introvertida. Aún así, llegué a ser personera. Hice muchas cosas en ese cargo a pesar de estudiar en una institución de monjas. Casi hago echar a una profesora por mala, organicé una reunión con todos los personeros de la Estrella para que se vincularan más con los problemas de la comunidad, llevé una emisora al colegio y activé el reciclaje en cada salón. Entonces descubrí que lo de sirirí me servía para ayudar a las personas.

Empecé mi vida laboral como portera en el Eslabón Prendido, un bar de salsa pesada en Medellín. Allí me tocó ver de todo, que no me da el espacio que tengo aquí para contar. Un tiempo después, me recomendaron para trabajar en El Guanábano. En este bar bohemio, de género indefinido, inmediatamente me sentí a gusto gracias a la familiaridad, el cuidado y todo lo que me empezaron a enseñar. Hasta aprendí a hacer margaritas. Me gustó tanto el asunto que me puse a estudiar e hice dos técnicas.

Cuando llegué al Guanábano estaba endeudado, entonces me eché ese proyecto al hombro. Eso decían que yo era la dueña, me apropié de ese espacio porque, si me dan libertad, me tomo todo muy en serio. Como buena sirirí empecé a trabajar sin descanso, hacía aseo, atendía, abría y cerraba el bar, la misma dinámica de lunes a lunes. Pero, como era de esperarse, rápido me quemé y le renuncié a la Mona, la dueña del negocio. Me fui y duré como dos años haciendo otras cosas. Pero regresé y me quedé alrededor de quince años más.

Durante ese tiempo, descubrí que elegí una profesión muy adecuada para mi forma de ser. Mi atención dispersa, mi hiperactividad, mi ser sirirí, como lo quieran llamar, me ha permitido tener la capacidad de hacer muchas cosas al mismo tiempo, de saber qué necesitan en todas las mesas —excepto las de las personas que me caen mal, aunque no son muchas—. De hecho, me alcanza para cuidar a mis clientes —que casi siempre se vuelven mis amigos—: estoy pendiente de que no vayan a botar la billetera o el celular, de que tengan bien cerrado el bolso y se vayan con todo lo que llegaron. Incluso, si están tomando mucho, les dejo de vender trago y les empiezo a dar tinto. Como un sirirí cuido de los míos.