Un puñado de cartas para Juan Forn

Ahora que has dejado de mirarme

Juan Forn para carta Jacobo Cardona
Ahora que has dejado de mirarme

Yo no creo en los muertos. Es decir, no creo en el alma. Un muerto es una desaparición, y ya está, es el vacío real, ese que tratamos de ocultar bajo una pila de horarios, de citas impostergables. Hace exactamente cinco días desapareciste, te dio un ataque cardiaco, algo que uno nunca esperaría que te pasara a vos, el de los perfiles extraordinarios de Los viernes. Yo te hacía perdiéndote en el Ártico o metido para siempre al fondo en una sastrería para mariachis.

El punto es que tu muerte me recordó al instante un cuento tuyo, el más famoso, que yo había leído hacía ya mucho y que hablaba de un padre muerto que, inesperadamente, visita a su hijo. Tardé un poco en encontrarlo, cosa que me sorprendió, pues es de salvajes olvidar un título tan hermoso: Nadar de noche. Lo leí de nuevo y, tal como supuse, me hizo llorar. No fue la belleza del relato, pues, aunque yo soy muy sensible, normalmente solo lloro por dinero. Fue el hecho de que mi papá también está muerto. Desapareció hace dos meses y durante todo este tiempo no he hecho otra cosa que preguntarme en qué tipo de hombre me convertiré al no tenerlo de testigo del resto mi vida. En el cuento, el padre regresa y quiere enterarse de las últimas novedades, cosa que inquieta al hijo, pues él creía que en el lugar donde se encontraba (¿el cielo?) nada pasaba desapercibido. Si supieras la cantidad de cosas que hice en estos años para vos, pensando que me estabas mirando, le dice.

En mi caso, Juan, sin mi viejo, ya no tengo nada qué mostrar. Yo también escribo libros y con modestia y enorme satisfacción de mi pequeñísimo lugar en el universo reconozco que estoy a años luz de cualquier cosa que hayás escrito vos alguna vez. Sos Alfa Centauri. Nunca estaré medianamente cerca, sin embargo, nada me hacía tan feliz como enseñarle a papá cualquier cosa mía publicada por ahí. Yo escribo, escribía, para mostrarle. Tal vez él hubiese preferido verme en televisión o escucharme en la radio, pero su orgullo al ver mi nombre impreso lo volvía un ser imbatible. Era un tipo de vieja escuela que todavía se impresionaba por esas cosas.

Mi mayor felicidad era convertir a papá en un hombre al que nadie podía derribar. ¿Ahora qué hago, Juan? Hace dos años estuviste en la Fiesta del Libro y uno de mis mejores amigos te regaló Medellín City Punk. Yo sospechaba que nunca lo leerías o, si lo hacías, no le encontrarías la gracia. Amé la foto en la que posás sonriente con aquel libro, como si realmente te importara, como si leerlo fuera la primera cosa que harías al llegar al hotel.  Aun así, aquel delirio no se comparó con el momento en que mi viejo, tanguero de cantina y vinilo, pasó su mirada complacida por los versos amarillentos de calle, esas estrofas punkis, sin llegar a comprender, pero comprendiéndolo todo. 

¿Y ahora qué?, ¿cómo hago? Mi papá ya no está y yo no creo en los muertos. Me he quedado sin las palabras.

Sin embargo, te escribo, Juan. 

Por: Jacobo Cardona Echeverri

  • Antropólogo y escritor