Luis Alberto Arango, el librero que escucha la música de las palabras

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Luis Alberto Arango, el librero que escucha la música de las palabras

Las historias están en todas partes, aparecen luego de una mirada atenta, detrás de un nombre, escondidas en una calle, atrapadas en un atardecer o, incluso, esperan por nosotros en el mostrador de una librería. Palinuro es una librería cargada de historias. Sus paredes narran el encuentro de cuatro amigos que hace dieciocho años decidieron juntarse para fundar una casa para los libros leídos en el Centro de Medellín, en la carrera Córdoba, entre Perú y Caracas. Este refugio para las lecturas, luego de múltiples crisis y dificultades para sostenerse, funciona ahora desde el sector Estadio. 

Existen otras historias que son las de los libros que reposan en sus estanterías. Cada de uno de ellos posee un pasado misterioso que se ha tejido con las manos de todos sus lectores anteriores. Esperan allí, en Palinuro, por nuevas manos, por una nueva historia, dentro de ese ritual inexplicable que une a un libro con su lector. ¿A qué escapada de fin de semana viajarán los cuentos de Julio Cortázar? ¿En qué cajón esperará Henry Miller a su lector nocturno? 

Sin embargo, en esta librería, hay otra historia fascinante. Luis Alberto Arango es el librero que le ha puesto el rostro a esta casa para la literatura. Como administrador de empresas, sus amigos, Elkin Obregón, Sergio Valencia y Héctor Abad Faciolince, lo convencieron de que fuera él quien administrara Palinuro. “Yo había hecho trabajos administrativos de todo tipo, para ese momento trabajaba en marketing. Ninguno era librero, no existía esa profesión, y yo dije que yo aprendía. Mi pasión eran los libros, me eran familiares, eran mis amigos, y empecé aquí hasta enamorarme de este oficio”. 

Los libros han estado presentes en la vida de Luis Alberto desde la infancia; los veía en la biblioteca de su padre o en la mesa de noche de su madre. Pero fue en la adolescencia, con un grupo de amigos lectores, donde este mundo lo atrapó para siempre. “Yo soy un lector tardío, yo primero jugué todo lo que quise y a los trece me deslumbró el mundo de los libros. No era que yo dormía con un libro debajo de la almohada, yo estaba más dedicado al juego, pero cuando entré a ese mundo, entré ahí para quedarme”. 

Desde esa época de su vida han pasado por sus manos todo tipo de lecturas. Unas las devora en una sola sentada, algunas las medita por partes durante varios días, otras las relee cada cierto tiempo, en la búsqueda constante por dejarse atrapar por la música de las palabras. Luis Alberto define su profesión de la siguiente manera: “El librero es un acólito que le ayuda al lector, así como el acólito le ayuda al cura en la misa”. 

Cuando habla de su librería, recuerda que “nunca fue creada con un objetivo comercial, de hacer dinero, sino que todo lo que se ha hecho y se hace aquí es por amor a los libros, por lo que siempre procuramos que haya calidad en los materiales y que la atención sea óptima, de modo que le ayude al lector a encontrarse con sus libros”.  

Palinuro se ha ganado el afecto de la ciudad, su trayectoria y su trabajo constante y cariñoso la han posicionado dentro de los lectores y hoy no es solo un lugar para comprar libros, sino que se ha convertido en un punto de encuentro. “Las personas se citan, se toman un café y conversan de todo, inclusive de literatura (risas)”.  

Test de Proust para libreros y libreras

¿De las virtudes de los libros cuál es tu favorita? 

Para mí las virtudes esenciales de los libros son conocimiento, diversión y compañía. Si me tocara elegir una, me quedo con la compañía. Un libro ante todo es compañía, es un amigo.  

¿Qué cualidades deseas aprender de los libros?  

La paciencia, eso aprendería de los libros. Un libro es un ente paciente que está ahí esperándote a que tú lo elijas o no; puede esperar una semana o dos mil años.   

¿Cuáles libros recomiendas siempre a tus amigos? 

Mis amigos son aquellas personas con las que yo tengo empatía, cuando yo les recomiendo algo me siento como un transmisor de un secreto a voces. Yo no les recomiendo un libro específicamente, sino que les recomiendo todo lo que me gusta, tanto libros del presente como del pasado. 

¿Qué sería imperdonable hacer con un libro?  

Lo imperdonable sería subestimarlo. Una de las reglas de la librería Palinuro es no subestimar ningún libro. 

¿Por qué la ocupación de librero es la mejor del mundo? 

Porque un libro recomendado a tiempo puede salvar vidas, parece una exageración, pero no lo es. Esta profesión es como la tabla de un náufrago, puede salvar vidas. 

¿Como lector cuál es su sueño de felicidad? 

Como lector, mi sensación de felicidad es la buena escritura, por encima de todo, no importa qué tema tenga entre manos, pero que ese texto que esté leyendo tenga música. Eso lo sentí desde que empecé a leer. 

¿Cuál sería su mayor infortunio? 

Lo contrario, la fea escritura, la escritura descuidada, sin música, sin gusto, sin clase. Recuerdo cuando leí Cosmos de Carl Sagan; es un libro poético, hay música en sus palabras para verter toda esa astrofísica que él sabía. 

¿Cuál personaje de un libro le gustaría ser? 

Yo no recuerdo nunca haber dicho “qué bueno ser...”, pero si me obligo a pensar tal vez me hubiera gustado ser ese niño de Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio. Cuando lo leí me encariñé con ese personaje, con su curiosidad. 

También me gustaría haber sido el heterónimo de Fernando Pessoa que se llama Alberto Caeiro, ese escéptico impersonal, observador, que tiene una mirada plana pero profunda, que va por la vida mirando, que no tiene ninguna pretensión, que no se compromete con nada pero que relata con una belleza y con un cuidado todo lo que ve. 

¿Cómo fue el primer encuentro con un libro que lo atrapó para siempre como lector? 

Hubo varios libros que me atraparon. Uno fue Los hermanos Karamazov. Recuerdo que un amigo, de esos amigos de la barra de la adolescencia, que era el mejor lector, nos citaba en una esquina del barrio y nos contaba un capítulo de esa novela cada noche. Ahí yo empecé a sentir que leer era como bueno. 

Después, en mi casa, estaba la biblioteca de mi papá. Había dos grandes vitrinas, una con llave y la otra libre. Yo veía en la vitrina con llave un libro que se llamaba El cinturón de castidad de Pitigrilli, imagínese eso para un niño de catorce años (risas). Resulta que me conseguí la llave y lo empecé a leer a escondidas, no era un libro erótico, era un libro de cuentos con una picardía y un doble sentido muy bien trabajado. El libro estaba en mi mesa de noche y un día mi papá lo vio y dijo: “¿Quién está leyendo novelones en esta casa?” y yo le respondí: “Este libro está firmado por vos” y no dijo ni mú, me miró y siguió caminando. Yo entendí, con esa respuesta, que podía leer lo que quisiera. 

Luego llegó a la barra de amigos Lolita, la primera edición, ahí si ya me perdieron para el mundo, quedé perdido en esa novela (risas). Era más o menos el año 67 e hicimos fila para prestar esa primera edición; cuando llegó mi turno me dijeron: “Tiene tres días para leer el libro porque hay cinco turnos más”, me empijamaba a las siete para ponerme a leer toda la noche porque tenía que entregar Lolita en tres días.

¿Su descubrimiento literario más reciente? 

Irene Vallejo con El infinito en un junco. Me tiene enamorado, lo estamos leyendo en grupo, leemos todos los sábados y ahí vamos. 

El descubrimiento que no lo deja de sorprender 

Roberto Juarroz, el poeta argentino. Yo siempre trato de leer mucha poesía, para mí es la mamá de la literatura, y este señor me tiene completamente jodido (risas), en términos productivos. Me tiene asombrado por lo inasible. Hay poemas que tengo que leer diez veces, no me da pena decirlo, pero quiero trabajarlo a ver si logro obtener lo que dice su prologuista: la emoción del pensamiento. Yo jamás leo libros de poesía de corrido, eso me parece hasta mañé, me leo dos o tres poemas por día, pero a este poeta hay que degustarlo, hay que rumiarlo, cada verso es una reflexión.

¿Qué libro le regalaría a alguien que va a recibir su primer libro? 

Creo que puede ser interesante un buen libro de cuentos que funcione como sebo, que sea de varios autores para acercarse a diversos estilos o de un solo autor, anónimo como en Las mil y una noches o los cuentos de Horacio Quiroga, por ejemplo. También podría ser un buen libro de poemas; aunque la poesía es muy esquiva, la mitad de la población mundial no lee poesía, un buen libro de poemas te puede enamorar de la lectura. Incluso Fernando del Paso tiene un libro de poemas para niños. 

¿Con qué autor o autora le gustaría sentarse a tomar un café y qué sería lo primero que le preguntaría? 

Decidí, en una junta directiva que tuve conmigo mismo (risas), que me sentaría a conversar con Albert Camus porque El extranjero también me jodió la vida. Le preguntaría cómo se le ocurrió y por qué creó a Meursault, a ese personaje que hace hincapié en la libertad del hombre, en la consciencia. Para mí ese libro es la expresión del existencialismo.

¿Cuál es la biblioteca o librería que lo dejó descrestado y a la que siempre le gustaría volver?

Tuve la fortuna en el 2010 de ir a Buenos Aires y la librería que me dejó deslumbrado fue El Ateneo, por su ambiente, por su inmensidad y por el gusto con que manejan los materiales y las exposiciones. Fui dos o tres veces y me gustaría volver allá. 

Por: Jineth Escobar