Josefina Aguilar: “Solferino es el color de las nubes en algunos atardeceres”

Cabecera Josefina Aguilar
Josefina Aguilar: “Solferino es el color de las nubes en algunos atardeceres”

*Fotografía de Camilo Suárez.

Hernán Aguilar tenía una memoria excepcional. Un día sobrevino la angustia porque empezó a detectar fallas en su capacidad de retenerlo y recordarlo todo. Su hija, Josefina Aguilar Ríos, decidió acompañarlo al neurólogo y empezó un ir y venir del hospital para llevar a cabo numerosos análisis. “Cuando le pidieron que restara de nueve en nueve empezando en cien, se le complicó la existencia; luego le pidieron que en 30 segundos dijera el mayor número de palabras con p que recordara y recordó mucho, la última fue pusilánime y a mí me sorprendió que estuviera en su vocabulario. Mi papá era un gran lector, pero sin ninguna formación académica, era un campesino. La prueba final de ese día fue dibujar una hora en un papel y no logró hacerlo”, confiesa Josefina.

Ese día el neurólogo sospechó que algo andaba mal y luego de más pruebas emitió por fin un diagnóstico en 2015: “enfermedad de Alzheimer de comienzo tardío”. El resultado lo recibió su hermana que no tardó en llamarla para ponerla al tanto: “De ahí en adelante vino lo que siempre viene con una enfermedad de este tipo: medicamentos, terapia ocupacional, deterioro cognitivo...”, continúa Josefina.

Para ese momento ya era socióloga y comunicadora social de la Universidad de Antioquia y había trabajado como escritora y editora para diversas publicaciones. En la búsqueda por otros estudios, decidió presentarse a una maestría en el exterior para la que necesitaba un puntaje de 80 en el examen TOEFL, una prueba que mide las cuatro habilidades en el idioma inglés. Su puntaje fue de 78. Esta incertidumbre coincidió con la apertura de la maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Eafit, en Medellín, y resolvió matricularse para la segunda cohorte con el propósito de estar cerca de su padre y de su familia en medio de la naciente enfermedad.

La maestría exigía un proyecto de escritura y Josefina ya tenía en mente, y apenas esbozada en una hoja de Word, la historia que venía persiguiéndola desde hacía años: la de su propio padre. Hernán Aguilar, un campesino de Anorí, Antioquia, sostuvo correspondencia durante más de cuarenta años con el chileno Luis Valdés Quevedo, a quien nunca conoció en persona. La escritora conocía esta correspondencia pues el algunas ocasiones era una tradición familiar leer en voz alta la misiva que llegaba desde Chile, pero el interés empezó a crecer por el afán de su padre por conocer los detalles de la vida y de la muerte de su amigo, de quien dejó de recibir cartas en el 2000.

“Nadie recuerda la fecha exacta, pero saben que la primera carta llegó un sábado”, Solferino (2021). 

Josefina, en el intento de recuperar y conservar la memoria de su padre antes de que fuera desdibujada completamente por el olvido, se embarca en una misión casi imposible: contactar y conocer a los familiares de Luis, de quien ella y su familia sabían muy poco. Todo este proceso de investigación del rastro del remitente chileno, de recuperación de las cartas, de búsqueda en los libros de historia, de comprensión sobre lo que le estaba sucediendo a su padre, desemboca en su primera novela: Solferino.

Producto del ojo agudo del periodismo y del proceso íntimo de su pluma literaria, surge esta novela con la que logra graduarse de la maestría, ganarse la convocatoria de Fomento y Estímulos para el Arte y la Cultura de la Alcaldía de Medellín y hacerle un homenaje a su padre, quien fallece el 23 de septiembre de 2020 a causa de la enfermedad. En ella aparece la vida de los dos personajes, las realidades complejas de ambos países con sucesos como la migración del campo a la ciudad, la presencia del ELN en el territorio antioqueño, el narcotráfico, el golpe militar en Chile, la caída de Salvador Allende y el ascenso de Pinochet y una amistad que lucha contra el olvido, la vejez y la muerte.

“La finca se llama El Solferino, la novela ‘Solferino’, en alusión a la finca, pero también al color de los atardeceres porque solferino también es un color”, dice Josefina mientras recuerda la casa amplia construida en madera por su propio padre, de piso de tierra y techo de paja, en la que vivió hasta diciembre de 1981, hasta sus cinco años, luego de que sus padres decidieran mudarse a Medellín.

Una finca ubicada en Anorí, Antioquia, en la que su madre les enseñó, a ella y a su hermana, a leer, escribir y sumar y en la que descubrió el poder de las letras puestas sobre una hoja de papel: “En esa finca no había electricidad, ni teléfono, entonces la única manera de comunicarse con Medellín era por cartas. Crecí viendo a mis papás escribir cartas para sus hermanos, para mis abuelas”. Desde entonces escribe cartas para sus familiares y amigos, artículos, novelas, cuentos, poemas y reseñas que han aparecido en medios como El Colombiano y El Mundo.

Josefina Aguilar lee fragmentos de sus obras favoritas

Título

Acciones