Han Kang, al obtener el Premio Nobel de Literatura, se acaba de convertir en la primera persona de su país y en la primera mujer asiática en recibir este galardón. Esta escritora nació en 1970 en Gwangju, una de las seis ciudades metropolitanas de Corea del Sur. Hasta la fecha, ha publicado ocho novelas, varios relatos cortos, un libro de poesía y dos de ensayos. De esta obra, se encuentran traducidos al español las novelas La vegetariana (2012); Actos humanos (2018) Blanco (2020) y La clase de griego (2023). La editorial Random House anunció que en diciembre del 2024 estará disponible su último libro Imposible decir adiós.
Cuando era niña, dado que su padre era novelista y no ganaba mucho dinero, Han Kang tenía que mudarse constantemente. Por aquella situación, no solían tener muchos muebles en casa, acción que se contradecía con el hecho de que los padres siempre estaban consiguiendo nuevos libros. Se amontonaban donde fuera que llegaran a residir. La pequeña Han los percibía como criaturas en expansión. Aunque tuvo que asistir a cinco escuelas distintas antes de cumplir once años, nunca se sintió vulnerable porque los libros la hacían sentir protegida.
Empezó a escribir sin pretensiones de seguir una carrera literaria. Escribía ideas y listas de palabras en lo que tuviera a la mano, hasta que decidió iniciar un diario. No depositaba allí todos los días sus pensamientos, pero desde entonces adquirió el hábito de hacerlo con cierta regularidad. Incursionó por primera vez en la ficción cuando tenía 19 años. Se inició con historias cortas. Luego, le vinieron los poemas. Y es preciso decir que “le vinieron” porque para Kang los poemas son los que deciden llegar a ella, a diferencia de la ficción que es principalmente un ejercicio de invención.
Después de graduarse de la universidad, siguió alimentando el oficio de la escritura desempeñándose como periodista y editora. Tres años de trabajo le tomaría completar su primera novela. Aquel libro aún no ha sido vertido a nuestro idioma, pero la traducción literal de su título sería Amor en Yeosu. En esta obra autobiográfica la escritora inaugura lo que será el tema principal de todos sus libros posteriores: la pregunta por el significado de ser humano.
Así como con la poesía, Kang experimenta la sensación de ser visitada por las preguntas. La poesía y las preguntas la han dotado de un ángulo singular para observar el comportamiento de los seres humanos. En especial, desde muy temprano en su vida, la ha inquietado los horrores que podemos provocar. Cuando era niña le resultaba difícil pensar que ella hiciera parte de esa especie tan contradictoria. Kang usa la escritura para ir a lo profundo de sí misma y así tratar de desentrañar algo de todos nosotros.
La obra de Han Kang se caracteriza por la exploración de los traumas individuales y colectivos. En novelas como La vegetariana y La clase de griego, la autora construye escenarios donde lo onírico se confunde con la realidad y lo grotesco se entrelaza con lo bello. A través de sus personajes, a menudo marginados y atormentados, Kang hace un examen de la condición humana en el mundo contemporáneo.
En La vegetariana, la escritora surcoreana nos pone en el lugar de Yeong-hye, una mujer que, en un acto de rebeldía silenciosa, decide dejar de comer carne. Su decisión, aparentemente simple, desencadena una espiral de violencia y opresión que la lleva a los límites de la cordura. La novela es una denuncia del patriarcado y una reflexión sobre el poder de la voluntad individual frente a las normas sociales.
En La clase de griego, por su parte, nos presenta a una mujer que, tras dos dolorosas pérdidas, decide estudiar griego antiguo. Cree que las palabras de esta lengua muerta le ayudarán a recuperar el habla. Su profesor, cuya capacidad visual está disminuyendo progresivamente, se encuentra con ella en la desesperación y el duelo. La novela pone en evidencia la fragilidad de la existencia y la necesidad de la conexión humana.
Uno de los aspectos más llamativos de la obra de Han Kang es su capacidad para mostrar la belleza de lo cotidiano. En sus manos, un simple acto como el de comer o dormir, se exhibe con todo su poder simbólico develado.