Si sueles frecuentar alguna biblioteca pública de la ciudad, es posible que un día te encuentres con Gerardo Pérez Holguín, un oriundo de Buga, Valle del Cauca, pero que desde joven migró a Medellín para recorrer sus calles y bibliotecas con los ojos y el corazón muy abiertos.
Gerardo Pérez Holguín es un caminante y andariego, al cual sus pasos lo han llevado por distintas geografías de estos trópicos, desde los cultivos de caña hasta las montañas tutelares del Valle de Aburrá. Hoy, desde las faldas del cerro El Picacho, fue Bibliotecario por un Día en la biblioteca Comfama de Pedregal, compartió con el equipo y con sus usuarios, para conversar y reflexionar sobre el rol de las bibliotecas en la transformación de un territorio.
De tanto caminar y parchear en la ciudad, las historias de las personas que conocía se le adherían, entraban por la piel y le revolvían todo el cuerpo. Por eso, en 2019, junto a la periodista Carla Giraldo Duque, decidieron recopilar treinta años de la historia no oficial de Medellín. Bajo la piel de Medellín es un libro que reúne los testimonios de los barrios, y de sus habitantes, más olvidados por la ciudad.
Las bibliotecas han sido su refugio: lugares de encuentro y formación. Cuando llegó a Medellín, hace 52 años, uno de los primeros sitios que visitó fue la Biblioteca Pública Piloto. Cuenta que llegó a ser tan amigo de todos los bibliotecarios, que cuando había mucha gente, él ayudaba a dar referencias y a buscar libros. Sin embargo, esos recuerdos amenos también se tiñen de una lacrimosa nostalgia al recordar los días enteros que pasaba en la biblioteca, cargando el peso lacerante de un duelo tras la muerte de su novia de la universidad.
Un bibliotecario tiene que ser un ser parchado, que le quepa el mundo y esté dispuesto a generar conversaciones con el otro; abierto a los temas que lleguen para no hacer sentir a las personas prejuzgadas o miradas. Que sea amplio y empático, porque hace parte de un lugar, de una biblioteca, que para Gerardo Pérez tiene que ser “un universo entero que permita que todos entren allí”.
Insiste en no definir qué libros son buenos o malos, esto solo logra alejar a las personas de la lectura. Él invita a leer lo que les antoje, lo que les genere interés, lo que les nazca, porque así se va afinando el gusto: “La literatura lo conecta a uno con los mundos”. Lo que más disfruta de la ficción es “vivir muchas vidas”, porque un escritor no solo narra una historia, muestra una forma de ver el mundo, de sentir, de relacionarse con el otro.
Tiene libros y escritores que lo han acompañado, que le han mostrado rutas imaginarias por las cuales desbocar sus pasos: La tierra éramos nosotros es su libro preferido del escritor jericoano Manuel Mejía Vallejo, quien fue maestro suyo; La cabaña del tío Tom es una novela que lo conmueve por una historia familiar que se asemeja a la del libro; recuerda que cuando leyó la primera edición de Cien años de soledad, descubrió un libro que era como él: “Caótico, lleno de historias irreales, de fantasía y de locura”; pero si preguntan por su libro favorito, siempre será el último que ha leído, porque cada lectura, para Gerardo, tiene que enamorar. A veces para de leer un libro porque siente como las historias se meten por su piel, por todo su cuerpo:
Entre caminatas literarias, chistes y sonrisas, así pasó su día Gerardo Pérez como bibliotecario por un día al recordar la compañía de las bibliotecas en su vida de caminante.