Nuevos creadores

Santiago Rodas en su propia voz

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Santiago Rodas en su propia voz

Santiago Rodas Quintero es muralista, ilustrador, profesor universitario y también escribe, ha publicado tres libros: Gestual (2014), Trampas tropicales (2015) y Plantas de sombra (2018). Conversamos con él sobre literatura y el arte en la ciudad. Con su elocuencia desbordada compartió aventuras, el recuerdo de amigos y un mapa exquisito de lecturas:

“En el colegio no leía nada, odiaba la literatura, ocupaba el tiempo jugando fútbol y descolgando Las Palmas en bicicleta. A los 16 conocí el Parque del Periodista y entré en esa vorágine, atraído más que nada por las publicaciones de Universo Centro.

Después descubrí a José Manuel Arango y tuve consciencia de la montaña, tuve la certeza de que él había descifrado algo y me di cuenta, entonces, que la poesía es eso, un desciframiento de algo que no vemos a primera vista pero que luego decididamente observamos con mayor detenimiento. 

No creo que la poesía se trate de una sensibilidad rebuscada sino de una sensibilidad común porque es algo que más o menos todos entrevemos, o sentimos, no me gusta esa poesía que siempre está hablando de una musa etérea y universal.

Entre la vida y la literatura hay un puente, leer es vivir. Para mí es representar el lenguaje común, no es extrañamiento, es más bien de lo que habló José Lezama Lima sobre la naturaleza y sus pliegues que, en el poema, se vislumbran. El poema es como una pausa del tiempo, la cristalización de un momento, de una sensación, de una cosa.

José Manuel Arango me abrió una puerta, por ejemplo, con su poema, Los que tienen por oficio lavar las calles: Los que tienen por oficio lavar las calles (madrugan, Dios les ayuda) / encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de sangre / Y la lavan también: es su oficio / Aprisa / no sea que los primeros transeúntes la pisen.

En esas cinco líneas está denunciando la normalización institucional de la violencia en Colombia, la indiferencia social frente al homicidio y la maquinaria de producción de la muerte tan impresionante que se ha establecido como una industria, a partir de ahí supe qué camino seguir, quería escribir con tal concisión y lucidez, acerca de lo que pasa en las calles.

La ciudad para mí es esencial, es mi lugar de enunciación, me gusta mucho ir al Centro. Cuando estaba más pela ‘o me bajaba en bicicleta hasta el Periodista que en ese tiempo era de un ambiente más punkero.

El corazón de la ciudad

No creo que yo escriba poesía urbana, esa me parece una categoría muy amplia, tampoco pienso que se pueda clasificar lo que escribo con la etiqueta de un único tema sino más bien, mediante un cúmulo de experiencias de las cuales me nutro. Para mí es como ir al ombligo, es más o menos como ese poema de Raúl Gómez Jattin, Lola Jattin, en el que él está dentro del vientre de su mamá y ella no sabe que está embarazada y está peinándose frente a un escaparate y entonces dice: no sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite su fuerte vida la fuerza de la mía.

También hay un poema de Jaime Jaramillo Panesso que dice: si vos estás en otra esquina / parado a lo bacán / alguien por disimular / te pedirá un pielroja / por señas y vos te habrás dado cuenta / que estás en el corazón de la ciudad.

A Universo Centro llegué de manera muy intuitiva. Cuando leí las primeras ediciones, quedé enganchado; me dio esa capacidad de pensar mi vida en relación con el entorno que habito y apreciar el arte local y popular, que no se enseña en el colegio. Ahí conocí a Maria Camila Lema, Pascual Gaviria, Carolina Calle, al escritor Luis Miguel Rivas —El cuento que más me gusta de Rivas se llama A mí lo que me mató fue ese salsaludo que trata sobre una mujer de Envigado—. 

Por casualidad, Angosta publicó dos libros de poesía a la par, Plantas de Sombra y Hoy no quiero metáforas de Rivas. Un día me llamó todo borracho: “Parce, ¿qué?, será que nos pillamos” y me dijo que había leído Trampas tropicales, el segundo libro que publiqué en mi editorial Atarraya y me pareció un man muy fresco y desenfrenado, y a mí ese tipo de personas me encantan.

Entonces volviendo a Universo Centro, encontré un montón de textos que ayudaron a formarme, entre ellos, los poemas de Frank Báez, un poeta de República Dominicana, que encontré en una selección hecha por John Galán Casanova y me voló la cabeza, al otro día me levanté su correo de un blog y le escribí, el man me respondió y empezamos a comunicarnos con más frecuencia hasta que un día le confesé que le había dedicado un poema en Gestos, mi primer libro, publicado por la editorial de la U.P.B en el que lo declaraba mi maestro del caribe, una cosa así como de fan empalagoso.

Los maestros míos han sido, además de los ya mencionados, Joaquín Giannuzzi, Laura Wittner, Legna Rodríguez Iglesias, Ígor Barreto, entre otros. El archipiélago de poetas latinoamericanos es muy interesante y también he sido influenciado por Inés Posada, Helí Ramírez y en otros campos literarios, por Juan Cárdenas, a quien considero, además, un amigo.

Pienso que ahora, en Colombia, se está escribiendo una literatura muy blanca, como muy limpiecita, un poco lo que dice Ángel Rama en La ciudad letrada donde hay un “yo” que pretende verlo todo y a mí me parece, más bien, que la poesía es una duda constante y siento, además, que en nuestra literatura hay mucho “monocultivo”, más que nada en la poesía. Me refiero a que hay muchos productos iguales entre sí, empaquetados, que dicen cosas como: “Hoy estoy alegre, me gusta mucho mi ropa, abraza al prójimo”, que venden porque tienen 10 mil o 20 mil seguidores en las redes sociales y los publican y ganan premios. 

Hoy en día hay muchos reductos y copias baratas de los poetas del siglo XX como X-504 (Jaime Jaramillo Escobar), o los de la revista Acuarimántima en la que colaboraron Manuel Mejía Vallejo, Elkin Restrepo, Carlos Castro Saavedra, José Manuel Arango, y siento que esos ecos de esa generación que se escuchan hoy, son muy flojos, antes que nada, debido a que estamos ante un mercado literario en el que el escritor para estar vigente –cosa que no sé qué significa—debe publicar un libro cada año.

Plantas de sombra, mi tercer libro, se refiere al trabajo doméstico, a lo que se lleva a cabo con las manos, a las sombras que se proyectan dentro cuando se está influenciado por lo de afuera, también, sobre esos sujetos que son excluidos de la sociedad, tales como el loco, o el joven con esa idea política de que a los jóvenes hay que sacarlos de las esquinas y encerrarlos en sus casas o en instituciones y controlar su cuerpo hasta llegar al punto de anularlo porque no es útil a la sociedad, eso es lo que dice Eduardo Galeano, en su poema Los nuevos, o Víctor Gaviria, en su película Rodrigo D No futuro, y todo eso también se filtra en mi poesía. 

Me parece muy particular que en Medellín no se escriba casi nada de poesía sobre la violencia y la que se escribe es muy mala.

Por: Santiago Serna