Nuevos creadores

Leonardo Muñoz, un caracol ante el monte de la escritura

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Leonardo Muñoz, un caracol ante el monte de la escritura

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” Estas líneas son las que inauguran Cien años de Soledad, la legendaria obra cumbre de Gabriel García Márquez, pero también son palabras que nos remiten a un pequeño y caluroso trozo del mundo llamado Magangué, donde un niño de 8 años llamado Leonardo fue a la oficina de Don Antonio Botero Palacio y allí conoció el frío.

Esa tarde, el pequeño Leonardo se dirigió en su bicicleta, con su carpeta de cuentos bajo el brazo, al lugar donde habría de conocer al primer escritor vivo del que tuviera noticia, quien era dueño de un local en la calle de la Albarrada, frente al río Grande de la Magdalena. Su propósito era mostrarle sus tesoros, cuentos de fantasía que había escrito después de muchas horas de televisión junto a su abuela Micaela, a quien le debe muchas otras historias con las que se ayudó a escribir estos relatos, escritos inicialmente a mano y luego transcritos a máquina por una secretaria amiga. Al llegar a la tienda “La Finca”, en la calle de comercio de los turcos y los paisas, la primera impresión del niño fue el olor a medicamento encerrado que emanaba de la tienda donde vendían productos agrícolas. Un hombre grande y serio, probablemente el secretario del escritor, le preguntó toscamente:

—¿Usted a qué viene?

—¿Se encuentra Antonio?

—¿Qué es esa falta de respeto? Es Don Antonio Botero Palacio. ¿Para qué lo busca?

—Lo busco porque quiero leerle mis cuentos

En este almacén caluroso, con una multitud agolpada en su interior, el orgullo y la determinación de este niño de piel café con leche (más café que leche), con su pantaloneta naranjada y su camisa azul empapada en sudor, debió captar enormemente la atención de su interlocutor, don Antonio Botero en persona, quien solo acató a quitarle la carpeta de las manos antes de hacerle señas para que lo siguiera a su oficina. Al ingresar a este cuarto, Leonardo experimentó la sensación de estar en una burbuja maravillosa, puesto que la habitación tenía aire acondicionado, algo totalmente nuevo e indescriptible para este niño que sólo conocía el bochornoso clima de la ciénaga.

Luego de leer durante unos minutos los textos de la carpeta, y ante la mirada expectante de Leonardo, don Antonio por fin dijo:

—Esto es un chorro de babas, de aquí no se salva nada.

El impacto de tal respuesta tenía la capacidad de destruir las ilusiones de cualquier persona, sobre todo de alguien tan joven. Pero para alguien con la audacia de este niño, esto constituyó un reto. Don Antonio leyó esto en su mirada y le propuso:

—Mire a través de esa ventana, mire a la gente que pasa cerca al río y escriba sobre ellos. Lo espero con su carpeta en mi casa, el domingo.

Toda esta conversación, transcurrida en el año 1992, entre un hombre de 65 años y un niño de 8, la recuerda Leonardo adulto palabra por palabra, detalle por detalle, porque sería el inicio de una gran amistad que duraría hasta la muerte de don Antonio, en diciembre de 2019, y de una carrera literaria que inició esa tarde, a lo largo de la cual Leonardo ha ganado un par de premios importantes y publicado algunas de sus historias, como el libro Dulce de Caballito, ganador del XI Premio de literatura infantil y juvenil “El barco de vapor”, en 2018.

Premio barco de vapor Leonardo Muñoz

Ser fiel al misterio

Leonardo es un hombre sencillo, que embellece cada acontecimiento de la vida con la poesía que emana de su corazón. Un hombre que continuamente recita poemas y haikus, versos de Dulce María Loynaz, Meira del Mar o Wislawa Szymborska, entre otros. Su ser es tan poético que tiene la capacidad de convertir toda historia y acontecimiento en poesía pura y viva.

Llegó a Medellín el año en que cumplía 20 años de haber nacido, y Julio Cortázar cumplía 20 de haber fallecido. Empezó a estudiar Licenciatura en lengua castellana, pues en ningún lado había encontrado una carrera que se llamara Escritura o Creación de historias; sin embargo, encontró en sus estudios las herramientas necesarias para trabajar con comunidades, para transmitir palabras y emociones a los públicos y labrar su destino en la promoción de lectura. Como escuchando una voz lejana, Leonardo recita a Emily Dickinson:

Joven ateniense,

Sé fiel a ti mismo,

Y sé fiel al misterio.

Todo el resto es perjurio

Estas palabras y el gusto por los amores imposibles, lo llevaron a acudir con asiduidad a las bibliotecas, que él describe como espacios de generosidad, para encontrarse a sí mismo y encontrarse con los demás. “Son lugares de encuentro con otras soledades”, dice, “donde cada encuentro está al paso de un libro, donde te encuentras con seres más allá del tiempo, con esos seres humanos que escribieron hace tanto y que aún están en su libro”.

Este joven que lloraba leyendo poemas en la Biblioteca San Ignacio y que no sabía qué era un promotor de lectura, empezó a trabajar en las Bibliotecas Comfama, “adonde llegué como se llega a lo maravilloso —como dice Marina Colasanti—, no lo tenía previsto en mi vida”. En este sentido, el trabajo en bibliotecas dialoga con los intereses de su corazón, con su ser, con su pálpito, y le permite transmitir a los demás esa emoción que experimenta con las palabras y propiciar que ellos puedan conversar también con sus propias historias.

Escritor Leonardo Muñoz

En Medellín, Leonardo continuó escribiendo historias, presentándose a concursos y labrándose un camino en el mundo de la escritura. Había venido ganando concursos literarios desde la escuela, animado por don Antonio, quien le decía: “Yo no me puedo morir sin ver un libro suyo publicado”. Por eso Leonardo le contaba a don Antonio acerca de sus cuentos, como Dulce de plátano maduro o Las cartas de Ofelia, que ganó un importante concurso en esta ciudad. Cuando Leonardo, aprovechando unas vacaciones para regresar a Magangué, leyó el primero de estos cuentos a don Antonio, él lo aplaudió en el silencio de la noche. “Llevaba esperando ese aplauso desde los ocho años, y allí, en su casa, por fin pude escucharlo”. Para don Antonio era todo un orgullo lo que escribía Leonardo, y aunque no le gustara el tema (por ejemplo, la homosexualidad en Las cartas de Ofelia) le alababa lo bien escrito de la obra. Curiosamente, don Antonio, hombre machista y conservador, admiraba sin saberlo a varios escritores homosexuales, como Walt Whitman, Raúl Gómez Jattin y Oscar Wilde, y cuando se enteró, siguió admirándolos igual, al igual que a su discípulo y amigo.

Un homenaje a la abuela cocinera

Escribió Dulce de caballito en homenaje a su abuela Micaela Rico, cocinera, que vivía con un hombre de “corazón banda ancha”, como dice su nieto escritor, un hombre que tenía otras dos mujeres pero que cuidaba de Micaela y de sus hijos de otro matrimonio con tanto amor que a ella no le importaba su poligamia. Puede notarse que Leonardo se remite en algunos de sus cuentos a dulces y a la gastronomía caribe, y para quienes hemos tenido el gusto de asistir a las lecturas de sus cuentos, la experiencia va más allá. Es común que Leonardo se presente en eventos llevando delantal, y que se ponga frente a un fogón y una olla para cocinar un dulce mientras va contando sus historias. Así, uno siente que la palabra se cocina, se guisa, sale de su boca almibarada y entra en el alimento para hacerlo más dulce y más sabroso. Escuchar sus palabras endulza el oído y reconforta el alma, sobre todo porque luego permite que los asistentes degusten el dulce hecho en ese instante. Es una experiencia maravillosa, y le ha servido para redactar su trabajo de grado acerca de la relación entre gastronomía y literatura, además de la novela galardonado con el premio El Barco de Vapor.

“La escritura no se presiona, si no que se ejercita y se ejerce. Yo tengo una relación rumiante con la escritura. Me tomo mi tiempo. De acuerdo a la vida que tengas el verso llega”.

La flor que no conozco

Leonardo se aprende versos de memoria para conversar consigo mismo y para entregárselos a sus amigos. Dice que los poemas le hacen sentir frescura y levedad, y eso mismo transmite él. Cita a Kobayashi Issa:

Que nada me pertenezca,

Sólo la paz del corazón

Y el frescor del aire.

También considera que los poemas son un vestido con el que uno se cubre para enfrentarse al mundo. Y, vestido de poesía, responde a mis últimas preguntas:

¿Cuál es tu idea de felicidad?

Estar en la ciénaga, al atardecer, con mi amigo Don Antonio

¿Cuál es tu flor favorita?

Una flor que no conozco, y que aparece en mi nombre, el Nardo. La he visto en varios poemas, como en el de Gabriela Mistral donde dice “el nardo de tu frente…”

¿Cuál es tu ave favorita?

Me encantan las aves, incluso tengo una jaula en mi casa con la puerta abierta, que me recuerda que no hay ningún pájaro encerrado, que están en libertad. Mi ave favorita tampoco la conozco, es el ruiseñor, porque aparece en el título del primer libro que me dio Don Antonio, El ruiseñor y la rosa de Óscar Wilde y en el verso de Dulce María Loynaz:

No te nombro; pero estás en mí como la música 

en la garganta del ruiseñor

aunque no esté cantando.

¿Tu nombre favorito?

El nombre de todas las personas que he amado. Me gusta llamarlos por su nombre completo: Micaela Rico, Don Antonio Botero Palacio, Marina Colasanti, Meira del Mar, Arley Alexis

¿Qué don de la naturaleza te gustaría tener?

El don de la humildad. La naturaleza acepta lo que llega, la tempestad y la calma. Es el don de estar ahí plantado, inmutable.

¿Cómo te gustaría morir?

Viendo una puesta de sol. Nací en el atardecer, me gustaría morir viendo uno, desvanecerme como los colores en el firmamento, cambiar y trascender.

Para terminar, cita su Haiku favorito, de Kobayashi Issa:

Al Fuji subes

despacio- pero subes,

caracolito

Este pequeño poema japonés de tres versos resume la filosofía de vida de Leonardo, y lo hace preguntarse: ¿cuál es el Fuji que escala? ¿acaso el caracol escala porque nadie le ha dicho que es imposible? Todos tenemos nuestro propio Fuji, todos somos caracolitos, pero para el caracolito Leonardo, el gran monte de la escritura se escala con dicha.

Por: Sara Díaz

  • Promotor de lectura Bibliotecas Comfama