Cartas

Carta a la muerte serena: el encuentro de Wolf Erlbruch con el pato y la muerte

Ilustración Wolf Erlbruch
Carta a la muerte serena: el encuentro de Wolf Erlbruch con el pato y la muerte
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Apreciado Wolf.  

Llegó el día en el que la muerte te devolvió el favor de mostrar una de sus facetas: su lado más sereno. Imagino el chiste que te hizo cuando te estaba despidiendo por última vez: "Esto es por revelarle al mundo mi pijama y mis pantuflas". Antes de desaparecer por el río de la vida, tuviste que haber respondido algo así: "Y cómo más querías que te dibujara si nunca te cambias la ropa de dormir". Ambos rieron, seguro. Imposible no referirse a tu muerte sin hacer alusión a El pato y la muerte, el libro por el que tanto serás recordado.    

Te escuché decir alguna vez que tus historias buscaban que cada individuo se mirara a sí mismo y aceptara lo bueno y lo malo que habita en su interior. Sin embargo, en tus más de veinte libros, evitaste dar instrucciones para eso, preferías hacer preguntas. De hecho, uno de tus títulos lo hace de manera directa: La gran pregunta, el catálogo de respuestas y puntos de vista disímiles desde los cuales se intenta decir algo sobre el enigma: "¿Para qué estamos aquí?" Ese libro me ha propiciado conversaciones entretenidas con niños y adultos. Recuerdo que en una sesión de lectura grupal con niños y niñas una de ellas dijo que estábamos aquí porque no sabíamos la respuesta a esa pregunta: “Si la supiéramos, no estaríamos aquí, profe”.  

Siempre sostuviste que se puede escribir y dibujar seriamente para niños y adultos, que no hace falta "suavizar" las cosas. Tu objetivo era que los pequeños y los mayores se encontraran en un espacio simbólico común para que pudieran construir y hablar de temas comunes, como la muerte, algo que tanto te interesó —me pregunto si ahora te sigue interesando—. Reuniste a niños y adultos en la experiencia de la lectura. Creo que eso, justamente, fue lo que te permitió poner en duda la categoría de "literatura infantil"; qué es eso, todavía nos preguntamos muchos cuando nos acercamos a tu obra.

Yo diría que tus libros demuestran que no hace falta tener un bagaje cultural amplio o haber leído muchos otros libros previamente para poder disfrutar plenamente de una obra literaria. Si tuviera que definir la literatura infantil, elegiría esa definición.  

Para ti, escribir y dibujar para los niños era ser honesto sobre tus propios sentimientos y hablar de ti mismo, pero de una versión que nunca abandonó el niño que fuiste. Obtenías la base para tus libros de tus memorias de infancia. Recuerdo con cariño aquella vez que mencionaste en una entrevista que la inspiración para algún proyecto podía venir, por ejemplo, de la imagen del color azul del delantal de tu madre con el que la viste muchas veces en tus primeros años de vida. Pero ese detalle no aparecería de manera literal en tus libros, es decir, como un delantal azul vestido por algún personaje, sino que podría transformarse de maneras impredecibles: podía terminar siendo el cielo, un zapato, unos labios, en fin, cualquier cosa. De esa manera, sentenciaste, tu pasado se encargó de iluminar tu obra.  

Ahora que no tendremos más libros de tu autoría —a no ser que encuentres la forma de comunicarte desde el más allá— nos queda el trabajo de seguir extrayendo sentidos a los que alcanzaste a publicar en vida. A muchos nos encanta leer tus textos en voz alta, tus frases cortas y sencillas propician la pausa, la cual, a su vez, induce a la conversación. Aunque, a mí particularmente, me gustan más tus ilustraciones. Eras un evidente maestro del dibujo, pero no te conformaste con eso. Siempre quisiste enriquecerlos utilizando técnicas mixtas. En especial me resulta un deleite la manera en que superponías diferentes tipos de papel y sobre ellos dibujabas. Me viene a la cabeza Ratas, el poema de Benn Gottfried que en buena hora ilustraste. La decisión de dibujar a las ratas sobre las hojas en las que se llevaba a cabo la contabilidad de las personas que ingresaban a los campos de concentración en la Alemania Nazi dota al libro del expresionismo necesario que reclama el poema.

Decía entonces que, como ya no podremos gozar más de tus creaciones ni de la síntesis que hacías de problemas humanos complejos, nos corresponde a nosotros seguir buscando las respuestas a la pregunta de por qué estamos aquí, de la cual derivan todas las demás. Espero que en tu lecho de muerte hayas encontrado una respuesta satisfactoria para ti a esta gran pregunta. Y espero también que del otro lado del río te hayas encontrado con el pato y, en compañía de la muerte, disfruten de una divertida pijamada.  

Por: Santiago Velásquez Yepes