Tomás González es uno de los escritores más célebres de Colombia, sobrino del famoso escritor de Viaje a pie, Fernando González. Cuenta con una amplia obra literaria, con más de 10 novelas, un poemario y un libro de cuentos. Sin embargo, es poco reconocido por la crítica y lectores colombianos. En esta biblioteca de autor veremos su historia a través de sus obras y entenderemos cómo la literatura le ha servido como escudo para resistir a los pesares de la vida.
Leer a Tomás González es similar a ver a través de dos cántaros, que con bocas estrechas y angostas poco dejan ver su contenido, pero en el vientre estas amplían su forma, generan profundidad y espacio. En un primer acercamiento a la obra del autor podríamos catalogarlo de poco expresivo o simple por la estrechez de su lenguaje, sus frases cortas y contenidas limitan un poco la vista, pero si se mira más allá de ese primer orificio las palabras se expanden y sucesivamente van tomando una particular belleza que nos empapa de silencios que también hablan.

La vida de Tomás González ha sido una constante oscilación entre centros y márgenes, epicentros y periferias, ciudad y campo. Ese movimiento de adentro hacia fuera en su vida le ha permitido conocerse mejor, saber quién es en la distancia y en la cercanía. Este mismo movimiento se ha visto presente en sus obras, ya que podemos encontrar personajes que viven en ciudades centrales y en municipios más apartados; el mejor ejemplo es su novela La luz difícil en la que su protagonista pasa de vivir en el caos de Nueva York a la tranquilidad de La Mesa en las afueras de Bogotá. Nacido en 1950 en Medellín y superando ya la barrera de los 70 años, González ha vivido tanto en los ambientes concurridos de ciudades principales, Nueva York y Bogotá, como en el sosiego y letargo del campo en Cachipay Cundinamarca, y actualmente al frente de las verdosas aguas de Guatapé. Comenzó Ingeniería Química en la UPB al igual que su personaje en Las noches todas, pero después optó por Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá, siguiendo el camino de su tío.
El gusto por la lectura llegó por su madre, que fue también una gran lectora que compartía sus lecturas con él: Julio Verne, Emilio Salgari y otros escritores de aventuras. Tomás sintió la vocación de escritor desde muy pequeño, tenía como referente más cercano a su tío. Pero la decisión final la tomó poco después de su primera novela Primero estaba el mar. Ahí se dio cuenta que quería dedicarse exclusivamente a escribir. Dice que no suele renovar mucho sus lecturas, le gusta volver a los clásicos, a sus obras favoritas: Cien años de soledad, Romancero Gitano, Pedro Páramo, Robinson Crusoe y La montaña mágica (recuperado de la entrevista a la revista Diners).
Escuchar y ver a Tomás González resulta casi idéntico a leerlo. Poco expresivo, cauto y contenido en sus palabras, pero con gran profundidad y cautivando siempre con la belleza de lo simple. Su discurso es parsimonioso, lleno de silencios y pausas al igual que en sus novelas. No disfruta mucho de las entrevistas, se nota y él mismo lo ha reconocido. Solo da las respuestas que le piden y no intenta redundar en la información o repetir con distintas palabras lo que ya dijo. Esto lo aprendió en su trabajo como traductor, ya que tenía que traducir ese laconismo del inglés a la alta carga expresiva del español. Lo cual le ayudó a crear una característica fundamental de su estilo de escritura: decir más con menos palabras. Para él el ejercicio de escritura es como el trabajo de un relojero, solitario e íntimo, no cabe allí más de un par de manos.
Y es que si algo se le reconoce es la capacidad que tiene para entender la condición humana. Comprende que más que observar a los demás es observarse a uno mismo. Los seres humanos solemos parecernos mucho, aunque tengamos distintas formas. Con la introspección y un poco de imaginación uno es capaz de crear personajes basándose en lo que siente. Los actores hacen los mismo, encuentran en ellos al personaje que van a representar. Dice que los temas de sus obras aparecen de repente, por eso permanece atento a cualquier detalle: “Eso es lo único que hay que hacer: estar pendiente de lo que uno va mirando y cuando uno menos piense ya dio con la idea para un poema o para una novela, pero es algo bien misterioso. Es una cosa que no depende de la voluntad”. (recuperado de entrevista a El Universal) Las temáticas de sus obras podrían reducirse en una misma dualidad, la lucha entre la vida y la muerte:
Estos dos estados suelen estar separados, pero hay sentimientos o momentos en específico cuando conviven. En varias de sus obras logra crear una atmósfera donde la vida y la muerte se funden en un estado doloroso del que siempre se ha debido levantar el ser humano; es allí cuando el arte funciona como un arma blanca para combatirlo. El dolor es quizás el punto de encuentro más común, es un sentimiento constante en la vida y es el comienzo de la muerte. Al exteriorizar el dolor en su literatura Tomás busca sobrevivir a él, escribirlo es una forma de resignificarlo, así su convivencia se vuelve más soportable. Como sucede en su novela La luz difícil, él escribe una historia con la intención de mostrar hasta qué punto el dolor puede crecer en nuestras vidas sin destruirnos del todo, y, así, poder conocer la otra orilla de ese dolor.

*Tomás González en Otraparte, la casa de su tío Fernando: “En este territorio pasé la infancia, y de aquí sale todo”. Foto Berta Gutiérrez. Tomada de Vivir en el Poblado.
Tomás parece vivir en un mundo misterioso. Es amable pero taciturno, como si no quisiera desperdiciar las palabras que tiene y dejarlas para sus novelas. Sentado en la que fue la casa de su tío Fernando, la Casa Museo Otraparte, donde vivió muchos años de su infancia rodeado por la naturaleza y la Literatura. Ya más viejo y canoso de lo que era, con un aspecto similar al poeta Walt Withman, mira la luz de esos momentos de su vida que han pasado, desde un silencio íntimo y contemplativo, de los que tanto ha escrito y con los que ha formado su gran bagaje literario, todavía desconocido para muchos lectores.