Mucho antes de ser una maestra de la ficción especulativa y tener una prolífica carrera literaria, con más de veinte novelas y un sinfín de relatos, ensayos y cuentos infantiles publicados, Úrsula Kroeber Le Guin alguna vez fue solo una niña desilusionada de once años, que ante el rechazo de su revista favorita cuando intentó publicar un cuento, se negó por años a hacer públicas sus fantasías de colores. En esta ocasión, nuestras bibliotecas de autores nos llevan a explorar esas ideas, personajes e historias que animaron su escritura y que mantuvieron ese interés temprano en la invención de otras realidades.
Hija menor de dos antropólogos estadounidenses muy influyentes en Norteamérica, Le Guin creció en un hogar donde siempre hubo espacio para experiencias nutritivas con la diversidad y lo desconocido. Se tratase de su residencia veraniega en Napa, California, o de su acogedora casa en Berkeley, en los muebles de sus padres siempre reposaron las más asombrosas leyendas, largas conversaciones sobre cultura y sociedad e historias provenientes de las bocas curiosas de distintos amigos y personajes intelectuales. La sala de su casa era para ella una biblioteca humana tan grande como su imaginación, que también alimentaba con la lectura de clásicas fantasías y con una dieta estricta en todos los números de revistas de ciencia ficción, como Thrilling Wonder Stories, Fantastic Science Fiction Stories o Astounding Science Fiction, pasión que compartió con sus tres hermanos mayores, amantes de la literatura y compañeros de viaje a esos mundos ficticios.

De este culto ambiente familiar y la lectura ávida de todo cuanto caía en sus manos, se gestaría su fascinación por construir universos narrativos en los que el juego y la transfiguración de las tradiciones, mitos, idelogías y sistemas de valores humanos se conviertieron en el vehículo para complejizar y enriquecer sus historias. Algunos de sus personajes, al igual que sus padres, son antropólogos o tienen ocupaciones similares, que investigan y analizan las sociedades de los mundos existentes en sus libros. Tal es el caso de El nombre del mundo es bosque, donde Raj Lyubov, es un antropólogo encargado de estudiar la cultura de los athstianos, habitantes locales del país ficticio de Nueva Tahití, que no conocen de la violencia hasta que son colonizados y esclavizados por humanos. De esta manera, Le Guin se pregunta constantemente por las transformaciones que pueden sufrir las organizaciones y estructuras sociales, el desarrollo humano y el comportamiento y configuración mental de los pueblos, según las variaciones que se den en los valores de su cultura.
Los relatos que le dieron alas
Desde pequeña, Ursula siempre tuvo claro su amor por las historias fantásticas. Era una gran fan de Kipling y El libro de la selva, de las preocupaciones morales en las historias de Dickens y de la fantasía heroica de Lord Dunsany. Todos autores clásicos cuyas obras, incluyesen o no mundos ficticios construídos desde cero, exploraron la incorporación de órdenes sociales alterados o distorsionados que condicionaban el crecimiento de los personajes, influencia que se ve reflejada en sus maravillosas épicas, en las que viajamos de la mano de individuos que deben conciliar con su entorno y con su papel dentro de éste.
Para la articulación de estas realiadades, la autora siempre tuvo los ojos puestos en Tolkien: en sus historias a veces murmullan las voces del británico inventor de Arda (el mundo imaginado de sus libros) que le dio a Le Guin herramientas para fortalecer su idea de verosimilitud. Para ella, Tolkien era el ejemplo perfecto de que proponer un universo ficticio que resultara creíble para el lector, suponía no solo preocuparse por la construcción del presente de la historia, sino recurrir también a la mención de eventos pasados y sugerir posibles eventos futuros, que se escapen de las páginas de un único libro, para aterrizar en los bordes de historias anexas. En un país inventado de lo que en literatura se conoce como alta fantasía, los procesos del ayer y del mañana configuran un panorama más amplio del mundo que se narra y generan expectativa en el lector.
Quizás por la similitud en la sonoridad de sus nombres o porque siempre estuvieron juntos en el mismo colegio, aunque no se dieran cuenta, hilos invisibles conectaron a Ursula K. Le Guin con Philip K. Dick. Tal fue la fascinación por el escritor, que la autora lo homenajeó en su libro La rueda celeste, al abordar lo onírico y la alteración de los estados de la conciencia que pueden producir las drogas, temas predilectos de Dick: el sueño y la realidad entendidos como líneas temporales que pueden afectarse la una a la otra. Asimismo, el tratamiento de estos conceptos que parten de la psicología quizás se vio influenciado por su mamá, quien además era licenciada en psicología clínica. Más grande, una de sus muchas motivaciones literarias también fue Dostoyevski, a quien leía con pasión, y cuya historia de Los hermanos Karamazov, contenía la semilla para su relato Los que se alejan de Omuelas, en el que una sociedad utópica, equilibrada y perfectamente feliz es posible, a costas de tener un único individuo sufriendo en la pobreza, la desigualdad y el dolor.

*Ursula K. Le Guin de niña leyendo en la residencia de Napa. Tomado de Egoist Okur.
Leer a Le Guin desde la experiencia Tao
La filosofía taoísta fue en la adolescencia de Le guin la brújula que le permitió orientarse en el mapa de la vida, desarrolló tanta admiración por las enseñanzas de Lao-Tsé, presunto escritor de un texto fundamental para la cultura china, el Tao Te Ching, que se dedicó durante varios años a traducir al inglés sus enseñanzas. Acercarse al Tao le permitió entender la vida como una búsqueda del equilibrio, y fue esta filosofía la médula espinal de muchas de sus obras. La idea del ying y el yang, como dos fuerzas opuestas, que siendo contrarias, se complementan y están ineludiblemente conectadas, se puede ver en sus relatos que suceden en el archipiélago ficticio de Terramar. En este mundo erigido en los claroscuros, la magia, que es posible, no debe alterar el flujo natural de la oscuridad y la luz que habita en cada objeto, persona y rincón de la naturaleza; una idea que distinguió a Le Guin de la típica confrontación del bien y mal que abunda en la tradición literaria occidental.
Esta propuesta también puede encontrarse en su libro La mano izquierda de la oscuridad, perteneciente al Ciclo Hainish, una serie de historias sobre seres humanos colonizadores provenientes del planeta Hain. En ella explora el concepto de género, pues construye personajes que son andróginos: tienen un lado femenino (el ying) y un lado masculino (el yang) que coexisten en un solo cuerpo, condición que lleva a la inexistencia de la guerra porque no hay algo tal como un género dominante o una lucha de poderes basadas en el género. En textos como este, Le Guin pone en manifiesto sus perspectivas feministas.
En el Tao, Le Guin también se enfrentó con la importancia de nombrar las cosas. Para los taoístas nombrar las cosas es materializarlas, implica darle sentido a la realidad; el cómo nombramos condiciona cómo entendemos el mundo (por eso el Tao, la fuerza suprema de esta filosofía, no puede ser nombrada, porque es incomprensible, supera los limites de la conciencia humana y está más allá de todas las cosas). En este sentido, la autora también abordó en La mano Izquierda de la oscuridad la pregunta por el lenguaje, creando un mundo en el que, por ejemplo, no existen los pronombres posesivos, en respuesta a esa utopía anarquista en el que las cosas son compartidas, no poseídas.
Otra influencia para este recurso narrativo fue la historia de Ishi, el último indígena nativo miembro de la tribu de los Yahi al sur de California, la cual fue una recuperación de las notas de estudio de su papá, que su mamá transformó en un escrito: Ishi en dos mundos. Ishi significa “hombre”, y se referían a él de este modo porque nunca quiso revelar su nombre verdadero, ya que su tribu no tenía permitido decir su nombre orginal fuera de su comunidad. Es en este punto donde de nuevo se reafirman las preocupaciones antropológicas que Le Guin perfiló con ingenio y destreza en sus historias fantásticas.
Fueron sus oídos inquietos, su disposición a la conversación y sus tardes dedicadas a la lectura, a los hijos y al ensueño, las que convirtieron a Le Guin en una mujer que no sólo cumplió sus expectativas de publicar en las anheladas revistas de ciencia ficción del siglo XX, sino que también subvirtió los arquetipos de la ficción especulativa a lo largo de un trabajo literario casi 60 años, que se vio marcado por las influencias literarias que aquí te contamos. En esta biblioteca de autora te compartimos los textos más destacados de Ursula K. Le Guin y algunas de sus lecturas favoritas.
*Toda la información otorgada en este artículo fue recuperada de entrevistas y fuentes diversas.