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150 años del nacimiento de Marcel Proust: “No lean mi obra, léanse en ella”

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150 años del nacimiento de Marcel Proust: “No lean mi obra, léanse en ella”

*Marcel Proust, retratado por Jacques-Émile Blanche (Biblioteca Nacional de Francia).

La pregunta por la lectura de los clásicos ha existido siempre; hay algo en ellos que hace a los lectores del mundo y de todas las épocas volver una y otra vez sobre sus páginas. Quizás sea por recomendación de algún amigo o maestro, tal vez por alguna especie de necesidad del espíritu o, en últimas, porque sí o sí aparecen en algún momento de nuestras vidas a confrontar los asuntos elementales de la existencia humana. Algunos de esos autores clásicos, fueron creadores innatos, parece que hubieran nacido con la pluma entre sus manos y su experiencia de vida, en un lugar y en un tiempo específico, no es más que el material que terminará dispuesto magistralmente sobre las hojas.  

Este es el caso de Marcel Proust, un novelista, ensayista y crítico francés nacido el 10 de julio de 1871. Criado en el seno de una familia de clase media, vivió siempre de la fortuna de sus padres y sus días los alternó entre la lectura juiciosa y una vida socialmente activa en los salones de París. Desde sus primeros años padeció constantes ataques de asma, que fueron empeorando con el paso de los años hasta llevarlo a la muerte en 1922. Su vida, aunque fugaz en la historia de la humanidad, nos permitió conocer una de las grandes obras de la literatura universalEn busca del tiempo perdido, una novela de siete tomos, tres de ellos publicados póstumamente, que son un llamado a vivir y recordar, a girar la mirada contemplativa hacia atrás cuando salta en el pecho la cercanía de la muerte.  

El primer tomo se publicó en 1913, cuando Proust tenía ya cuarenta y dos años. Todos sus intentos anteriores de escritura no son sino ensayos para esta, su gran obra, la que lo mantiene vigente 150 años después de su nacimiento. La novela trata sobre las memorias de un personaje que, a través de sus recuerdos, viaja por el tiempo y, en ese recorrido, recrea su propio pasado y el de toda la sociedad europea. “No es casualidad que el mismo año en que muere Proust, se publique Ulises de James Joyce. La obra de Proust se inserta dentro de lo que se conoce como la novela total y Joyce presenta una ruptura en el concepto de novela que pasa ahora a lo concreto, a lo fragmentario”, anota Luis Germán Sierra, coordinador Cultural de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz de la Universidad de Antioquia. 

“El hombre es uno solo” 

Los ímpetus, los anhelos, los sentimientos, las pasiones del protagonista de En busca del tiempo perdido son también los de todos los hombres y mujeres. El sabor de una magdalena, una especie de pastelito dulce, remojada en té lo transporta a los veranos de su infancia, así como la melodía que se escapa de las cuerdas de un instrumento hace que nos sentemos en una banca, a la salida del cine, mirando los ojos del primer amor, o un aroma que sale de prisa por los barrotes de una ventana nos permite saborear el menú que se degustaba todos los domingos en casa de la abuela. Esas reminiscencias nos atraviesan a todos, nos llevan a perseguir ese tiempo que, por pasado, sentimos perdido.  

“En una película, la protagonista voltea y le dice a alguien: no me quite los recuerdos que son lo único que me queda. Los seres humanos estamos vivos mientras recordamos. Yo me recuerdo estando en el regazo de mi mamá mientras ella me enseñaba a leer. Un hombre es todos los hombres”, confiesa Luis Germán que, como todo lector interesado en las grandes obras, reconoce en Proust a un genio de la creación que desplegó toda su inteligencia y su talento en esta novela que invita a voltear la mirada hacia nuestro propio tiempo.  

Nadar contra la marea

La novela, por su volumen, por su ritmo, por su estilo, por sus párrafos largos y frases subordinadas, requiere de un lector comprometido y dispuesto. Proust nos invita a la lentitud, a la pausa, a la degustación tranquila de cada detalle, al caminar que fluye sin las cadenas del reloj, en medio de una sociedad que se despierta y se acuesta afanada, que todo lo prefiere corto y visual y que se inventó la lectura rápida para brincar de página en página sin mayor cavilación.

Alejandro López, director de Fundación Confiar, leyó a Proust en un seminario que fundó el profesor Carlos Mario González en la Universidad Nacional a principios de los años noventa. Era un grupo de cuarenta personas que se propuso la tarea de leer colectivamente los siete tomos. “El seminario se demoró doce años en este objetivo, porque se leían muy pocas páginas, unas diez o doce cada semana, y se hacía una conversación a partir de la presentación de un problema que se identificara en esas páginas. Obviamente estar en compañía de una obra como estas durante tanto tiempo genera un vínculo muy entrañable con la obra, con el escritor y con el colectivo en el que la leímos y se volvió de esa manera un personaje fundamental en mi existencia; creo que puedo hablar de una transformación de la vida a partir de la lectura de En busca del tiempo perdido”, cuenta Alejandro.

En este grupo de lectores, se conectaron trascendentalmente con la obra, se reflejaron en ella, pese al tiempo y al lugar de distancia, buscaron allí los significados de su propia existencia, escucharon a la naturaleza, a las catedrales, a las plazas que se convertían en personajes, reflexionaron sobre los problemas que surgían de la metodología misma del seminario, que consistía en leer las páginas durante la sesión, identificar varios problemas, votar por uno de ellos y argumentarlo solo con pasajes o fragmentos que estuvieran en la misma obra. Los problemas más recurrentes de este ejercicio, paciente y enriquecedor, fueron la memoria, la subjetividad, el erotismo, la sexualidad, la belleza, los sentimientos, los conflictos sociales, la muerte y, por supuesto, el tiempo.  

En el último tomo, los personajes de Proust envejecen, al igual que envejecen sus lectores. En el camino, ambos se transforman. Los que entran a la obra, no son los mismos que salen de ella. Y esa es la tarea de los clásicos: “Los clásicos abordan los problemas de la condición humana desde una perspectiva compleja, si se quiere dramática y trágica, te ayudan a conquistar esa aceptación de la muerte, que es una de las tareas filosóficas, y comprometen al lector con su existencia. En la novela se transforma el ser en el tiempo. Uno lee a Proust porque se está leyendo a sí mismo”, comenta Alejandro.