Veinte niñas de la Casa Mamá Margarita iniciaron un proceso de creación musical con la Biblioteca Comfama Claustro. El propósito: jugar, aprender y leer a través de la música. El resultado final fue una canción grabada en la cabina de sonido de la Biblioteca Comfama Bello y la seguridad en ellas mismas para hacer realidad lo que se propongan.
Mientras suenan, suaves, las notas de una guitarra, Ivonne Rendón recuerda la letra de la canción que repasó una y mil veces en las clases de la Casa Mamá Margarita y en la sala de su casa en La Milagrosa. Parece nerviosa detrás del micrófono, faltan pocos minutos para empezar a grabar y no deja de tocarse el cabello. Una cola de caballo le cae sobre su espalda brillante, larga, café oscura. Su mamá se empeñó en peinarla en la mañana, muy orgullosa porque su hija de once años iba a grabar su primera canción.
La guitarra sigue sonando y ella escucha su voz tímida a través de los auriculares. Mira alrededor de la cabina, un espacio que había visto solo en las películas y que califica de grande y aseado. Se le olvidan algunas partes y saca de su bolsillo una hoja arrugada con las estrofas de la canción. Las lee, las repasa, las canta, se equivoca, pero nunca desiste. Al hablar de la experiencia, suspira y suelta una sentencia poderosa: "La música es buena en los momentos de crisis”.
Ingredientes para el alma
Para escribir una canción y atreverse a cantarla se necesitan algunos ingredientes. El primero es tener una idea inspiradora, una idea que movilice y conecte las pasiones de un grupo de personas. A principios de octubre, Esteban Aristizábal, facilitador de la Biblioteca Comfama Claustro y amante de la música, y Miguel Antonio Mena Mosquera, practicante de producción musical e integrante de los Laboratorios de Creación y Aprendizaje de las Bibliotecas Comfama, decidieron iniciar un proceso de creación musical con el grupo de niñas de la Casa Mamá Margarita, que asistía todos los miércoles al Claustro, para aprender, disfrutar y experimentar con la música.

Tuvieron alrededor de siete sesiones en las que conversaron de afinación y proyección de la voz, jugaron con instrumentos musicales, leyeron fábulas clásicas para entender la letra de la canción inspirada en Rin Rin renacuajo y el ratón Pérez, aprendieron de Rafael Pombo, se rieron de sus propias ocurrencias y descubrieron los testimonios de quienes hacen del arte una forma de vida.
“Se conectaron mucho con lo que era el proyecto. Cuando se les contó que íbamos a grabar la canción en esta sede se pusieron, por un lado, muy contentas porque nunca habían tenido la experiencia y querían conocer la cabina y vivir ese momento, por el otro, muy nerviosas porque es algo que igual asusta, estar al frente del micrófono. Son niñas que tienen una vida con situaciones muy complejas y para ellas ese rato que llegan a Comfama es como liberarse, desestresarse, celebrar, cantar, bailar”, afirma Esteban.
El segundo ingrediente es un profesor que vibre con lo que hace. Miguel fue el encargado de pensar en la canción, escribirla, componerla, compartirla con el grupo y enseñar algunos de los conocimientos que ha adquirido en su amplia trayectoria con la música como compañera.
Un día, caminando por las calles de Quibdó, municipio en el que nació, escuchó unos sonidos que eran como de flauta, provenientes de un salón, y quedó atrapado; entró sin darse cuenta de que se trataba de un centro musical y empezó a tocar el violín, más adelante se enamoró del contrabajo, un instrumento que refleja su carácter: “Soy yo cuando hablo”. Su padre falleció cuando Miguel tenía cuatro meses de nacido, su madre se ha dedicado toda la vida a la minería artesanal y luego de lucharse la vida vendiendo paletas, cucas, caña, y arreglando instrumentos, afirma con total certeza: “Mi mundo es la música, para mí la música es todo, la música cambió la melodía de mis pasos y me permitió ver otras posibilidades