#LasPalabrasAbrazan tiene por objetivo mantener el contacto social a partir de la palabra en esta época de distanciamiento físico. Una palabra compartida tiene el mismo cariño que unos brazos que rodean nuestro cuerpo y nos entregan calor afectuoso.
Conversando con Patricia Melo, quien timonea la librería y café ExLibris como solo una amante de la lectura podría hacerlo, nos compartió cuál palabra relaciona con esta época del año y por qué. Su respuesta concreta nos condujo a compartir varias anécdotas de anteriores Fiestas del Libro y la Cultura y de la relación que actualmente tiene con los libros.
Patricia Melo lleva más de veinte años de experiencia en el oficio. Y la palabra que quiere regalarnos es Lluvia. Puede parecer contradictorio que la lluvia nos abrace y nos haga sentir cálidos y queridos, pero no nos apresuremos y veamos cómo fluyó esta conversación:

¿Cómo relacionas la lluvia con esta época del año?
Las Fiestas del Libro siempre están acompañadas de lluvia, esta es la época de las lluvias. Además, el Jardín Botánico es muy lindo con el agua. La lluvia abraza y es una bendición. Me encanta la lluvia y su sonido. Cuando llueve me paro en la ventana porque el frío de la lluvia me retorna a la adolescencia y tengo esa sensación de protección, el placer de estar abrazada, calurosa y protegida.
¿Qué tiene que ver la lluvia con su su oficio de librera?
Afecta el trabajo, cuando llueve hay que apagar el sistema. Incluso en España no entienden porqué acá todas las noches hay que apagar los sistemas (la red de información está interconectada con ese país y se supone que se debe mantener encendida las 24 horas) en caso de un aguacero. Sin embargo, cuando llueve el café se llena, la gente entra a abrigarse, y eso sí es positivo.
¿Cómo conviven la lluvia y la literatura?
La lluvia me evoca a García Márquez y los aguaceros memorables de Macondo. También me evoca a Ilona llega con la lluvia, y este poema de César Vallejo:
Piedra negra sobre una piedra blanca
Me moriré en París con aguacero, Un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París -y no me corro- Tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos…
Pero César Vallejo murió un viernes.
¿Cuáles son sus autores preferidos?
Me gustan los clásicos como Flaubert, Goethe, Dostoyevsky, Steinbeck. Te recomiendo Stoner de John Williams y Patria de Fernando Aramburu.
Leer es como mirar llover
A medida que el diálogo avanza y esa pregunta por la lluvia como una forma de abrazar al otro se va haciendo más clara y contundente, las palabras nos guían hacia el oficio del librero y de repente Patricia comenta que “los libros son tramposos” y se esconden de los ojos que los buscan. En muchas ocasiones son necesarias varias personas para encontrar un libro extraviado entre los estantes de la librería. Tal vez también se estén resguardando, protegiéndose.
Al describir su oficio, Patricia comenta con tranquilidad que “en una librería se goza mucho y la idea de un café es para que la gente no le tenga miedo”. Sin embargo, para el librero, esto supone una gran inversión de tiempo y energías, pues está llena de trabajo cotidiano: “Cuando uno monta una librería lo que menos tiene es tiempo de leer”. Así que esa imagen romántica del librero leyendo en su más cómoda silla y pasando las horas, está bien alejada de la realidad y, tal vez, muchos de ellos, al igual que esos libros escurridizos, se les esconden a los ojos de aquellos lectores que llegan siempre preguntando, pidiendo recomendaciones y con ganas de hablar todo el día, con el único objetivo de sumergirse en los mares profundos de las lecturas, las palabras y los libros.
Por fortuna el caso de Patricia no es el de una librera escurridiza, por el contrario, siempre está atenta a las necesidades y curiosidades de los lectores. Para ella, ejercer la curaduría en la librería es una actividad política y, por supuesto, la venta de libros tiene una absoluta implicación social. Su gran experiencia en el mundo de los libros la ha puesto en diferentes lugares. Cuando comenzó como vendedora de libros, gran parte de su tiempo laboral lo dedicaba a la lectura; ocho horas diarias eran cinco novelas por semana. En esa época sí estaba imbuida en las aguas de las palabras y el abrazo de la lluvia le auguraba un manantial de regocijos y resguardos.
Hay algo en común entre ver la lluvia a través de la ventana y leer un libro: en ambas situaciones hay abundancia y ventanas con marcos definidos en donde la finitud -o infinidad- está delimitada por los ojos de quien mira. En ambas situaciones el resguardo es una opción, y siempre será un privilegio elegir de qué lado de la ventana se quiere estar.
Por ejemplo, Patricia recordó aquella Feria del Libro (sí, feria; cuando la hacían en el palacio de exposiciones) en la que el techo se desplomó debido a un torrencial aguacero, por fortuna no hubo personas heridas, sin embargo, las pérdidas materiales fueron enormes, y entre ellas cantidades y cantidades de papel y tinta.
Libros como aguaceros
Para la mayoría de las culturas agrícolas las épocas de lluvias significan la abundancia, el agua que llega a enriquecer la tierra y a hacerla fértil para el cultivo. Otras culturas, celebran la llegada del agua como la finalización de la sequía, sea ya por una temporada o por un brote espontáneo de la naturaleza. Así mismo, muchos libros permanecen una temporada, algunos se quedan para toda la vida y otros, caprichosos como la azarosa cotidianidad, brincan y revolotean celebrando el torrencial desmedido y fortuito de la vida fluyendo desbordada como el agua que baja de las montañas en pleno aguacero. Flujo que sobrepasa todos los límites y arrastra lo que encuentra a su paso.
Así que, retomando la Fiesta del Libro, para todos los libreros significa época de trabajo y de lluvias, de tender plásticos y de cuidar cada una de las hojas tras las pastas rústicas o de lujo, y de mover los libros en los estantes para que el agua que se inmiscuye por un ladito o por un bordecito, o que se filtra por algún orificio, no estropee el material. Como siempre, ese punto en el que se unen la cultura y la naturaleza está pletórico de paradojas y pérdidas y ganancias para ambos lados.
El Jardín Botánico de Medellín ha sido ese pulmón verde en medio del gris de la ciudad que por tradición ha recibido a la Fiesta del Libro y la Cultura, sin embargo, para este año singular, la virtualidad ha cobrado un espacio protagónico en el que la naturaleza tal vez haya perdido un poco, sin embargo alegra mucho el saber, y esto confirmado por Patricia, que durante estos días de confinamiento las ventas de libros se han disparado y en lo que llevamos de Fiesta del Libro y la Cultura son muchos los lectores que no se han dejado amedrentar y siguen en sus búsquedas literarias y de conocimiento. Lectores que se emancipan, como el agua lluvia que escapa desde lo más alto del cielo.