Cuando llamamos a Rómulo Bustos para pedirle que nos dedicara una palabra que fuera capaz de abrazar, ya tenía la respuesta en su cabeza. Nos dijo, con voz honda y que envuelve: lámpara.
Es un objeto de devoción durante la infancia. Una figura que aleja el temor a lo oscuro y que, como la poesía, puede abrazar durante los tiempos de incertidumbre, plagados de sombras.
El artefacto que torea la sombra
La palabra lámpara transporta a Rómulo a Santa Catalina de Alejandría, el pueblo donde nació en los años 50, cuando aún no había energía eléctrica.
Era de metal, con mecha que se prendía con queroseno. Podía colgarse de un clavo en la pared o colocarse sobre una mesa. Hoy en día es decoración, como lo son las radiolas y las planchas de carbón.
La lámpara era un objeto cotidiano, infaltable en cada habitación. Necesario para moverse dentro de la casa después de las seis de la tarde. Era el artefacto que permitía ver en la oscuridad.
"Una vez, mi madre había salido a un velorio de noche. Yo me había quedado con la hermana mayor, y quería tomar agua. Salimos con la lámpara para la cocina, y en la mitad de la sala apareció una serpiente. Mi hermana salió corriendo. Un vecino vino y mató la serpiente con un machete”, recuerda Rómulo con una carcajada.
La lámpara fue instrumento de protección en la niñez. Es, como lo dice su raíz griega, lampein, resplandor. Es símbolo de la luz, de “aquello que nos permite torear la sombra, luchar contra lo sombrío”, dice el poeta, y evoca el epígrafe de su primer poemario, El oscuro sello de Dios (1988):
Si nuestros cuerpos proyectan sombra es que hay una lámpara que no hemos encendido.
Rabindranath Tagore.
La poesía como lámpara
Más allá de un objeto que ilumina, la lámpara es una figura que se parece al arte. A medida que escribe, el poeta va iluminando rincones de su alma, y quien lee el poema va descubriendo una imagen de la dicha, de la plenitud.
Poética, que hace parte del primer libro de Rómulo (1988), habla de la relación de la poesía con la luz y con el espíritu humano:
Encender el misterio de una lámpara ciega, cuya luz imposible acaso nos haya sido prometida. He aquí el terrible regalo de los dioses.
Rómulo habla de la poesía como “la visión poética del mundo”. Como la realidad que vivimos y nuestra lectura de ella. “Los poetas son seres humanos se acercan a la luz”, define.
Por eso, el dos veces Premio Nacional de Poesía escribe para salvarse, para protegerse de lo sombrío. Decidió que su obra le daría alas. Habla de lo que ve en la calle, de los recuerdos de su infancia feliz. Del Caribe colombiano, de las escenas cotidianas, de los amores que guarda en la memoria. Habla de la luz.
Crónica del mediodía
La luz se empoza en los techos de zinc Un pájaro canta Y su voz es un hilo tendido entre el pico Y el color amarillo que ha hecho nido en lo alto
Sería dichosa la madre Si sobre él pudiera tender la ropa recién lavada Cuando el pájaro acabe de cantar Podría venirse abajo el cielo.
Nos regala otro poema, que hace parte del libro En el traspatio del cielo (1993).


.jpg?u=https%3A%2F%2Fimages.ctfassets.net%2Fjecnfi8tljxk%2F2CAzphFmm8ODVwYEm4yBVD%2F155b39dfc4d593ba4709d92e63528d6f%2FDise_o_sin_t_tulo__22_.jpg&a=w%3D870%26h%3D590%26fm%3Djpg%26q%3D80&cd=2023-08-23T18%3A11%3A46.244Z)
.jpg?u=https%3A%2F%2Fimages.ctfassets.net%2Fjecnfi8tljxk%2F598lmxHT1ZW4UtmpPxp61T%2F64f1f7d2f732aaed4d38f2e7673ed62c%2FDise_o_sin_t_tulo__6_.jpg&a=w%3D870%26h%3D590%26fm%3Djpg%26q%3D80&cd=2023-08-23T18%3A11%3A46.665Z)
