“¡Va a nacer, va a nacer!”, gritaba entre las pausas de los dolores de parto. Estaba a medio camino del puesto de salud del corregimiento La Floresta, en el pueblo minero de Yolombó, Antioquia, cuando su cuerpo, sabio y húmedo tras haber roto fuente, le advirtió que era momento.
Tendió su ruana en el piso mojado por la lluvia nocturna y comenzó su labor, asistida nada más que por su esposo incrédulo, nervioso y torpe. Respiró, pujó y parió. Así fue como la escritora de cuentos infantiles y juveniles Marcela Guiral llegó al mundo: con su papá, por obligación, siendo el partero de su nacimiento.
Cuando la invitamos a regalarnos una palabra para abrazarnos en esta semana de letras y relatos, sin darle muchas vueltas al asunto la autora eligió el vocablo partería. Guiral lleva dos años de maestría estudiando la presencia o, mejor, la ausencia de la mujer en la historia oficial de la Medicina y ha descubierto que, a pesar de su exclusión, han sido las matronas, curanderas, parteras y yerbateras las que la han hecho posible estando tras los momentos más vitales.
Al hilar alrededor del sentido de la partería en su vida, más allá de las búsquedas académicas, el recuerdo borroso de su nacimiento llegó de nuevo a su mente, como si sus padres lo estuviesen narrando otra vez. Aquella palabra que habita sus conversaciones, define sus grandes preguntas y puebla sus libretas de apuntes terminó dándole luces, sobre todo, de su origen como ser humano.
“A veces buscamos las respuestas afuera y basta con recordar, es decir, pasar de nuevo por el corazón, para hallar las raíces de lo que somos; nada es gratuito”, afirma la escritora.
Matronas, parteras y saberes femeninos
Siempre han estado. Desde las matronas africanas que entre percusiones asistían los nacimientos, hasta las curanderas indígenas precursoras de los primeros partos en agua de río. Sin embargo, su existencia ha tenido que resguardarse de la cíclica exclusión.
La historia y la literatura lo ha registrado: Séfora y Fúa son mencionadas en el libro del Éxodo de la Biblia católica por no haber acatado las órdenes de un faraón egipcio, y Agnodike, que se disfrazó de hombre para ejercer la partería en Atenas, al ser descubierta fue obligada a desnudarse y llevada a juicio por desempeñar una profesión masculina.
“¿Cómo puede ser que se nos prohibiera estar en el ámbito de nuestra propia sanación, cuando quienes conocemos nuestros cuerpos somos nosotras mismas?”, cuestiona Marcela, pensando en su madre a la que, sintiendo el parto llegar, un médico envió a casa porque, según él, todavía faltaba una semana para dar a luz. Esa misma noche nació la escritora.
No es casualidad que Sócrates, inspirado en las prácticas de su madre partera Fenáreta, haya reorientado la palabra mayéutica, que indicaba “el arte de partear”, al ámbito filosófico. Usó el vocablo para referirse al “arte de ayudar a parir conocimientos” a través de preguntas y guías. Aun así, las mujeres no eran bienvenidas en sus clases.
Esta exclusión tuvo como producto una suerte de pacto: las mujeres cuidarían, aunque fuera a escondidas, a otras mujeres. Así comenzó a tejerse una red de saberes, expresiones y prácticas propias de la feminidad haciéndose campo en la ciencia.
No es necesario viajar milenios ni kilómetros para comprobarlo. En Antioquia también existió una Agnodike que tuvo que vestirse de hombre, hasta con leontina en su traje, para, clandestinamente, atender consultas médicas. Juana Quevedo, junto a muchas otras mujeres, como Clara Glottman, que fue la primera mujer graduada en Medicina en 1947 de la Facultad de la Universidad de Antioquia, abrió caminos para que la sanación dejara de estar reservada a la masculinidad.
Hoy, décadas después, los escenarios de las ciencias de la salud están repletos de mujeres, pero aún existen barreras y estigmas en las aulas y los hospitales, dice la escritora.
Partería para asumir al presente
Si bien la partería es el ejercicio de acompañar un parto, este no necesariamente implica dar a luz un bebé. Podemos parir ideas, pinturas, textos, creaciones y soluciones. Por eso, Marcela nos hace una invitación: ajustar el significado de esta palabra y ponerla en práctica en el presente usando la creatividad y la imaginación.
“Todos podemos dar vida o acompañar el nacimiento de muchas cosas y esta pandemia nos ha mostrado que el arte es lo que nos salva. Ver cine, pintar un mandala, tejer, jugar, escribir… todo eso es una partería, es convertirnos en los vehículos de la creación”, explica Marcela.
Para ella, “no importa el oficio que tengamos ni qué tan bello o feo es lo que parimos, si nos vinculamos con el arte estaremos constantemente esculcando nuestros adentros y alumbrando nuevos caminos. La partería es el llamado de nuestros tiempos si la entendemos desde el pensamiento mágico de los niños, si la abrazamos como la capacidad que todos tenemos de estar creando”.




