Libros sobre fotografía

La luz que aprendimos a ver

El Laboratorio de Fotografía de la Biblioteca Comfama de Itagüí es un espacio de experimentación donde se exploran las múltiples dimensiones de la mirada para descubrir en la fotografía una forma de narrar el mundo.

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La luz que aprendimos a ver
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El fetorreportero brasileño Sebastião Salgado afirmó que la fotografía es el arte de pintar con la luz. Una luz que juega con las sombras, que se esconde y aparece para revelar una forma del mundo. Esa luz emotiva, con la que Salgado exploró la condición humana, es la que buscamos en el Laboratorio de Fotografía de la Biblioteca Comfama de Itagüí.

Sin embargo, esa luz suele ser escurridiza, y más con la incertidumbre de los climas del trópico; pero a pesar de esto, Jorge Marín siempre es el primero en llegar al Laboratorio. Con su mochila al hombro, su libreta en la mano y el brillo de la curiosidad en los ojos, Jorge suele empezar la tarde buscando libros sobre fotografía e imagen. Entre sus manos, por ejemplo, pasó Cómo hago fotografías. 20 consejos de Joel Meyerowitz, un libro que lo animó a entender la cámara como licencia para mirar, como un ejercicio de atención más que de técnica.

Empezó a tomar fotos con su celular, un viejo iPhone 5s que parecía poca cosa frente a las cámaras profesionales, pero bastó ver sus primeras imágenes para que todos nos quedáramos en silencio. Su mirada era clara y espontánea, llena de una poesía cruda que capturaba realidades profundas. Su tema favorito: personas solitarias en las calles. En sus fotos, esos hombres y mujeres anónimos, bajo la sombra de un poste o cruzando una avenida vacía, se convierten en testigos silenciosos de un mundo que suele pasar desapercibido.

Las fotografías de Jorge aparentan ser simples, pero con detenerse unos segundos se puede sentir toda la complejidad escondida en esos encuadres: la melancolía, la soledad, la resistencia. Su forma de mirar es, al mismo tiempo, poética y brutalmente real. Esa tensión entre lo íntimo y lo social resonaba con Sobre la fotografía, de Susan Sontag. La autora advertía que las imágenes no solo reflejan, también intervienen en nuestra forma de mirar y de habitar el mundo.

En una de nuestras sesiones del laboratorio, conocimos a Daniela Betancur, una fotógrafa de la ciudad que compartió con nosotros su experiencia en fotografía análoga. Para Jorge, fue un punto de inflexión. Escucharla hablar del tiempo que requiere pensar cada disparo, de la emoción de esperar el revelado, lo llevó a tomar una decisión: compró su primera cámara análoga. Desde entonces, Jorge piensa dos, tres, hasta cinco veces antes de apretar el obturador. Ya no se trata de disparar en ráfaga, sino de elegir, de respirar antes de congelar un instante. Esa misma idea vibra en El arte de la fotografía de Bruce Barnbaum, un libro que nos recuerda que más allá de parámetros y técnicas, cada imagen es una expresión personal, una búsqueda de voz propia entre luces y sombras.

Al igual que Jorge, Luz Dary, otra de las participantes del Laboratorio, también contagia su amor por la fotografía. Ella comparte tanto su conocimiento técnico como su pasión por este arte, que se transmite como un fuego sereno. Sus retratos y paisajes, capturados en sus viajes por Suramérica y Antioquia, son postales íntimas y profundas de un mundo que mira con respeto y asombro. A veces, en las fotografías de otros, encontramos espejos: detalles que nos vinculan con lo que vemos a pesar de no conocer lo que se muestra. Un efecto que Roland Barthes conceptualizó en La cámara lúcida con la noción del punctum: una punzada que atraviesa al espectador y convierte cada fotografía en una experiencia única y personal.

Los más jóvenes, armados solo con sus celulares, aprenden cada semana a captar los detalles más pequeños: la textura de una hoja, la sonrisa fugaz de un desconocido, el juego de luces en un charco después de la lluvia. A pesar de que aprender sobre el triángulo de exposición —velocidad, apertura, ISO— no es fácil cuando apenas se empieza y no se tiene una cámara en casa, eso no los detiene. Por suerte, en la biblioteca contamos con una Canon Rebel T7, que circula entre las manos temblorosas de quienes se atreven a probarla por primera vez. Con miedo, sí, pero también con emoción, toman sus primeras fotografías con una cámara “de verdad”.

Cada martes a las cuatro de la tarde, el Laboratorio se convierte en un cuarto oscuro, no solo para revelar y compartir esas miradas, también es un espacio de descubrimiento y experimentación. Allí entendemos que la fotografía no es solo una imagen bonita: es una forma de contar quiénes somos, de escribir una pequeña historia en el tiempo. En medio de cámaras prestadas, libros compartidos y sueños que se revelan como negativos antiguos, comprendemos que en esta biblioteca estamos aprendiendo a mirar. A ver el mundo. A vernos a nosotros mismos.

Por: Daniel Martínez Villamil