Hay sucesos que parecen no tener explicación, que suceden bajo la fuerza misteriosa del azar, pero que cambian la vida de un ser humano para siempre. La primera vez en la escuela, un viaje a un lugar inolvidable, la coincidencia con una persona inspiradora, palabras que llegan en un momento justo. Todos esos encuentros poseen una magia que permite abrir las ventanas de par en par, imaginar el mundo desde otras perspectivas y hallar dentro de sí un fuego intenso para iluminar los días.
En la vida de Carlos Sánchez Marín, escritor y gestor cultural de diecisiete años, hubo un encuentro revelador. Un día, mientras cursaba el séptimo grado en el colegio La Paz de La Ceja, su profesora Sandra le solicitó una tarea muy particular: elegir un libro de una lista y exponerlo en clase. De esa lista el que más le llamó la atención fue El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince; una obra que le generó algo que hasta entonces no había experimentado: el disfrute de la lectura.
Luego de este libro vinieron muchos otros y con ellos apareció en su vida el género de la poesía. Para aquel curso, Carlos llevaba una bitácora en la que escribía palabras, instantes, colores, frases que llegaban a sus sentidos: “Empecé a escribir más que todo poesía, desde el principio fue la poesía. Para otra tarea del colegio había que hacer un soneto; yo hice algo con demasiados versos que leo ahora y me parece muy malo (risas)”.
Contar en versos el mundo interior
La poesía aparece para causar erosión, para liberar el alma, para agrietar las penas, para inventar el mundo, para recordar lo bello. Estos ejercicios iniciales de escritura lo alentaron a continuar y aquella bitácora de sensaciones y pensamientos sueltos fue cobrando una forma artística cada vez más sólida.

En el 2018 empezó a participar, motivado por la misma docente, en los talleres de escritura creativa de las bibliotecas Comfama, a cargo de Juan David Jaramillo, y allí encontró los matices de su propia voz, adquirió la confianza y los conocimientos necesarios para tomarse en serio el oficio de escritor. “Elegí la poesía porque me parece un ejercicio más sincero. Al principio fue un ejercicio de catarsis, de alguna manera así sigue siendo solo que con un juicio más comprometido con lo que se escribe. La poesía me permitió desahogarme, soltarme, protestar sobre todo eso que me atraviesa”.
A la par de su proceso en el taller de escritura, participaba en mundiales y mandaba sus obras a diversos concursos. “Yo escribo mucho del azar, de lo que vaya llegando, no tengo como una búsqueda muy clara, pero si hay unos temas que me interesan. El cuerpo, el tiempo, cómo el tiempo atraviesa el cuerpo, la memoria. También he escrito cuentos y allí busco la belleza de lo cotidiano, volver a un tipo de literatura que juegue con lo cómico, que te haga reír pero que en el fondo exprese un conflicto, una crítica”.
Su escritura es muy orgánica, muy espontánea. A veces le llega un verso, unas el final de la historia, otras el poema completo: “Lo escribo entero y ya después lo reviso, miro qué fue lo que escribí y realizo unos ajustes mínimos sin intentar cambiar mucho esa esencia de la primera versión”. En el taller de escritura surgió una convocatoria para publicar, y motivado por Arbey Salazar, promotor de lectura de nuestras bibliotecas, decidió recopilar algunos de esos poemas que había escrito, editarlos, organizarlos y en el 2019 presentar un libro, su primer libro.
La poesía no siempre brota del corazón
Su libro, llamado Bulimia, quedó seleccionado en la franja de Escritores incógnitos de Comfama y fue presentado en la décimo tercera edición de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. El título hace referencia a una metáfora muy particular: “La metáfora de este vomitar, de que no siempre la poes ía es algo desde el corazón, sino más como desde las tripas”.
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En este libro hay poemas de lo cotidiano, de todo eso que ve mientras recorre las aceras de La Ceja, el municipio en el que vive desde que su familia fue desplazada de Nariño, Antioquia, desde el 2003. “En La Ceja hay una cosa muy bella y es el parche en la acera, el poder estar por ahí caminando, conociendo y conversando con otros”. Actualmente vive en una finca con sus padres y su hermano mayor, de quienes agradece haber tenido el apoyo incondicional para emprender su carrera literaria y cultural en un país donde “es difícil vivir de la literatura y del arte”. Incluso, luego de haberse graduado el año pasado del colegio, desea iniciar sus estudios en Filología hispánica en la Universidad de Antioquia.
“Cuando estaba en once, el año pasado antes de la pandemia, yo a veces pasaba por los salones a hablar de literatura, de poesía, daba talleres de cuento, y es muy bacano cuando nace esa chispa de lectura o de escritura en el otro, cuando la gente me dice que gracias a mí empezó a escribir; eso es muy bonito”. Su labor como artista no se ha quedado solo en el papel. Con la publicación de su libro nació el colectivo Ágora y durante la cuarentena fundó, junto con cinco amigos, Pecíolo Editorial.
El fuego que se comparte con otros
Un libro es un producto que requiere del trabajo de muchas manos. Para que Bulimia saliera a la luz, se unieron al joven escritor, Carlos Gallego como ilustrador y Federico López y Alejandro Aguada como gestores para conseguir los fondos y promocionar la obra. Dentro de este equipo pensaron que "sería chévere que más gente pudiera publicar", entonces empezaron como editores y luego decidieron ser un colectivo artístico.
En la actualidad, Ágora está conformado por doce personas y pretende “buscar espacios para que los artistas locales tengan oportunidad de mostrar lo que hacen”. También, desean expandirse de La Ceja y construir una agenda cultural dinámica y completa, con música, teatro y poesía, para que “la gente que vive aquí o que llega de visita tenga la posibilidad de programarse culturalmente”.
Meses después, en junio del 2020, convocaron en Argentina a la segunda edición del Mundial de escritura. Desde el taller con el profesor Juan David se animaron a participar y se conformó un grupo de diez personas para realizar ejercicios de escritura durante catorce días. Leyeron el material y seleccionaron los textos que los iban a representar. Aunque no ganaron, pensaron en publicar todo lo que habían escrito. Al tiempo, salió una oportunidad para editoriales en Medellín y Carlos se juntó con otros cuatro compañeros para presentarse como una editorial independiente. El nombre sale en el afán por participar: “Pecíolo es la parte que une al tallo y que trasmite los nutrientes del suelo a las hojas, ahí está la metáfora”.

Esta convocatoria tampoco la ganaron, pero quedó la inspiración para trabajar seriamente. Empezaron a realizar mundialitos entre los miembros de la editorial para animarse a escribir con la intención de que “el ganador tuviera un texto más en la publicación”, la cual viene en camino. Además, organizan charlas, conversatorios virtuales, talleres de escritura y retratos poéticos de lugares de Medellín.
En la mesita de noche de Carlos Sánchez siempre hay un libro de poesía, un libro de cuentos y una libretica donde toma todos sus apuntes, donde la llama de su escritura comienza a calentar la hoguera para llegar a otros. Por ahí han pasado los clásicos, los libros de sus amigos, los críticos, los poco conocidos, pero sobre todo los versos que le han servido de inspiración para encontrarse a sí mismo en lo que escribe.