Carta para sanar una herida

Se escriben cartas de amor
Carta para sanar una herida

Querida Lorena,

Te hablamos los integrantes de dos clubes de lectura. Nos resultó inevitable escribirte, tu libro nos produjo tantas emociones que era necesario dejarlas salir, que corrieran como ese río por el que baja tu novela, ese río que es una herida, Esta herida llena de peces. Tu texto nos tocó las fibras, Lorena, la forma cómo describes la maternidad y el ser hijo, la forma cómo te paras en esas dos posturas, nos hizo identificarnos, reflexionar y cuestionar la relación entre ambos roles, un lugar que todos hemos ocupado, ya sea en una o en otra posición, pero en todos los casos siempre de manera diferente.

Por otro lado, nos procuraste un viaje por el río Atrato, ese mismo que, en palabras de una de las integrantes de uno de los clubes, “va y va y lleva y trae y une, alboroza, corre, embiste, saca luz a la luz y oculta materias vivas y muertas, muertos muertos y muertos vivos, río evocador, marrullero, tenebroso… Pero rio que ríe y une y separa”. Además, nos hiciste partícipes de diferentes aspectos de la cultura chocoana, algo que agradecemos quienes hemos tenido algún acercamiento a dicha cultura, pero que celebramos todavía más quienes nunca hemos pisado el territorio donde se asienta la novela.

Seguro sabes que una de las cosas que más se disfruta en los clubes de lectura es hacer visible lo invisible y experimentar otras cosas que en la lectura individual no fue posible ver o sentir. Este libro nos hizo analizar, por ejemplo, que quizá las montañas son para los antioqueños de la zona andina lo que el río para los chocoanos.

También nos hizo hablar de un tema que usualmente eludimos: la guerra, esa por la que ha pasado Colombia, esa que nos recuerda que leemos para interpretar y comprender el mundo desde diferentes perspectivas, para conocer nuestra historia, para resignificar nuestras posiciones personales, para comprender de dónde venimos. Sentir en el libro la guerra sin tapujos, cruel y despiadada nos recordó que no podemos olvidar los hechos de violencia que han marcado nuestro devenir como sociedad. A propósito de esto, otra de nuestras compañeras escribió: “Me dolieron los huesos pensando en tanto dolor y pobreza de mi gente, la que no sale en telenovelas y noticieros […] Ojalá no olvidemos nunca la piel y el dolor, que esta herida llena de peces no se nos olvide nunca y que podamos sanarla con nuestras acciones y buenos deseos, algún día”.

Te estarás preguntado, Lorena, quienes son estos que te escriben tan torrencialmente. Como te decíamos, somos los integrantes de dos clubes de lectura. Nos reunimos semanalmente en la Biblioteca Comfama La Ceja, aunque ahora que nos dirigimos a ti somos una voz colectiva. Por casualidad los dos clubes de lectura empezamos a leer el mismo libro al mismo tiempo. Eso nunca nos había ocurrido. De hecho, los dos clubes somos muy diferentes. El primer club está dirigido a adultos: se llama Clásicos Contemporáneos, debido a que leemos dos libros al tiempo, como su nombre lo indica, uno clásico y otro contemporáneo, para así poner a dialogar las épocas, las perspectivas y los lenguajes empleados en dos obras distanciadas en el tiempo entre sí.

El segundo club está integrado por jóvenes, se llama Voces Ficcionadas. En este espacio leemos de todo tipo de obras. Nuestra estrategia es jugar con la literatura y las experiencias de vida a través de las temáticas que nos proponen los libros.

Entonces, como ya habíamos comentado, seleccionar Esta herida llena de peces en ambos clubes no fue premeditado. En el club juvenil, se dio por una apuesta que hicimos mientras leíamos La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. El ganador de la apuesta seleccionó tu libro porque lo tenía en la lista de pendientes. En realidad, la apuesta la ganaron dos personas, por lo que fue preciso desempatar. Quien no ganó la segunda ronda, abatida por perder el derecho a elegir el próximo libro, decidió evitar el primer encuentro en el que hablaríamos de tu novela. Sin embargo, al segundo encuentro llegó fascinada e identificada con la lectura.

Es más, ella le escribió una carta a un integrante del otro club en la que le dice: “Todos los juegos y costumbres que habían empezado a tener, aun sabiendo que no era su hijo, que era ‘prestado’, me hizo pensar en mis padres, que tampoco son mis padres pero que no han dudado en dármelo todo […] Personas que decidieron quererme antes de que hubiera podido comprender qué pasó con mi Ma, qué pasó con mi Pa. Definitivamente sentí empatía por el niño, pero sobre todo hacia la madre”. La autora de esta carta se abrió con el resto del grupo, nos contó que ella era adoptada. Al terminar el libro, lloró tanto que, mientras les contaba a sus padres lo duro que le había parecido el final, les anunció que no quería volver a leer.

Y es que el desenlace de la novela es desolador: “Hay tanto dolor al final. Uno se queda sin aliento cuando lee la masacre. Se queda sin palabras, se pregunta cómo se puede ser tan bárbaros y seguir perteneciendo a la especie humana… Se pregunta por qué pasan estas cosas y… No pasa nada. Matan a la gente, la desalojan, la humillan, le quitan la dignidad… Y todo sigue igual”.

En el club de adultos, surgió el título Esta herida llena de peces en alguna de nuestras conversaciones, lo que provocó que alguien confesara que lo estaba leyendo con otro club de lectura en el que también participa. Estábamos ad-portas de acabar el libro clásico, entonces nadie tuvo problema en elegir el tuyo, principalmente por su temática, para ser el próximo libro que nos acompañaría. Si tienes curiosidad en saber, lo leímos al tiempo con Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway. Encontramos varios puntos en común, entre ellos, la guerra, la violencia y las fuerzas de otros seres que influyen sobre nosotros.

En cierto punto, se nos ocurrió la idea de cruzar cartas entre los dos clubes. Queríamos poner a dialogar la experiencia de lectura de dos grupos tan distintos. Todos los fragmentos entre comillas que te hemos compartido hasta ahora en esta carta hacen parte de ese ejercicio. Así, por ejemplo, alguien se aventuró a lanzar un cuestionamiento: “Me pregunto si también en tu proceso de lectura la vida de esa mujer que sueña con ser dueña del vientre que albergó su niño, te confronta y surge la empatía y el asombro ante los momentos tortuosos que a cada vuelta de la canoa dejan escapar la nota tensa de un peligro que asecha”.

Resultó ser un ejercicio de intercambio generacional, pero también una forma de conocernos y acercarnos. Las cartas se intercambiaron entre adultos y jóvenes. Posteriormente, fueron leídas en voz alta para generar nuevas conversaciones. Se leyeron tanto las que escribió cada uno como las que llegaron del club contrario. En el club de adultos, los integrantes se conmovieron con lo relatado en las cartas, mientras que en el club juvenil se sintieron deslumbrados por la forma de escribir de aquellos. Una frase plasmada en otra de las cartas resume lo que significo este ejercicio de manera general: “Compartir contigo mi experiencia, lector desconocido, fue una oportunidad más de disfrutar la obra”.

Querida Lorena, la herida que abriste en nosotros con tu escritura solo podía ser sanada de la misma forma. Tienes aquí, entonces, el resultado de un proceso de cicatrización colectiva. Añoramos que esta carta llegue a tus manos y, por qué no, recibir una de vuelta.

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