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La Piloto, 70 años de un sueño latinoamericano

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La Piloto, 70 años de un sueño latinoamericano
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La ciudad está de fiesta porque la Biblioteca Pública Piloto está cumpliendo años. Durante siete décadas de funcionamiento ininterrumpido esta biblioteca se ha posicionado como uno de los corazones culturales de Medellín, de Colombia e, incluso, de América Latina y el mundo. En la actualidad, cuenta con una de las colecciones patrimoniales más importantes de la región, es el epicentro de centenares de actividades artísticas y educativas, es una de las principales impulsoras de la producción literaria local, es la cabeza del Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín, opera los llamados Eventos del libro de Medellín y está desarrollando un vanguardista proyecto de biblioteca digital. Por eso vale la pena recordar cómo llegamos a tener semejante “puente entre tiempos”, como la llaman algunos. 

La Medellín obrera de los años cincuenta carecía de espacios para la educación y la cultura. Era una ciudad con un acelerado crecimiento industrial, en el que las fábricas pululaban, mientras los y las trabajadoras venían de todas partes para ocuparlas. Sin embargo, la infraestructura básica para garantizar los derechos de estas personas no crecía a la misma velocidad. Fue entonces cuando la diplomacia local se enteró de una iniciativa de La Unesco para instalar una biblioteca en el hemisferio occidental que sirviera como referente para la creación de otras bibliotecas en el continente americano. Si bien eran varias las ciudades en Centro y Sur América interesadas en acoger el proyecto, Medellín terminó por ser elegida, dicen algunos, debido a la cantidad de población de obreros y obreras con la que contaba para ese entonces. De modo que, hacia el año 1952, la Unesco y el Gobierno se pusieron de acuerdo para darle vida a la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina (BPP).  

Dado que desde sus inicios La Piloto, como es llamada cariñosamente, fue pensada con el objetivo de ser un modelo de funcionamiento para las bibliotecas públicas a lo largo del continente, su idea base siempre ha sido que los gobernantes y las instituciones vean a esta institución como un ejemplo para impulsar nuevos proyectos similares. Gracias a La Piloto son muchas las bibliotecas que han nacido o se han consolidado. Además de lo anterior, esta institución fue pensada con la idea de “hacer frente a las necesidades especiales de los recién alfabetizados, en ofrecer servicios bibliotecarios a los niños y en constituir un centro de educación popular para la comunidad”, dice Gloria Maria Rodríguez Santa María, experta en bibliotecas públicas, en un texto inédito que escribió para una conferencia. Ella misma, que alguna vez tuvo la oportunidad de entrevistar al primer director de La Piloto, recuerda que él le contó que hubo una época en la que realizaban actividades directamente en los dormitorios de las personas que trabajaban en las fábricas.  

Aquella pequeña anécdota reafirma que La Piloto nunca fue pensada solo como un edificio, la intención con su creación siempre fue que la biblioteca se extendiera como una espora llevada por el viento. El mensaje era sencillo, pero contundente: “Las bibliotecas son esenciales para la democracia”. Cuenta Rodríguez en el mismo texto recién citado que “para el año 1959 la biblioteca contaba con 8 sucursales, un bibliobús con 37 paradas semanales en fábricas, escuelas y barrios, y 5 puestos bibliotecarios”.  

En una ciudad con tanta agitación, con tanta urgencia de intervención sobre la naturaleza, con tanto afán de modernidad, la memoria del territorio y sus pobladores sufrió fuertes agresiones. Esto puede explicar el hecho de que La Piloto empezara a asumir una labor de biblioteca patrimonial. Ante semejante amenaza en contra de la memoria, esta biblioteca respondió conformando colecciones de documentos, fotografías y otros objetos que permitieran dar cuenta del devenir de la historia. Se convirtió, entonces, en un espacio para la conservación del pasado, una plataforma para el recuerdo. Pero esto no le quitó su naturaleza de proyección hacia el futuro. Un ejemplo de ello es lo que hoy en día está haciendo con su Cosmoteca, una plataforma digital que aspira a ser tan basta como el universo, agrupando en un solo lugar contenidos en diferentes formatos, bajo un esquema que abre variadas posibilidades de interacción con los mismos.

 

Tanta era la intención de que La Piloto mostrara el camino hacia el futuro, que el edificio construido para su funcionamiento fue establecido en la zona donde estaba proyectado el crecimiento de la ciudad. De esta manera, quedó ubicada en el corazón de uno de los barrios más icónicos en la actualidad, muy cerca de las dos universidades más importantes y a unas cuadras del centro administrativo municipal y departamental. Natalia Duque, profesora de la Escuela Interamericana de Bibliotecología y quien además fue habitante del barrio Carlos E. Restrepo, como usuaria, considera este espacio un refugio y, como profesional de la bibliotecología, confirma que es un escenario ideal para entender cómo debería funcionar una biblioteca pública.  

A causa de problemas legales relacionados con la definición de la instancia gubernamental encargada de su administración y financiación, la biblioteca sufrió una disminución dramática de sus actividades entre las décadas del 60 y 70. Fue tanta la desocupación que incluso el edificio llegó a ser alquilado para fiestas. Y es que era un espacio propicio para ello, con sus galerías amplias, iluminadas y ventiladas. Pero eso no duró por mucho tiempo, ya que la comunidad reclamó su lugar y las actividades culturales recibieron un nuevo aire. El movimiento de los primeros años volvió a tomar su curso, pues entre las personas se instaló la idea de que allí sucedía de todo: teatro, cine, conciertos, encuentros, concursos. La Piloto empezó a ser reconocida como la gran casa de la cultura de la ciudad. Proceso que se consolidó gracias a la Constitución del 91, la cual abrió las puertas para que la biblioteca alcanzara una independencia administrativa y contara con recursos económicos fijos.  

También contribuyó a tal posicionamiento el hecho de que varios escritores de la ciudad la convirtieran en su centro de operaciones, fuente de lecturas y laboratorio para experimentar con el lenguaje. Se puede decir que algunos, como Manuel Mejía Vallejo y Jaime Jaramillo Escobar, incluso la tomaron como última morada o, por lo menos, como el lugar ideal para despedirse de sus lectores y amigos. El poeta nadaísta, de hecho, fue velado en las instalaciones de la biblioteca antes de que su cuerpo desapareciera de este mundo. Tatiana Jaramillo, promotora de lectura independiente, cuenta que encontró el oficio al que hoy se dedica en el taller de escritura de Claudia Ivonne Giraldo, otra de las autoras que formó a nuevos escritores en La Piloto. Y agrega Tatiana que allí, a causa de la contemplación de los espacios verdes de la biblioteca, le nació el gusto por los jardines.  

De los noventa para acá la biblioteca no ha parado de crecer. Sus servicios, actividades y colecciones siguen en aumento. Sin embargo, a pesar de toda la agitación que cada tanto se experimenta allí, sigue conservando dos características tradicionales que muchos usuarios buscan en una biblioteca: una selección de materiales documentales valiosos y un espacio propicio para la concentración. Mauricio Arbeláez, filólogo hispanista, cuenta que cuando conoció La Piloto quedó deslumbrado, se dio cuenta que allí había libros que no estaban en las otras bibliotecas que conocía. Además, que tenía una colección de cine en VHS y unas fotografías patrimoniales invaluables. Afirma también que en ningún otro lugar ha leído tan cómodo como lo ha hecho allí.    

Por: Santiago Velásquez Yepes