En 2024, la relectura de textos canónicos como La vorágine marcó el compás del campo literario. En paralelo a este acontecimiento central, hubo otros acontecimientos como la reedición, cinco décadas después, de la novela pionera del antioqueño Félix Ángel. Un acto de justicia con quien empujó el nacimiento de otras formas de expresión y de vida.
¿Por qué ahora y no antes? Eso fue lo primero que pensé cuando supe que Te Quiero Mucho Poquito Nada había sido reeditada, tras casi cinco décadas de permanecer en esa otra forma de sombra y de silencio que es la leyenda. En 1975, la aparición de la novela del artista visual antioqueño Félix Ángel escandalizó a la respetable ciudadanía de Medellín y a su distinguida clientela, a quienes el libro estaba, por demás, dedicado. Dice la leyenda, corroborada por el propio autor en el prefacio de la reedición, que el libro despertó una suerte de ira santa entre los feligreses de la parroquia antioqueña, indignados de que les dijeran en la cara que ellos podían tolerar cualquier desgracia menos que un hijo les saliera marica.
También en mí caso fue el mito de Te Quiero Mucho Poquito Nada como novela maldita lo que me impulsó hacia ella. Y, por supuesto, la curiosidad de indagar en referentes de autorrepresentación de sexualidades proscritas. Es decir, la necesidad de leer para encontrar las claves del propio destino. Confirmaciones, vaticinios, anticipaciones. Cosas, quizá, extraliterarias. Tres o cuatro veces, en los últimos años, fui a igual número de bibliotecas en donde sabía que la novela se conservaba, pese a los intentos de muchos de negar su existencia, y la sacaba en préstamo para saborear no solo el pequeño triunfo de un acto creativo sino la persistencia del deseo, su resistencia a ser vencido; “la esencial capacidad de la existencia para mostrarse”, se lee en el prólogo de la edición de 2024, a cargo de uno de sus responsables, Cristian Suárez-Giraldo.
La reedición, a cargo de la editorial Eafit, cambiará, no hay duda, la relación de los lectores con la novela, sus formas de acercarse materialmente a ella. ¿Qué viene para un tesoro más o menos escondido cuando se expone abiertamente a la luz? Ser sometido al escrutinio del tiempo que es en lo que consiste, en el caso de la literatura, el acto de releer. Yo sentí la invitación a visitar la novela en las condiciones del presente. Y me acometió cierto temor o recelo en la tarea. ¿Sobreviviría, en estos tiempos de aparente apertura y flexibilidad, la sensación de la primera lectura: la de algo que quema entre las manos, tal como dijo en su momento Alberto Aguirre, el único librero que la vendió? ¿Vive aún en mí el lector que fui y el hombre que no era ? No quiero dilatar la respuesta. Definitivamente sí.
Ni los años transcurridos ni las experiencias acumuladas ni el aprendizaje de la desilusión le han quitado al libro-collage-historieta-álbum de Félix Ángel aquella cualidad que advertí en el pasado, en esa primera vez: la extrañeza. O, dada mi condición de lector gay: lo cercano distanciado. La vida desnuda pero vista con los lentes de la literatura, lentes que al deformar aclaran. Te Quiero Mucho Poquito Nada siempre se me presentó como un objeto que —luego de quemar— se escurre entre los dedos. Por qué —me preguntaba antes y me sigo preguntando hoy— en los años setenta del siglo pasado la novela colombiana se permitió gestos experimentales mucho más difíciles de encontrar hoy, en las nuevas narraciones.
En la década de 1970, se produjeron en las cuatro principales ciudades del país novelas que sacudían los cimientos (es decir, los valores) de la clase social a la que pertenecían los autores: El cadáver de papá de Jaime Manrique Ardila en Barranquilla, ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo en Cali, Los parientes de Ester de Luis Fayad en Bogotá y Te Quiero Mucho Poquito Nada de Félix Ángel en Medellín. Era como si los miedos y ansiedades de una sociedad que se arrimaba al futuro con incertidumbre tuvieran un golpeteo en las formas de narrar que ya no podían cristalizar en relatos que progresaran confiadamente hacia un fin. Los personajes principales de estas novelas (quizá con excepción del Gregorio Camero de la novela de Fayad) están en movimiento hacia algo nuevo, mientras que la estructura social luce inmovilizada, o esforzada en ocultar las fuerzas que la corroen desde adentro.
Pipe Vallejo, el personaje principal de Te Quiero Mucho Poquito Nada no tiene forma fija en la novela, y casi no tiene voz propia, aunque a veces le es transferida la del narrador principal. ¿Podría ser de otra manera? ¿Podría la inquietud vital de Pipe Vallejo verterse en un texto ordenado o seguro de su capacidad de comunicar? En Pipe Vallejo se pone en juego la vida misma como ensayo, la urgencia de fundar en el deseo un ethos propio en que las tradiciones heredades se cuestionen radicalmente. Pipe Vallejo cuerpo en fuga. Pipe Vallejo texto estallado, entidad a la vez granítica y flotante. Te Quiero Mucho Poquito Nada es novela de formación y libro experimental, no solo en su concepción y escritura sino en su producción autogestionada que interpeló al campo editorial de entonces señalando sus límites.
En Pipe Vallejo se escenifica la urgencia de huir para encontrar la vida, la verdadera vida, en otra parte. Para darle entidad a esa urgencia la novela de Ángel se escapó de las formas convencionales, si bien parte de ellas. La primera parte de la novela tiene por título “Crónicas convencionales”. En ese inicio la protagonista de la novela es Medellín, que en las partes siguientes, “Las cosas sencillas” y “El tiempo detenido”, va a ser sacudida por la irrupción de Pipe Vallejo. El “Hombrecito-niña-niño-cacorro… Monstruo entero niñomediobello” que ocupa la novela se abría paso en el cuerpo textual como antesala del acto de empujar otras formas de existencia hasta hacerlas reales. Pero Te Quiero Mucho Poquito Nada no cabe simplemente en el espacio textual. Hay un algo más que está en el espacio vacío para el prólogo, en los otros espacios en blanco (para colorear o no) que hay dentro del texto, en los collages e ilustraciones que indagan en las formas de aparecer del cuerpo masculino en una sociedad que lo relegó a la vergüenza, o que, como ahora, insiste en su reificación, aunque por otros medios.
Te Quiero Mucho Poquito Nada es la novela de una identidad fisurada cuyos tanteos y tambaleos afectan la escritura misma, que se vuelve, no podría ser de otra manera, monstruosa.
Escribí años atrás en un texto que recogía una conversación telefónica con el autor y que fue publicado en 2016 en la extinta revista Arcadia. Evocando al joven que escribió Te Quiero Mucho Poquito Nada, y que ya era un artista visual reconocido (e interesado en el cuerpo masculino), Félix Ángel habló de la frustración de entender quién se es, pero no saber cómo comunicarlo, lo que termina por confinarnos a hablar con la pared (imagen que usa Ángel en su libro de poemas Todos ellos, de 2011). En ese sentido, la escritura, como hemos venido diciendo, hace existir.
“La intención ha sido siempre mover hacia adelante las cosas”, dijo Ángel en esa entrevista de Arcadia, para desmentir lo que muchos entendieron, a lo largo de los años, como escándalo gratuito. “Sentí la decepción de que no importaba lo que uno o cualquier otra persona hiciera, el medio no estaba interesado en avanzar”. La pregunta crucial a la que nos enfrenta esta relectura es si el medio (el campo artístico local y nacional) ha avanzado lo suficiente, no solo para integrar en su corpus a la novela de Félix Ángel, sino para que al hacerlo no le quite al libro su cualidad esencial. El ethos del libro queda inscrito en las páginas finales. En Washington, ciudad a la que van a dar tanto Pipe Vallejo como su creador, o en Medellín, donde quiera que se esté, permanecer extranjero, siguiendo las rutas del deseo y no las de la tradición o las del grupo, y ver como se abre paso la vida, “la maravillosa vida”. Palabras finales de la novela antes del FIN.


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