A menudo, una ciudad se convierte en un dato en nuestra memoria. Sabemos algunos de los nombres de las ciudades más importantes del mundo, sabemos algo de sus habitantes y de ciertas costumbres y personajes famosos. Pero, ¿qué sabemos de nuestra propia ciudad? ¿No es acaso toda ciudad importante por el solo hecho de contener una infinidad de historias y de posibilidades? Solo necesitamos las palabras y las imágenes para alabar el lugar del que provenimos, y permitir al mundo que viaje a través del tiempo y del espacio hasta ese lugar que nos pertenece.
Esto fue lo que hizo Orhan Pamuk en su magnífico libro Estambul: Ciudad y Recuerdos. Esta es una obra donde el autor, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2006, entrelaza su propia biografía con esta ciudad que hace parte de él, donde ha vivido desde su nacimiento. Pamuk describe la ciudad, las ruinas de los antiguos palacios construidos en el esplendor del antiguo Imperio Turco-Otomano, los barcos atravesando el Bósforo, todo como si estuviera hablando de una parte de su propio cuerpo.
El texto está inmerso en fotografías a blanco y negro de la ciudad en diferentes épocas, y del autor y su familia en el edificio que él siempre ha habitado. Al ver esas fotografías es inevitable pensar “ese niño se parece a…”, “alguna vez subí a un bus como ese”, como si habláramos de una ciudad que está a la vuelta de la esquina, y no de una ciudad que está a más de diez mil kilómetros de distancia. Esto es posible gracias a la cercanía que nos permite el autor y al prodigio de contener en unas palabras y en el papel las experiencias de una ciudad y de una vida entera.
También resulta inevitable pensar en nuestra propia ciudad de origen, y en cómo nos hemos configurado como personas gracias a estos espacios. Cualquiera sea el lugar, tiene tantas historias como habitantes ha tenido desde sus orígenes, y esa cifra seguramente no es muy pequeña. Habría que salir a explorar nuestro territorio más a menudo, mirarlo con ojos asombrados y fotografiarlo con mirada de explorador, para así darse cuenta de que una ciudad que es apenas del tamaño de un grano de arena respecto al resto del planeta, es un mundo entero lleno de belleza y todos somos importantes al ser parte de ella. Permitamos que nuestras mentes accedan a la magia que ocurre cotidianamente a nuestro alrededor y escuchemos las voces del tiempo, seguro tienen algo importante que contarnos.