Oficina portátil de impresión (Barba de abejas, 2022), es el rescate de una carta escrita durante la Navidad de 1844 o de 1845 (según explica el traductor y editor, Eric Schierloh, en la nota introductoria) por un autor desconocido, un tal B**** D****, cuya intención parece haber sido, únicamente, acompañar el regalo de una imprenta portátil a un sobrino suyo. D**** sabe que lo que su sobrino va a encontrar al abrir la caja -según la costumbre, estaría llena de juguetes y libros ilustrados-, es bastante inesperado. Se adelanta a la sorpresa con una explicación acerca de sus intenciones: “La caja contiene todos los elementos que conforman una imprenta en miniatura, con la que obtendrás no solo entretenimiento, sino que llegarás a formarte una idea sobre este arte incomparable y maravilloso -me refiero al Arte de Imprimir, del cual puede decirse que, en verdad, y más que cualquier invento humano, cambió la condición moral del mundo […]”. Más adelante, remata para despejar cualquier duda sobre el presente inesperado: “Podría haberte regalado algunos libros, pero con este regalo que te envío podrás hacer tus propios libros”.
Las palabras preliminares introducen la explicación práctica acerca de cómo operar la máquina (posiblemente una Cowper`s Parlour, propone Schierloh), formada por cajones con dos juegos de tipografías, un componedor y una regleta, una galera, un tablero para entintar, la tinta y un par de entintadores, incluso una esponja, un cepillo y una botella con potasa para limpiar la máquina luego. Paso a paso, el tío recorre la labor de componer las líneas de texto, pasarlas a la galera y acondicionar el papel para hacer una prueba de impresión, antes del tiraje definitivo. El libro no relata la suerte de la imprenta, si fue usada o, como muchos regalos navideños, se arrumó en el cuarto de los trastes viejos. Lo fascinante de la carta, sin embargo, es la promesa que entraña: de un objeto como este se derivan decenas, quizás miles de oportunidades nuevas de juego y de lectura.
La edición de Barba de abejas es una prueba palpable de lo que el desconocido B**** D**** intentó enseñarle a su sobrino. La cubierta está impresa en tipos móviles y los interiores en impresora láser. Uno a uno, los libros fueron compaginados y cosidos a mano. En el retiro de la contratapa, el lector se encuentra una muestra del hilo que se usó para fijar el único cuadernillo que compone la publicación; un gesto, nomás, que recuerda a las manos confeccionado el objeto. La edición es bilingüe, para conservar el original en inglés, y el ejemplar está numerado, lo que pone en evidencia la costumbre del editor de sacar tirajes limitados a 50 o 100 ejemplares por reimpresión. El proyecto, nacido en 2010, es una larga carta/manifiesto/instructivo, tanto por sus condiciones de producción como por los textos que elige publicar, para acercar la producción material de los libros al acto creativo del editor.
En su página web están las fotos del taller ubicado en la casa familiar, “un espacio compuesto por un angosto pasillo de 3x1 mt y un cuarto muy pequeño de 3x2 mts”, con un anexo más reciente (un antiguo lavadero), poblado por máquinas antiguas rescatadas algunas del desuso o de imprentas en vía de extinción. La afirmación es clara: no se necesita tanto para salvar la distancia que separa una idea de su materialización. También parece decir que la impresión -como la escritura y la lectura- es un ejercicio de la imaginación que, pasado por las manos y sin importar si es bajo el techo de una cocina o de una sala, narra y llena de sentidos (estéticos y políticos, por lo menos) al objeto, ese regalo final que es el libro.
