Reseña

Una alucinación

Sobre El yoga supremo de la editorial El Peregrino.

Cabecera Reseña El yoga supremo Carolina Sanín
Una alucinación
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El Peregrino, una editorial independiente y bogotana, acaba de publicar con audacia, en cuatro tomos espléndidamente encuadernados, una traducción de una traducción de un compendio de una vieja obra compuesta en sánscrito: El yoga supremo. No es un libro de ejercicios ni de figuras, como algún lector esperaría de uno recién publicado que tiene «yoga» en el título, pero sí es un libro de salud: contiene la posibilidad de limpiarse la suciedad que implica tomar las ideas por la realidad, y muestra la necesidad de entender que lo que damos por verdadero y final es un sueño y una alucinación y no es nada.

Como sucede con los libros que comunican un saber que no pasa, tratar de representar el contenido y el efecto de El yoga supremo dará un resultado impreciso e insuficiente. El libro es claro y se lee con facilidad audible y curiosidad corredora, mientras que se recibe con ignorancia perpleja. Al tiempo que la lectora ve las palabras, sabe que el texto actúa en ella de maneras milagrosas; que le resuena en un oído íntimo, distinto del intelecto, y que en él vuelve a inscribirse, no con los términos castellanos de la traducción, sino con las sílabas del original, que fue escrito en verso y se cantaba, que está remoto en el tiempo y que es tan extranjero como imaginario —y que coincide, además, exactamente con su traducción, a pesar de las intermediaciones, las variaciones, las sucesivas prosificaciones, los errores y las grandes diferencias que pueda haber, pues tal es la vida de un libro del destino—.

Las páginas se despliegan en imágenes y voces que explican la naturaleza del tiempo e ilustran la condición de los seres creados, con el fin de ayudar a que nos liberemos de «las historias repetitivas», es decir, del nacimiento y la muerte. El libro vuelve a empezar constantemente, y es diferente cada vez y cada vez dice lo mismo. Parece que en la repetición —de su teoría y de la llegada al núcleo de las historias que cuenta— está la llave para que salgamos de la prisión de las repeticiones (que es lo que, por otra parte, quizás sucede también con los mantras y las posiciones en la práctica del yoga).

La traducción al español es de Miguel Córdoba, a cuyo prólogo sigue un prefacio de Amar Bharat, al que sigue una introducción de Swami Venkatesananda, a la que sigue una invocación, a la que sigue el inicio de la historia. La sucesión virtualmente infinita de las envolturas con que se presenta el texto refuerza y ejemplifica la idea de que el camino de exteriorización —y, reversiblemente, de interiorización— de la consciencia es infinito. Así como el libro está contenido en sus prolegómenos —aunque los supere y los exceda—, la consciencia universal —que «reflejada en sí misma, de una manera milagrosa e inexplicable produce una diversidad infinita de nombres y de formas»— está contenida en cada ser, en cada buscador. La relación de contención reflexiva y de mutua infusión entre el libro y su lector es un espejo —me parece— de lo que El yoga supremo busca enseñar sobre la realidad: todo está en todo y no hay «tú» ni «yo».

Hay un espíritu que es creación, y hay una serie de maestros y discípulos —y de autores y lectores— que conforman una tradición que transmite el mensaje vivo de que el mundo no es solo lo que parece.

Tras los prolegómenos, el libro tiene una estructura múltiple que hace pensar en una flor que se abre al tiempo que se disemina. Por un lado, está organizado como un diario que va del primero de enero al treinta y uno de diciembre, y, por el mismo lado, los días transcurren dentro de la temporalidad más esquiva de la conversación. El yoga supremo está insertado en un diálogo entre el maestro Vasistha y el joven Rama, que sale a la superficie como parte de un diálogo anterior, que a su vez está contenido en otro diálogo. Y entreveradas con la conversación que está dentro de otra que está dentro de otra, se cuentan historias cuyos personajes cuentan otras historias cuyos personajes cuentan otras historias, dentro de las que están ellos mismos de otros modos. La obra es un continuo engendramiento de parlamentos y una infinita concepción de cuentos. Su proliferación refleja el mecanismo de representación y reproducción de la vida, y su marco más externo parece reflejar un proceso universal de aprendizaje.

Rama, el muchacho que recibe la enseñanza del maestro Vasishta, es un príncipe adolescente, es el mejor de los hombres y es la encarnación de un dios. Está deprimido y se pregunta por el sentido de cuanto acontece. No encuentra su ánimo. Está desamparado, es decir, expuesto y sin refugio, en transición hacia otro modo de ser, como puede ser el caso de quien se entregue a la lectura de El yoga supremo. El discípulo —dios y hombre— aprende cuanto ya sabe. El lector de El yoga supremo entra en el libro como en un sueño para poder despertar siendo quien en realidad es.