Reseña

Retrato íntimo de la enfermedad

Reseña de Stitches, de David Small.

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Retrato íntimo de la enfermedad
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"Tenía seis años" es la primera frase que leemos en el libro de David Small. Tenía seis años y aprendió a comunicarse sin palabras, mucho antes de que fuera sometido a una cirugía por un cáncer de cuello que lo dejó sin cuerdas vocales. Tenía luego, once años, cuando le descubrieron el tumor en el cuello y se le apareció como una presencia maligna, y tenía catorce cuando lo operaron y se miró por primera vez al espejo y vio su “joven garganta rajada y vuelta a coser”. Stitches: una infancia muda, (Reservoir Books, 2022) es una de las referencias básicas en los seminarios sobre Medicina Gráfica, ya que varios traumas son tratados en una confesión gráfica que insinúa y muestra el horror de una enfermedad envuelta en el horror familiar.

En esta autobiografía, Small narra y se dibuja, antes del cáncer, en una vida familiar rodeada de personas que no se hablaban con palabras. Así, con la vida muda, desde el inicio, Stitches se tambalea entre lo autobiográfico y lo siniestro que esconde lo doméstico. Por un lado, este es un libro sobre la mudez, no solo la suya, la del dibujante que cuenta, sino la mudez generalizada, la incomunicación y el espacio que hay entre lo que no se comunica y lo que de ahí se genera: un aislamiento. Y por otro lado, en el centro, la experiencia de la enfermedad y su representación: el trauma del tumor y el cáncer.

Con el trauma y la incomunicación abriendo lagunas en su infancia, Small nos va contado, de forma episódica, su vida y lo que alcanzaba a percibir, como observador discreto e inocente, de la vida de sus familiares: su padre radiólogo con una vida fría y reprimida entre muros; su madre extraña e incomprensiva que se ausentaba sin aparente razón y cuando estaba en casa alargaba su frustración; su hermano violento y abusivo; la genealogía de sus abuelos enfermos y locos; y otras vidas, sin expresiones en los ojos y solo copadas por una luz siniestra, que el niño percibe en su camino narrado.

Small, entonces, mira y cuenta ese mundo de espectros para reflejarse y narrarse a sí mismo en ellos. De tal modo, y gracias a su posición lateral, su manera de contar es más observación y descubrimiento, un paseo por imágenes espeluznantes que se le aparecen y se le adhieren a su relato, imágenes que lo van acompañando como fantasmas que le hablan en ese descubrir, en ese extravío que hacen de esta historieta laberíntica, una autobiografía sobre una enfermedad: una pesadilla.

En ocasiones el niño, en un intento de identificación y compañía, nos cuenta cómo se enamora de Alicia en el País de las Maravillas, y se dibuja corriendo y buscando un lugar para él con un trapo en su cabeza como si fuera el pelo de Alicia. Esa identificación como recurso, de imaginación y compañía, lo seguirá hasta el final, en su adolescencia, a modo de invención y explicación, a veces en sueños y películas, que explican su vida sin voz, y la vida sin voz de sus padres que nunca tuvieron nada qué decirle. O no sabían, entre tanto ruido, cómo decirle.

La fluidez, unida a la exactitud de las palabras que usa Small, con cuidado y belleza, hace posible que el viaje por Stitches no se estanque en el horror de lo que fue una infancia llena de sombras que lo inundaba por fuera y por dentro, y que no lo inundan a uno como lector. La soltura en las composiciones, con silencios y descansos, son precisas, apenas las justas. Small no se desborda en excesos descriptivos, al contrario, su precisión está en el uso de las manchas de una acuarela a una tinta que no muestran, con el intercalado de dibujos a lápiz, el resultado completo de una historia gráfica dibujada sin rigidez, a pesar del paisaje opresivo que se cuenta.

Hace poco estaba en un lugar luego de una presentación de un libro, la gente estaba animada conversando. Los dueños, con palabras, habían anunciado que el lugar cerraba pronto. Como llegó la hora de cierre y nadie se fue del sitio, los dueños soltaron una música ruidosa que espantó a los asistentes hasta que se fueron saliendo. Recordé esto y el ruido que ocupaba la incomunicación en el libro de Small, el ruido de su mamá lavando los platos, el ruido de su hermano golpeando la batería, el ruido del carro de su papá, que es el ruido de la ciudad donde vivo, un temor al silencio, que es, a pesar de todos los medios eléctricos para hablarnos y decirnos, la señal de nuestra incomunicación.

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