Este es un libro cuestionador. Se trata de un ensayo narrativo sobre lo que hoy implica ser feminista para una mujer que es escritora virtuosa y le cuelga reconocimiento y prestigio. Las preguntas centrales que guían la exposición de argumentos empiezan por: ¿ser feminista obliga a ser explícitamente feminista?, ¿implica ser activista o ideóloga?, ¿para reconocerse feminista hay que aprender a reconocer el daño propio?, ¿es posible ser feminista en silencio, esto es, sin mover un dedo en favor de la causa?
Quien se hace estas preguntas es Alma Guillermoprieto, una de las mejores reporteras y escritoras latinoamericanas, comparada con George Orwell por el director de la revista The New Yorker, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018, y distinguida en 2008 por las revistas Foreign Policy y Prospect como una de las cien personalidades intelectuales más influyentes del mundo.
Como todo buen ensayo escrito por fuera de la perorata de la academia, es un texto que le permite a la autora poner en cuestión su perspectiva del mundo, revisar su propia vida y arrojarse a la duda como único mecanismo posible para plantearse lo que la consume por dentro y que antes no se había fijado en dejar por escrito. Es decir, en este libro hay, sobre todo, autobiografía.
Su preocupación empezó luego de que en redes sociales hubiera sido muy criticada tras la entrevista que le hizo a la escritora Chimamanda Ngozi Adichie, durante el Hay Festival Cartagena 2019. Un sector del feminismo hispanohablante dio a entender que Alma no era lo suficientemente feminista como para haber hecho de interlocutora, que sus preguntas enfocadas en la obra literaria eran un error o un desconocimiento del público que las había ido a ver, pues debían haber girado sobre el mensaje feminista de la nigeriana.
Apenas se enteró, dice Alma, sintió un enojo que terminó aplacando cuando entendió que más bien debía preguntarse: “¿por qué había fallado la comunicación con un grupo de mujeres cuyas vidas y cuyas luchas siempre me han importado tanto?”. Y su manera de responderse o de volverse a interrogar o de interrogarse mejor fue ponerse a escribir este libro.
Sus temas de interés han sido diversos, desde asuntos de la cultura y el exotismo —música, culinaria— hasta hechos de la política, gobiernos y violencias. Como pocas más, Alma es experta en el conflicto armado colombiano, en las históricas guerrillas centroamericanas, en la samba y en la danza contemporánea —que practicó siendo adolescente en Nueva York—.
Su historia como reportera e intelectual inicia con los procesos políticos de izquierda marxista-leninista desatados en Centroamérica tras la Revolución Cubana. Justo en este libro, admite que era un honor irse a la cama con un revolucionario, esto es, con alguien que participara directamente en la guerra por la toma del poder. De ahí que en esos años sesenta su mirada como mujer estuviera delimitada por la pregunta que entronizaba la lucha de clases y apartaba la opresión sobre su género: ¿Qué es más importante: la revolución o los problemas de las mujeres?
“Qué pregunta estúpida, ¿no es cierto? Pues yo la consideraba con toda seriedad”, se responde a las volandas. Pero páginas después, explicando la teoría de Simone de Beauvoir, se contesta mejor: “ser feminista es poner de cabeza todos los antiguos valores éticos, incluidos los del socialismo”. El barrido teórico alcanza para llamar a Mary Wollstonecraft, Harriet Taylor Mill, Andrea Dworkin, Germaine Greer. Y finaliza encumbrando a la pastilla anticonceptiva como el paso que permitió la construcción del mundo moderno, porque sin la libertad de decidir la concepción “las mujeres modernas no habrían podido tomar forma”.
Con este arsenal de filosofía y política, Alma justifica que el feminismo es la más grande revolución que haya tenido lugar en la historia de la humanidad “desde los inicios de la agricultura”. Para finalmente desembocar en el asunto que la afectó en su persona y que se atreve a leer y a entender como de riesgo para los demás, hombres incluidos: el vituperio masificado por redes sociales contra alguien, debido a sus posturas públicas machistas o no suficientemente feministas.
En su intento de seleccionar lo justo, Alma dice que se alegra de que a los criminales como Harvey Weinstein y Jeffrey Epstein les suceda la cárcel o la muerte. Y que si entre la marejada de indignadas se cuela alguna “rabiosa disfrazada de feminista” para inculpar con el #MeToo a un inocente “pues… Qué pena”, de malas que le tocó porque en el balance histórico de la opresión se equiparan las cargas.
La contracara, admite enseguida, es que en la estrategia de amplificar el escrache por redes sociales la masa no haga distinciones entre la gravedad de los hechos. “Me parece un desperdicio que a un hombre que luchó —inventemos un caso— contra el apartheid y pasó años en la cárcel, y un día de alegría y descuido le dio una nalgada juguetona a una colega, se le expulse de su partido y le llueva oprobio y rabia en Facebook. Porque una nalgada no es igual a una vida de lucha, ni un manoseo ebrio es igual a una novela —inventemos otro caso— que dice una verdad más profunda que algún patético intento de seducción”.
Celebra la existencia del #MeToo como herramienta de denuncia, pero no le cuadra que sea un acto de redes sociales porque en el mundo virtual un desacuerdo individual se convierte en una “danza colectiva de odio”.
¿Qué hacer? Es la pregunta que le queda y a la que no le encuentra respuesta. Por supuesto que invoca la falta de Estado para ejercer la autoridad contra las violencias del patriarcado; pero también pide la tolerancia como rasgo distintivo de ser feminista, de una ética feminista, “porque la intolerancia lleva a la rabia y a la violencia, de la cual las mujeres siempre son las primeras víctimas”.
La final, la que me parece más desafiante, es que la revolución feminista ya tuvo lugar y aunque le faltan logros ya obtuvo el vuelco suficiente como para que las mujeres tomen el liderazgo de “los movimientos populares”, y que en adelante a la humanidad le espera un hecho de urgente solución: la crisis climática. Entonces, su argumentación se cierra en círculo exacto: “¿Qué es más importante compañeras: el fin del mundo o los problemas de las mujeres?”.
La despedida viene cargada con la determinación del desahogo. Alma se define como una escritora que ha sido testigo de sus tiempos, sin madera para la militancia, pero sí muy capaz de ayudar con su arte a las otras mujeres que “posean el fuego suficiente para ser heroicas” o para que todas juntas sean heroínas.
PD: a lo largo de todo el texto Alma intenta usar semántica incluyente, cambia la a por la e, repite los sujetos que requieran el femenino y el masculino. Y a veces se le escapan sujetos generales de sonido masculino. Se nota el esfuerzo que hizo para redactar de una manera en que nunca lo había hecho. ¿Mantendrá estos sonidos de aspiración incluyente en su próxima crónica?
