En 2018 la ilustradora y diseñadora Emil Ferris (Chicago, 1962) publicó en español Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books), la primera parte de una historia que sería la vuelta de tuerca en la narración gráfica de los últimos años, una experiencia narrativa de gran longitud en la que Ferris se sirve de una combinación de técnicas y estilos ajustados en un diseño de páginas y texturas sin muchas viñetas delimitadas. En un diseño ornamental que pasa por la ilustración, el ensayo y diálogo con el arte y la tradición popular de los comics books.
El álbum, que es la primera parte de la entrega, se impone por su gran formato y los materiales que usó Ferris para recrearlo: lápiz, plumines y lapiceros de colores que le aportan un resultado análogo a la superficie de hojas de cuaderno del libro. Este resultado final, que nos recuerda a la presencia material de algunos libros de Lynda Barry como su esencial Syllabus: Notes from an Accidental Professor (Drawn & Quarterly 2014) o Making Comics (Drawn & Quarterly 2019) recrea el diario de Karen Reyes: una niña lobo, lesbiana e hija de inmigrantes mexicanos.

En el libro como conjunto gráfico se deslizan tras las sombras géneros narrativos y registros estéticos que permiten una lectura en muchas direcciones. Así, sin riesgo al extravío Lo que más me gusta son los monstruos puede leerse como un gráfico policial y de misterio, como un ensayo sobre el arte, el dibujo y los monstruos, o como un explícito homenaje venido de otro tiempo a las historietas censuradas de EC comics a finales de los años 40 y principios de los 50 en la industria del cómic norteamericano.
Desde la portada, en la que se puede ver la cara y los ojos de Anka Silberberg, una mujer que es asesinada de forma extraña, hasta la última página Lo que más me gusta son los monstruos es un artefacto narrativo que invita a sumergimos en la plasticidad de sus diseños internos, meternos en sus páginas para oír, ver, saborear, tocar y oler lo que pasa en la extensión del libro. Tal y como le enseñó Dezee, hermano mayor de Karen, en uno de los tantos paseos por el Instituto de Arte de Detroit.
Los dibujos que despliega Ferris, con alteraciones y cambios, prevalecen por marca de sus amplios volúmenes y formas que en ocasiones copan las páginas, sumadas al efecto plástico, nos trasladan a una zona expresiva y gráfica representada en una superficie de líneas cruzadas, tramas y sombras que en su densidad gráfica le aportan una textura artesanal a las páginas del cuaderno argollado que leemos. Esta textura artesanal y el carácter expresivo de los trazos hacen que la lectura resalte por la experiencia multisensorial que le aporta el libro como objeto de diseño.

Además de lo gráfico, y el estilo de Ferris que se impone a la mirada, la historia confesional de Karen conduce la narración sin tropiezos por los laberintos que se desprenden del libro en su conjunto. Su voz, la de niña dibujada por Ferris, unida a su modo de componer un mundo, es una voz que nos cuenta la forma de un mundo imaginable y con visibles deformidades, y cómo ese mundo está determinado por el misterio y la vida de los adultos. De este modo, guiados por la voz de la niña, la lectura se mueve del presente al pasado en una reconstrucción y recreación de su memoria familiar, su acercamiento al dibujo, su filiación con el terror, a los monstruos, y su vida en los bordes como personaje descendiente de inmigrantes latinos. Una niña lobo, un personaje lateral y disidente que encuentra en los monstruos, como ella, una convivencia y refugio.
Lo que más me gusta son los monstruos es un diario gráfico que no pierde vigencia, es un libro que puede leerse no solo de muchas maneras sino leerse en varios momentos para encontrar en él nuevas referencias populares, intelectuales y narrativas, referencias que se mezclan a composiciones y tramas que se completan con las muchas notas a pie, con los recortes, las manchas y la mirada de los personajes y la nuestra como lectores, en un constante énfasis que se genera en los modos de ver, y todo lo que de ahí se desprende, en este espacio narrativo que nos cambia la perspectiva en un juego de miradas cruzadas.




