Pistolas y whisky en la isla

Reseña de La maldición de Lono de Hunter S. Thompson. Editorial Sexto Piso, 2016.

Cabacera Reseña La maldición de Lono
Pistolas y whisky en la isla

Este es un libro muy divertido. Si valiera la comparación, leerlo es como entrar al cine por una película bien dominguera de crispetas y chocolatina. Es, además, la última crónica del maestro Hunter Thompson escrita desde su origen como libro. En inglés, la fecha de publicación es 1980. Los libros que firmó desde entonces son compilaciones de artículos de revista diseñadas por su editorial o su agente.

El argumento es del todo sencillo: Thompson se traslada a Hawái para cubrir la maratón de Honolulu, una tradicional competencia de atletismo profesional, en compañía del ilustrador y caricaturista político Ralph Steadman. Esto por encargo de Running, una revista especializada. Ambos aprovechan el viaje para gozar de unas cortas vacaciones en la isla. Como se espera de este reportero, tanto el trabajo periodístico como el tiempo de descanso se ven cruzados por insólitos episodios que oscilan entre una ligera violencia, algo de tragedia y un velo de zozobra por el desenlace. Cada acción le sirve al autor para salpicar su prosa con humor negro entre frases lenguaraces y desvergonzadas.

Hunter Thompson fue uno de los más audaces y arriesgados reporteros del periodismo gringo del siglo XX. Como no lo habían hecho antes, usó la escritura en primera persona para ponerse en el lugar central de la escena y narrar cada historia como si él fuera el protagonista. Y a diferencia de sus compañeros de generación, dedicados a los temas fundamentales del debate global —guerras, economía, derechos civiles—, Thompson enfocó su esfuerzo en contar acontecimientos de la cultura popular y el comportamiento en Estados Unidos.

Desde su primer libro, este reportero ensayó la transformación propia en el objeto de su estudio. Para escribir Los Ángeles del Infierno, Thompson terminó convirtiéndose en uno de los pandilleros motorizados del oeste del país y actuó como ellos: buscapleitos, alcohólico y drogadicto. Otro tanto con Miedo y asco en Las Vegas, libro que cuenta su sórdido viaje a la ‘ciudad del pecado’ a punta de ácidos, marihuana y licor.

La maldición de Lono trata de continuar esta línea creativa. Desde el mismo momento en que Thompson se sube al avión, conoce a un personaje —Ackerman— que lo involucra en un accidente dentro del baño en pleno vuelo, con vasos de whisky de por medio. Una vez en tierra, hay peleas callejeras y armas de fuego. Más adelante, drogas y desenfados:

“-¿De qué estás hablando? -rugió.

-De nieve, tío -contestó-. La farlopa, la merca, la muerte blanca… No sé cómo la llamaís los malditos ingleses…”

Lo novedoso de este libro para la obra de Thompson es su arquitectura: la manera en que va alternando los capítulos de su historia con largos fragmentos de textos diversos.

Al comienzo, como pruebas de conexión con la realidad, se leen la carta que le envió el editor de Running con la propuesta del cubrimiento y la que Thompson le dirige a Steadman invitándolo a que lo acompañe. Pero antes de estos documentos y después de ellos, van citas de libros que hablan sobre Hawái y esa relación casi mítica entre Lono —uno de los dioses de los pueblos indígenas de esas islas— y el capitán James Cook, navegante inglés del siglo XVIII, quizás el más importante colonizador de esa región del océano Pacífico. Según la historia local, al comienzo los indígenas creyeron que Cook podía ser la manifestación humana de Lono, por la riqueza comprendida como fertilidad que se le notaba en sus atuendos, sus herramientas y sus embarcaciones.

Así que este libro, además de una vertiginosa crónica sobre los azares eufóricos de un reportero desenfrenado, es la conjunción de varias obras clásicas en manos de autores como Mark Twain, Rudyard Kipling y Richard Hough. Una parafernalia metaliteraria que la lectura va emparejando como un hilo conductor cuyo desenlace parece estar relacionado con el final de la crónica. La invocación al mito de Lono-Cook resulta, entonces, una invitación al efectismo literario. Thompson quiere relacionar su experiencia con la poética de un pueblo ancestral. Y quizás esto le sirva como mecanismo para zafarse del tono más clásico del reportaje literario y le permita entregarse a una prosa de riqueza simbólica, llena de ironía y de risas sobre sí mismo. Es decir: puro ‘periodismo gonzo’.

Es a este reportero, precisamente, a quien se le endilga la creación de este subgénero narrativo, a partir del cubrimiento que hizo del Gran Derby de Kentucky, en 1970. Gonzo le decían los irlandeses del siglo XIX al último de los borrachos, el que más aguantara la fiesta. Gonzo también pudo haber sido la construcción silábica de dos palabras que los gringos contemporáneos de Thompson distinguían bien: guns (armas de fuego), que él adoraba y disparaba como pasatiempo, y Bozo (el nombre del payaso más popular de la televisión).

Las crónicas que pueden calificarse como gonzo no solo son el simple recurso de escribir sobre la primera persona; también son un experimento contracutural: no importan los acontecimientos noticiosos como sí la atmósfera del lugar en el que ocurren y las emociones más primitivas de quienes los viven. La maldición de Lono es el último ejemplo gonzo escrito por su inventor y página tras página se encuentran composiciones como la que sigue: “El hecho de eructar cualquier tipo de insulto cruel y brutal que se nos pasara por la cabeza nos proporcionó una extraña sensación de libertad, porque era imposible que alguno [de los corredores de la maratón] se detuviera a discutir. Veían a un grupo de depravados entre equipos de televisión, sombrillas de playa, cajas de cerveza y de whiksy, música a tope y mujeres desenfrenadas, fumando cigarrillos”.

El libro termina con el carteo entre Steadman, que ya ha dejado Hawái, y Thompson. Las confesiones del reportero como mal pescador, ahogado en la melancolía y descargando su desazón con la fauna marina, y en el delirio de los ácidos afirmando que él es Lono y que el navegante James Cook “solo fue otro marinero borracho que tuvo suerte en los Mares del Sur”.

Hunter Stockton Thompson se suicidó de un disparo en la cabeza, en 2005 a la edad de 68 años. En los últimos años, alcanzó a vivir holgadamente de los derechos de sus libros y de varias de sus crónicas. En todas las anotaciones sobre su vida destaca una cita suya que condensa el sentido literario de su obra, incluida La maldición de Lono: “Para ser gonzo se necesita el talento de un maestro periodista, la mirada de un artista o un fotógrafo, y las güevas bien templadas de un actor”.