En esta novela las reminiscencias suelen vestirse con luces para no ser olvidadas y tomar la forma de recuerdos. Pero hay ciertas luces más difíciles que otras. Aquellas que alumbran momentos de profundo dolor son las que más hieren y las que nos preparan para la muerte.
La luz difícil es una novela del reconocido escritor antioqueño Tomás González, sobrino del aclamado escritor de Viaje a pie, Fernando González. Esta es narrada como un monólogo nostálgico por David, un pintor y tardío escritor colombiano, que ya a sus setenta y ocho años decide sentarse al frente de una máquina de escribir para contarnos su historia. Ahora, viviendo en La Mesa, a las afueras de Bogotá, y acechado por una reveladora ceguera recuerda el fatídico suceso de cuando su hijo, parapléjico por un accidente de tránsito, decide morir y él debe ser testigo del proceso.
González utiliza un lenguaje sencillo pero poético, casi tosco, podría pensarse por su tono sosegado y a veces poco expresivo, pero el silencio es uno de los mayores recursos del autor que llena de profundidad y belleza su prosa. Esto demuestra su gran conocimiento al saber distinguir cuándo describir a mayor profundidad y cuándo guardar silencio. Para González la escritura es una forma de entender y vivir la vida, un hecho cotidiano, como el mismo autor lo afirma en una entrevista que le hicieron en la población de Cachipay, Cundinamarca, el 8 de noviembre de 2011: “La literatura y la poesía nos hace diferentes de los animales, es la capacidad de comprensión a través de la recreación, del asombro, la admiración, el gozo, incluso del gozo del horror”. Ver entrevista.
Con todo esto, logra escribir una novela íntima y conmovedora que está enlazada por la nostalgia y el amor. David tiene la necesidad de plasmar esa luz esquiva, la que habita en lugares oscuros y de dolor, una luz difícil de captar por las brumas del sufrimiento y del olvido, una luz que signifique esperanza y regocijo. Él busca guardar en palabras esas emociones de los momentos más álgidos de su vida, pero cada vez más difíciles de recordar, porque entiende que escribir su vida es una forma de continuarla, darle luz a un recuerdo es mantenerlo vivo. El autor debe enfrentar una inevitable ceguera compuesta de luz y sombras que lo llevan a explorar y reconocer la percepción de los otros sentidos. “En todo caso me espera un futuro en el que seguramente sólo voy a gozar de la luz de los sonidos, y de la luz sin formas, pues mi vista se está yendo sin remedio” (p. 42).
La luz difícil, al igual que una pintura, debe ser apreciada por cómo se presenta la luz. Esta, en ambos ejemplos, tiene la función de determinar la visión de la imagen proyectada. Un buen pintor sabe jugar con la luz en sus obras para dar matices y caracteres simbólicos, no es en vano que el personaje principal sea pintor. David nos narra su historia sobre un lienzo, a la vez que nosotros la vamos pintando en nuestra cabeza. En este lienzo esa luz es dolorosa de encontrar, quizás se opaque por las sombras o sus destellos apenas pueden filtrarse, pero permanece ahí, aunque no pueda ser poseída: “Pero únicamente la luz, siempre inasible, es eterna” (p. 62). Por esto, el cuadro del Ferry que pinta, y su dificultad al captar la luz que produce el agua cuando el motor arranca, es una analogía del proceso de duelo con la cercana muerte de su hijo. Son dos momentos paralelos en los cuales es complicado hallar la luz:
Andrei Tarkovski decía que la finalidad del arte consiste en preparar al hombre para la muerte. Bajo esta misma lógica escribe David, que ya en su vejez es consciente de la fatalidad, de nuestro carácter finito, y encuentra en la escritura una opción para darle forma al caos, un sistema de defensa, una salida para encontrar la luz. Permeado por la tragedia y el dolor, escribe esta novela casi adivinando por su falta de vista, pero con la intención de plasmar en su obra la continuidad de su vida, todo aquello que conoció, vio y pudo sentir: