Reseña

“La bestia ha muerto”

Reseña de El arte nuevo de hacer libros, de Ulises Carrión.

Cabecera El arte nuevo de hacer libros de Ulises Carrión
“La bestia ha muerto”
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Ulises Carrión publicó un manifiesto para artistas que bien podría haber sido para editores. O, mejor, describió los servicios fúnebres que los artistas debían celebrar para despedir al libro tradicional, pero olvidó invitar a los editores. Estos, quizá no lo previó, podían ser los más interesados en sumar sus manos a las que echaron el último puñado de tierra sobre el féretro del arte viejo de hacer libros. Por arte viejo se entiende la manera en que están hechos los libros más comunes: con un formato estandarizado -una cubierta protectora de un bloque de páginas, compaginadas y encuadernadas- sobre el que se imprime una historia escrita en un alfabeto cualquiera. El asunto es que esa historia bien podría estar fijada en ese libro, en un muro, en un papiro, o simplemente ser visible en una pantalla de computador y seguiría contándonos lo mismo. Para Carrión, estamos de cara a un contenido insensible a su formato de transmisión, sujetos de una inercia que ha durado siglos. Y eso, precisamente, era el anuncio de que el libro se estaba muriendo. O de que debía morir. El arte nuevo que propone no es una manera de insuflarle vida, sino de darle un merecido adiós. La tumba estaba cavada, era 1974.

La muerte del libro se anuncia cada vez y por razones distintas, pero pocos como Carrión se apoyan en la teoría de que su caducidad se revela en el hecho de que el libro no ha logrado dejar de ser el medio para posicionarse como el mensaje.

Para revertir esa condición, aunque sea de manera póstuma, Carrión edifica sobre el postulado: “el libro es una secuencia espaciotemporal”. Como motivo de la obra de arte, se deberían explorar estas dos características hasta el punto de construir narrativas inconcebibles por fuera del acto mecánico de pasar las páginas. Con esto no se refiere a los libros-objetos, a los que concede un mérito si mucho escultórico, sino a libros que logran hacer uso de la estructura tradicional del impreso para convertirse en obra de arte, en obras-libro. En su manifiesto, incluye algunas referencias para entender de qué se trata todo esto, algunas cercanas a la poesía concreta, antecedente directo de las preguntas que empezaron a remover la concepción del libro como mero soporte, para llevar a los artistas a enfrentar la cuestión de cómo hacer que el espacio de la página, y su efecto de conjunto, cumplan un papel crucial en el desarrollo de la idea y se conviertan, de esta manera, en parte del contenido.  

La edición de El arte nuevo de hacer libros, publicada por Tumbona en 2016, reúne los trabajos de Carrión que se conservaron en su archivo personal. El efecto que causa la seguidilla de discursos, explicaciones y manifiestos, además de las imágenes, la tipografía, y el tipo de papel, hace pensar en el rol que podría cumplir la palabra editor en la sentencia de Carrión: “En el arte viejo el escritor escribe textos / En el arte nuevo el escritor hace libros”. Los editores nuevos, siguiendo su lógica, podrían ser aquellos que se hacen una pregunta esencial por el libro. Seguramente, ya desean dedicar su capacidad de crear a algo más que trasladar textos a páginas de diseño, por eso es posible imaginárselos en la primera línea del velorio al libro tradicional. Quizá también, entre sus sueños, habita un libro distinto. Carrión celebraría la noticia: “No veo razón para el lamento”, dice en otro artículo publicado en 1983, “veo aquí un incentivo para ubicar a los libros dentro de la categoría de los organismos vivos. Así que es natural que crezcan, se multipliquen, cambien de color, enfermen, y eventualmente, mueran”.