Reseña

Secuencias en otro fin del mundo

Cabecera reseña cómic The end of the fucking world Mario Cárdenas
Secuencias en otro fin del mundo

Hace apenas unos años en el desfile de producciones audiovisuales que se proyectan en las plataformas de streaming estuvo rodando la serie The End of the F***ing World: una destilada comedia, basada en la serie de historietas cortas The End of the Fucking World de Charles S. Forsman, con la que el dibujante ganó un Premio Ignatz al mejor minicómic en 2013. Del libro poco se habló, como sucede cada tanto con las obras gráficas en las que se basan muchos de los productos audiovisuales. O sí se habló, y se hizo algún tipo de salvedad: que la versión era un producto para un tipo de público, algo más dulce y atractivo, o que buscaba la atención de otras audiencias.

Forsman, joven heredero del cómic alternativo de los Estados Unidos, como ha sido marca de estilo en otras de sus historietas: Snake Oil o Celebrated Summer, inyecta en sus páginas blancas una línea clara, con recursos mínimos y escasas expresiones en sus personajes, un conjunto de elementos que articula en un sistema de pocas viñetas por página y en repetidas secuencias entre tiras, para dejar de lado los excesos de fondo y demás detalles decorativos, sellando lo dibujado en una superficie de trazos y algunas viñetas en negativo que plasman un atmosfera nihilista a la narración dibujada.

Como si se tratara de una versión actualizada de Natural Born Killers, o de Bonnie & Clyde, la pareja dibujada por Forsman: James, un sociópata adolescente con algunos dedos amputados, y Alyssa, su cómplice compañera, en su avance actúan sin un propósito evidente, más que el coctel de violencia producto de la mezcla del escape constante, los asesinatos, el asalto y daño a la propiedad privada y a las buenas costumbres. Una pareja que en su desplazamiento va dejando un contundente mensaje sobre el futuro cancelado. De modo que su intención, si es que hay una, en lo que ellos hacen, parece dejarnos una señal que se hace visible en el paisaje gráfico. Es así como en la huida de James y Alyssa va quedando en la superficie de lo dibujado una sensación de extrañeza en el mundo por el que deambulan, mientras va tomando forma su manera de habitar en la sociedad contemporánea. Que es una manera que escapa a toda planificación, resultado, logro y meta.

A pesar del escape y las acciones que determinan a James y Alyssa el tiempo en The End of the Fucking World es un tiempo quieto, por momentos muerto, y lo que parece avanzar como escenario de fondo en las vidas de los adolescentes que deambulan, solo es un paisaje estancado, al igual que todo lo que sucede con ellos. En este ambiente, sin mucha pirotecnia, la contemplación y la mirada que inserta la voz de los personajes es una grieta en lo dibujado, que de a poco va tomándose el lugar de las acciones violentas con una poética que flota y persiste, a pesar del mal ambiente en las páginas. Es así como en cada capítulo, la voz narrativa de James y Alyssa, lo que ellos dicen, lo que observan y nos muestran, fuera de los diálogos, ocupa los espacios para decirnos y recordarnos que el no futuro de ellos, y tal vez el del nosotros, son parte de un mismo programa, uno que se hace cada vez más lento y cancelado por el flujo constante del cansancio, la depresión, la ansiedad, la desconexión y la bruma de las enfermedades mentales en este nuevo fin del mundo.

Hay un momento inicial en el que James, mientras se pasea en carro dice: “Mi casa nunca fue como los demás describían la suya. Mi casa era más bien una broma pesada”. Y en ese anhelo roto se mueve la pareja, en la búsqueda de una casa que ya no es tal, porque el futuro, su no futuro es una mala broma en la que apenas se puede respirar.