La literatura es una morada de fantasmas. Tiene el poder de reforzar la silueta de los muertos que tenemos cruzados en el pecho, de las ausencias que se resisten a irse del todo, de los desaparecidos que aún tienen un puesto en la mesa, de los miedos que se instalan como inquilinos. Presencias que no se dejan palpar, pero se sienten como el latido del corazón, como una sombra que se cuela en medio de la rendija. Habitan en los silencios, en lo que no se nombra, en las marañas de la memoria. No sabemos bien cómo llamarlos, pero sabemos que están allí.
Para lidiar, bregar, caminar, torear, capear (use el verbo que más se le ajuste), les proponemos estos cinco consejos para vivir con todo tipo de fantasmas en la vida cotidiana, inspirados en los personajes, historias y temas presentados en Réquiem por un fantasma, el título 168 de Palabras Rodantes. Esta lista no busca expulsar fantasmas. No trata de vencerlos, sino de dejar que, en su insistencia, nos enseñen a mirar la vida desde su espectro.
1. Aprende a leer las señales
Los fantasmas rara vez usan palabras. Todo se vuelve cifra, escritura secreta. Los fantasmas nos recuerdan que el sentido no habita en las explicaciones, sino en los gestos que sostienen lo que todavía nos ata a la vida. Son corrientes de frío, una piedra en el camino, un sueño repetido, silencios que recuerdan abrazos, miradas al horizonte donde la memoria fija una imagen bucle, palabras encriptadas en placas de vehículos, siluetas formadas por nubes, un piano que suena sin manos, como el que escuchó Pedro José Cadavid en el cuento Réquiem por un fantasma.
2. Baila con lo imposible
La muerte no anula el deseo. Hay espectros que se presentan en forma de beso interrumpido, de un cuerpo que aún recuerda la música. En las noches largas, la danza con lo imposible es lo que mantiene vivo al corazón: pies que se mueven solos, como si obedecieran a un pulso anterior al tiempo. Bailar con un fantasma no es perder la razón, es reconocer que el goce por estar vivos se niega a morir. Tal cual le pasó al protagonista de Noche de luna llena:
3. Juega con el miedo
El miedo nunca se deja vencer, pero a veces se deja mirar. Los pequeños personajes del cuento Juego de niños lo entendieron cuando tocaron la piel helada de un cadáver y descubrieron que lo aterrador también podía ser frágil. Quien se atreve a mirarlo de frente, descubre que aquello que paraliza, también es pasajero. Que lo diga el pobre Flaquito obligado a ver y tocar muertos por la picardía de Egidio:
4. Camina en medio de la contradicción
Hay amores que se convierten en condena, ciudades que son verdugo y refugio a la vez. Medellín era eso para el narrador de Historia de Lina, permanecer en ella era sostener la posibilidad del regreso de quien se había ido, aun cuando la misma ciudad había devorado su rastro. Esa contradicción no busca resolverse, se vive como filo que hiere y acaricia. El fantasma no es solo sombra dolorosa, también es la mano que sostiene la memoria del amor. Perder es haber amado.
5. Persiste en nombrar lo perdido
Nombrar es resistir al olvido: repetir el nombre en voz baja, escribirlo en una pared, bordarlo en una tela, llevarlo tatuado en la memoria. No se trata solo de recordar, sino de persistir en la búsqueda de las verdades necesarias para apaciguar la angustia. En esa insistencia, aunque sea frágil, late la esperanza. Aun en la incertidumbre, buscar y nombrar mantiene abierta la posibilidad de que un ciclo se cierre, de que la herida se transforme en relato y no en silencio. Cada palabra crea el mundo, y las historias son nuestro legado.
Cuando hablamos de persistencia, recordamos a Fabiola Lalinde con su operación Cirirí. Y entre los relatos de Pablo Montoya, a Sara, la protagonista de Antígona:


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