A comienzos de noviembre se supo que Las niñas del naranjel, de la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara, era la novela galardonada con el reconocido premio Sor Juana Inés De la Cruz que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El libro trata de una reimaginación del destino de Catalina de Erauso, conocida en la historia como la Monja Alférez, personaje del Siglo de Oro Español que cambió de género y que fue parte de la campaña genocida de la Conquista en América. En Las niñas del naranjel encontramos a Antonio en la selva misionera escribiendo una carta a su tía, en donde narra algunas hazañas militares y parte de su historia. Pero esa escritura se ve interrumpida constantemente por las preguntas que le hacen dos niñas guaraníes a quienes ha prometido cuidar.
Una de las cosas que más sorprende de Las niñas del naranjel es que, a pesar de estar ambientada en el siglo XVII, es una novela absolutamente actual. La historia de Antonio y las niñas en la selva es también la historia de los pueblos originarios y como, en ese entonces, sufrieron la devastación de la Conquista y como, ahora, sufren la devastación del extractivismo. La novela no solo evidencia la manera en la que el colonialismo y el capitalismo son dos cabezas de una misma bestia, sino que también pone de manifiesto la manera en la que, en cuatro siglos, la selva continúa siendo un territorio herido por saqueos, quemas y talas masivas.
A medida que la novela va internándose en la selva, Cabezón Cámara va tejiendo un lenguaje lúdico y vivo, un barroco del siglo XXI, que no tiene miedo de cruzar palabras en guaraní con letras de canciones de Shakira. Y es justo en ese procedimiento —que combina el juego y el diálogo— que la novela va revelándose como un objeto vivo y exuberante. Es ahí, en la mezcla y en no tener miedo a romper el lenguaje, que aparece una respuesta a la pregunta que muchas escritoras se han hecho a la hora de narrar la selva. ¿De qué otra manera, sino por medio de la abundancia —los recursos, el remix, el injerto y la liana— podría el lenguaje nombrar un espacio tan inmenso?
Pero el juego no se queda únicamente en ese plano. La mezcla de tiempos históricos, los guiños a la poesía del barroco y a la de Pizarnik, la manera en la que aparece la Conquista como una marca perenne sobre nuestro continente, le abren campo en el texto a preguntas urgentes que tenemos sobre el presente. ¿Puede haber una salida al extractivismo criminal que se ejerce sobre nuestros territorios? ¿Es posible tejer un atisbo de esperanza en medio de genocidios que se transmiten 24/7 por Instagram? Antonio es un personaje histórico sobre el que se conoce su sadismo y sus crímenes. Sin embargo, la novela imagina otro destino para él. Un destino en donde el encuentro con otros seres (animales y humanos) transforman radicalmente su manera de estar en el mundo.
Porque en Las niñas del naranjel, Gabriela Cabezón Cámara le da la posibilidad a Antonio de escuchar y entrar en conversación con el otro, y ese encuentro lo transforma. A lo largo de la novela, las dos niñas guaraníes interrumpen su escritura haciéndole preguntas, pidiéndole alimento o atención, y él no tiene más remedio que atender sus necesidades con ternura. Del mismo modo, a medida que los animales van sumándose a esta colectividad, tan parecida a una familia o a una comuna, el pensar en el otro deja de convertirse en una posibilidad y se convierte en una necesidad. El grupo se mantiene vivo por medio de ese intercambio de cuidados y, resulta inevitable pensar que tal vez ahí exista un atisbo de esperanza para navegar el presente.
En Las aventuras de la China Iron, su novela anterior, Gabriela Cabezón Cámara también juega a re imaginar la historia. Allí vuelve al Martín Fierro pero, en este caso, la narración la hace quien fuera su mujer. En lugar de pensar una épica gauchesca en donde prima la violencia y los combates a cuchillo en la pampa, el libro pone en el centro los descubrimientos que hace la China —quien ha estado en el cautiverio del matrimonio y lo doméstico— y que por primera vez sale al mundo. A lo largo de sus páginas, los personajes de este libro emprenden una exploración honesta del cuerpo y la sexualidad, evidenciando que el placer es un arma política mucho más potente que la violencia.
Menciono este libro porque también constata las búsquedas de Cabezón Cámara. Por medio de un lenguaje poético, original y contaminado, ambos libros reimaginan el destino de personajes violentos. Por medio de su literatura, la escritora les da la posibilidad de salirse de un actuar sádico y los inventa nuevamente. Martín Fierro descubre su deseo y vive en la libertad plena de lo queer, mientras que Antonio transforma sus valores militares y se vuelca al cuidado de una familia interespecies.
En este momento, Las aventuras de la China Iron está siendo atacado por el Gobierno argentino de Javier Milei, al igual que las obras de Aurora Venturini, Dolores Reyes y Sol Fantin. Estos libros han sido considerados pornográficos por el Gobierno, y sus funcionarios se han armado de los discursos tramposo de la ideología de género para generar noticias falsas y desinformación. Resulta interesante pensar qué en la literatura de estas escritoras les resulta tan amenazante. Para mí es claro. Solo basta con dejarse permear por los mundos que crea Gabriela Cabezón Cámara en sus novelas para comenzar a dibujar un horizonte político en donde el gozo y el cuidado se conviertan en maneras de resistir al autoritarismo de los déspotas.


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