Las personas tienen el derecho de leer lo que les plazca, donde les plazca y cómo les plazca; para algunos no hay placer más grande que leer acostados en la cama, otros leen en un sofá mientras toman alguna bebida, en el Metro o, incluso, he visto a personas leyendo en aviones, playas, el cañón del Chicamocha, bares, bibliotecas, pasillos de hospitales. Como escribí, las personas leen lo que quieren. Algunos, con el paso de los años y después de haber leído mucho, comienzan a cambiar no solo sus hábitos lectores, sino las temáticas a las que en un principio estaban apegados.
Hace algunos años me contaron la siguiente historia y voy a tratar de replicarla tal cual como me la narraron. Sabrán disculpar si por esos avatares de la vida no se las relato con la gracia que CM lo hizo mientras planeábamos una actividad de bienvenida con los instructores de Comfama.
Todos los martes llegaba una muchacha a la biblioteca. La vamos a llamar Julia, sí, como el personaje de la tía Julia de Mario Vargas Llosa. Julia se dirigía a la sección de libros de superación personal, sacaba un libro, devolvía el que ocho días antes había prestado, prestaba el que recién había cogido y se lo llevaba; este ritual se repitió por muchos meses.
Como les parece que un día llegó directamente a la colección y se demoró más de lo debido, pasada casi media hora salió despacio de allí y caminó por uno de los pasillos de la biblioteca sin mirar los estantes, estaba como perdida, se arrimó a circulación y préstamo, me saludó, estaba triste, me entregó el libro, me dio las gracias, volteó, dio unos pasos, pero se detuvo como si hubiese olvidado algo, se volteó, me miró con intriga y me preguntó:
—¿Vos me podés ayudar?
—¡Claro, con gusto! Dime.
—Es que busco libros de crecimiento personal y ya no encuentro.
—¿Cómo no? Tenemos una colección grande.
—Ya me los leí todos— me dijo con mucha seguridad.
Incrédulo le pregunte: —¿Incluyendo los que estaban prestados?
—Incluyendo los que estaban prestados, los leí en orden, como están ubicados en los estantes, y cuando venía a prestar el que estaba después del que me había llevado, primero revisaba los demás libros para saber si ya me los había leído o si me faltaba alguno. Por eso te digo que ya me los leí— me sonrió, pero fue una sonrisa triste.
Entonces me quedé en silencio pensando en la capacidad de las personas para devorar libros, admirado por su dedicación, le dediqué una sonrisa y le dije:
—¡Ah, bueno!, dime entonces ¿en qué te puedo ayudar?
Me miró intensamente, un pequeño silencio se cruzó entre los dos. Luego habló:
—Quiero que me recomiendes algo para leer y que el tema sea... de amor, desamor, apegos, de cómo afrontar los problemas emocionales.
¡Ay, Dios! Yo que solo sé hablar de novelas, de cuentos, de poesía. La llevé por los anaqueles que contenían psicología, ninguno le llamó la atención, de sociología, tampoco, le mostré de artes y no le interesaron, al final le mostré la colección de literatura a la que le hizo una mueca como de no gustarle.
—¿No tienen más libros de espiritualidad?
—No, solo los que ya te leíste.
Ella se quedó pensativa y con ganas de irse y no, me dio las gracias. Y como dice Gabo en El amor en los tiempos del cólera, cuando Florentino se encuentra con Fermina Daza inspirado por la gracia del Espíritu Santo, le dije que existía un escritor checo que escribió hace algunos años (1984) una novela que te ponía a pensar si era amor o apego lo que se sentía por otra persona; ella frunció el ceño y vi en su mirada que le interesaba el tema. Seguí hablándole de la novela.
La novela trabaja las dudas existenciales de los sujetos cuando viven en pareja, las cuales terminan, muchas veces, en conflictos de carácter sexual, afectivos o en infidelidades. Esta novela nos pone a pensar en que los seres humanos cuando somos impactados por algo, ya sea para bien o para mal, comenzamos a vivir en un eterno retorno.
Julia con más dudas en su rostro me pidió que se la mostrara. Ahí me tocó cruzar los dedos y rogar para que la novela estuviera disponible; eran los comienzos de los años 2000, teníamos un ejemplar si mucho en todas las bibliotecas. Mientras caminábamos al escaparate le fui soltando todo lo que sabía del escritor.

Se llama Milan Kundera, nació en Brno, República Checa, en 1929, ha escrito novelas como La broma (1967), La vida está en otra parte (1972), La despedida (1973), El libro de la risa y el olvido (1979), La inmortalidad (1988), La lentitud (1994); también ha escrito libros de cuentos como El libro de los amores ridículos (1968); de poesía como El hombre en mi jardín (1953) y Monólogos (1957-1965); de ensayos y teatro, pero su joya es... en ese instante me agaché para buscar el libro que quizás estuviese prestado. No lo vi. Entonces me levanté, la miré y le dije:
—Mira Julia —ella estaba expectante— Kundera tuvo que salir de su país natal por la invasión rusa y se instaló en París. Es uno de los referentes de la literatura contemporánea; además, su obra comprende un conjunto de temas que aquejan a las sociedades modernas.
Le decía todo eso para ganar tiempo y tener el impulso de confesarle que el libro no estaba disponible. Pero me dio por aguzar la mirada y sobre la estantería, mal ubicado, por encima de los demás libros que si estaban en su lugar, se leía el título del libro que buscaba. Lo tomé rápidamente entre mis manos, como si fuera una revelación, creo que lo abracé; la miré y sé que mi rostro estaba iluminado, se lo extendí, ella leyó el título en voz alta: La insoportable levedad del ser.
Me miró y me dijo que lo que no le llamaba la atención es que el libro era una novela, que ella no leía historias ficticias. Rápidamente le respondí que le diera una oportunidad, que le aseguraba no se iba a arrepentir. Lo dudó. Al final aceptó diciéndome que iba a confiar en mi criterio.
Julia regresó y en orden comenzó a leerse la obra de Kundera. Todavía sigue yendo a la biblioteca, se ha abierto a la literatura y ya no pone reparo en si es novela, cuento, poesía o crecimiento personal.