El periodismo cultural está para leer la ciudad con una mirada ajena que se parece mucho a la propia sin dejar de sorprender. Para ver igual, pero pensar distinto y poder descubrirse distraído y ausente en las mismas calles que leemos. Es un testimonio del presente para el futuro, lo que lo convierte en una de las principales fuentes para conocer este lugar común que es casa de todos. Para entender su gente y sus formas de habitar, sus miedos, sus ilusiones, su salsa, de dónde venimos y para dónde vamos. Es ese que saca los trapitos al sol. Es el contexto para poder interpretar la historia más allá de los acontecimientos como el terapeuta que hace las preguntas difíciles, que no se conforma con la noticia cotidiana o con la punta del iceberg. Va a fondo, hasta la raíz. Con la consigna de comprender al otro y lo otro más allá de sus prejuicios, más allá de los muros que guardan secretos entre los ladrillos. Podría entonces decirse que el periodismo cultural devela el ADN de una ciudad.
Así comienza el prólogo del título 169 de Palabras Rodantes, una botella lanzada al mar desde el Medellín de los años noventa, donde La Hoja después de 33 años de su creación, nos permite leer la Medellín del pasado con una visión del presente. Esta revista también fue un espacio de resistencia para contar la ciudad que en medio del caos, la violencia, el miedo y el dolor, no fue protagonista. Una revista que nació para mirar lo que otros no veían.
El lanzamiento de esta edición de Palabras Rodantes nos llevó a la 19ª Fiesta del Libro y la Lectura de Medellín. Allí, tras un conversatorio entrañable con Ana María Cano y Héctor Rincón —fundadores y periodistas de La Hoja— y con Patricia Nieto, también periodista de este medio, conversamos a fondo con Ana María Cano. Comunicadora social y becaria en París en periodismo escrito. Ha transitado por la prensa, revistas, televisión y radio. Fue docente universitaria y directora de la Editorial EAFIT y la Colección Savia. Ana María es, además, una mujer que escribe desde el Suroeste mientras cultiva y contempla el paisaje. Hoy publica junto a Rincón, su trabajo en laconsecuenciaypunto.com, donde entre otras, hay una recopilación muy valiosa del material digital de La Hoja.

Ana María también fue la editora del título 169 de Palabras Rodantes, y en la entrevista nos explicó por qué el periodismo cultural nos ayuda en ese proceso de ver distinto.
¿Qué es el periodismo cultural? Tengo que citar a un periodista emblemático que se llamaba Rodolfo Terragno. Él decía que periodismo cultural es todo periodismo bien hecho, con cuidado, a fondo. Porque no son las bellas artes, no. El periodismo es el que descubre la cultura, qué es lo que el hombre hace.
Actualmente hay muchos apoyos, no solo desde lo económico, para emprender. En los 90 no estaba de moda el periodismo cultural y emprender en una ciudad en medio de una crisis de violencia, pintaba un panorama complejo. ¿Cuál fue esa pulsión que los llevó a crear La Hoja? La idea nace en París por una razón. En ese momento el periodismo local en Europa era vigorosísimo. Ese periodismo local tenía una respetabilidad, una voz, una incidencia, tenía un reconocimiento del público. Entonces queríamos hacer eso en Medellín… Ya habíamos vivido tres años por fuera…Regresábamos a Medellín porque yo acababa de tener a nuestra hija. Y nuestra hija iba a crecer en Medellín porque tenía a sus cuatro abuelos. Y cuando volvimos, nos decían, están locos. ¿Cómo regresaron? Y para nosotros eso era como si nos hubieran abonado. ¿Por qué regresamos a Medellín? Espérense, nos contestamos a nosotros mismos. Y por eso buscábamos con esa pasión todo lo que nos hiciera creer en Medellín.
El periodismo cultural retrata eso que somos, la identidad, esa voz de la ciudad que está más allá de la tendencia. Así como en lo personal, a veces no se quiere profundizar en aquello que es doloroso o como está de moda nombrar “mirar a la niño interior”. El periodismo cultural busca ello, la herida, que a veces también es alegría, pero solo se entiende con el paso del tiempo. En esa época, que la herida y la llaga era la violencia, La Hoja recurrió a contar lo que pasaba más allá de esos actos de barbarie, buscando entender a Medellín, en esa búsqueda de la identidad de Medellín. Después de tantos textos, tantas conversaciones, tanto tiempo, ¿qué dirías de Medellín? ¿Cómo ha cambiado? No creo que sea muy otra cosa, la verdad es que eso que citaba Héctor, que era la búsqueda de la belleza como un paradigma en donde no solamente la fealdad y el horror era lo que había que hacer en el periodismo, sino también buscar la belleza, que no es rosadita, que no es aquella cosa de camuflar las vainas. Buscar la belleza en toda la dimensión que tiene. Yo creo que la ciudad, la que está en este libro, por ejemplo, es una ciudad que permanece. Vas a ver en algunos textos de ese libro cómo vas a reconocer cosas de la ciudad. Porque es que la ciudad en la identidad más honda no está todo el tiempo cambiando. Eso es mucho más esencial.
La Hoja tuvo que cerrar en 2008 después de muchos intentos y estrategias de financiación. Intentaron con la publicación de libros, seminarios, talleres, fiestas, venta de empandas, suscripción a la revista, servicios editoriales… ¿Cómo fue esa decisión de cerrar? Esa ya no fue una pulsión, fue una depresión. El escenario era, tenemos 25 personas de planta, ¡25! Y a esas 25 las tenemos que indemnizar en el momento del cierre de La Hoja, porque lo que no vamos a hacer es salir cada dos meses, y después cada tres meses, y después ir languideciendo. No, no. El último ejemplar de La Hoja da cuenta de que no sigue porque no podemos económicamente hacerlo y porque necesitamos que todo el personal salga indemnizado, y así se hizo.
¿Qué consejos le da Ana a esos medios que hacen periodismo cultural, desde lo financiero, lo administrativo, desde esa postura que asumieron al decidir cerrar porque no estaban dadas las condiciones? Yo creo que la esencia del periodismo tiene que ser el periodista, y sin duda, si no se dignifica con todo, con el modo de vida, con las condiciones en las que se produce el medio, con el reconocimiento económico y social del periodista, es muy difícil. No solo hacer periodismo cultural, sino cualquier periodismo. Y sobre todo separarse, deso ír la moda, desoír esa especie de avasallamiento que hay. Lo decíamos ahí en el libro, no solamente en las redes, sino en todo. Hay una especie como de homogenización, como que todo se parece a todo. Yo creo que hay que buscar la voz, hay que buscar el oído, hay que afinar, hay que escribir, y sobre todo, hay que botar a la basura lo que no nos sirve. Hay que ser selectivos.