“Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad” Marguerite Yourcenar.
El amor puede inspirar miles de acciones en el ser humano. Puede, un día, hacer que un amante desencadene una guerra entre dos pueblos por su amada, o que los enamorados se esperen toda una vida para estar juntos, o que el mundo solo sea el escenario para la pasión que brota de los cuerpos. Lo cierto es que a todos, en mayor o menor medida, nos ha atravesado el fuego del amor. Nos ha hecho reír, llorar, callar, cantar, bailar, viajar, entender, perdonar, suspirar. Nos ha hecho, en últimas, sentir. Se instala en nuestro ser como un destino, como un camino al que nos lanzamos en caída libre y del cual, en ocasiones, parece no existir escapatoria.
Amores hay muchos. Están los primeros, los más intensos, los inolvidables, los no correspondidos. En el caso de Marguerite Yourcenar, escritora belga nacida en 1903, el amor desaforado por un hombre, que nunca llegó a sentir lo mismo por ella, la hizo construir el libro que hoy hace parte de la colección de Palabras Rodantes: Fuegos, escrito en 1935. El hombre conversaba con ella atraído por su inteligencia, mientras la escritora se consumía lentamente en la atracción poderosa por el cuerpo, por la belleza de aquel. Esta aventura no superó más que el cruce de las palabras y en Yourcenar quedó el deseo insatisfecho.
Por esta obra, circulan entonces diversos amantes. Fedra, Aquiles, Patroclo, Antígona, Lena, María Magdalena, Fedón, Clitemnestra y Safo se la juegan toda por su sentimiento, el centro de su vida es el amor. Embebidos por él, las historias se sitúan en la cima o en la profundidad del abismo, en el paraíso o en la enfermedad. A esta colección de poemas de amor, de prosas líricas unidas por uno de los temas más universales y antiguos de la literatura, se suman las experiencias de quienes habitan nuestras bibliotecas, de quienes estante por estante van tejiendo la complicidad, esa que crea un mundo aparte con las miradas, los roces y las palabras que suceden únicamente entre los enamorados.
Algunos usuarios y trabajadores decidieron compartir un fragmento de su intimidad, un poco de esas historias de amor que han marcado sus vidas. Todas tienen en común el amor, los libros y las bibliotecas. ¿Cuál es tu historia de amor más memorable?

Un bibliotecario que se enamoró de una mujer lectora
Medellín tiene dos cosas muy parecidas entre sí: sus barrios y sus bibliotecas. Los libros se apiñan como las casas y los personajes se asoman por todas partes, como si los renglones fuesen ventanas o puertas por los que todos salen cansados de estar encerrados y de que nadie les abra las páginas, los ojos y hasta las piernas. En una de las terrazas de un libro, quiero decir… de una casa, hay una mariposa gigante y debajo de ella un letrero que dice: “volemos juntos”. Para poder verla, en efecto, es necesario volar, o estar en otra terraza mucho más alta o montarse en el Metrocable y mirar para abajo.
La mariposa gigante aterrizó en esa terraza porque un bibliotecario se enamoró de una mujer a la que le gusta leer. Para conquistarla ingresó en el sistema de catalogación de libros de la biblioteca y modificó algunos de los registros bibliográficos. Como ella era una buena lectora, él quería ganarse su corazón con elegancia y finos detalles. Así que le dijo: “Te recomiendo que busques en el catálogo digital el libro Persuasión”. Así lo hizo. En la pantalla del computador recorrió el título del libro, las palabras clave, el código de clasificación… cuando llegó al resumen, una sonrisa se asomó en su rostro. Él, que desde lejos, y medio escondido, miraba, vio cómo su sonrisa al abrirse en sus labios le iluminaba el mundo. Mantuvo su compostura. Ella fue por el libro. Encontró una nota. Con su mano bajó levemente sus lentes y la leyó. Las curvas de sus ojos se agudizaron en los extremos y fue por otro libro. Encontró un pequeño detalle que decía: “volemos juntos”.
De regreso a su casa, subiendo en el Metrocable, miró hacia abajo. Supo que esas alas y esa propuesta eran únicamente para ella. La mujer que todo lo leía con el brillo justo de sus ojos y la pronunciación dulce de sus labios.
Darle rienda suelta a la curiosidad
Alguna vez salí con una arquitecta, dentro de nuestras conversaciones ella relacionaba los edificios con las mujeres. Describió Ruta N como una mujer de cabello suelto, vestido rojo, medidas ceñidas y un labial carmesí. Luego me mostró el edificio de extensión de la UdeA y describió que era la misma mujer, pero de falda gris, camisa blanca ceñida, de lentes oscuros y cabello recogido. Hace un año conocí la mujer que ella describía, la mezcla perfecta entre esa mujer seria y sobria y aquella alegre y coqueta de labios rojos.
Nos presentaron una tarde, sus ojos recorrieron cada una de las partes de mi cuerpo, creo que ella entre sus muchos atributos, también tiene un scanner incluido capaz de sonrojar instantáneamente. Muchos meses después nos encontramos personalmente y sus comentarios sutiles hicieron que el bichito aquel de la curiosidad se me instalara en el vientre; una noche cualquiera, hablando de cualquier tontería le dije que no podía más, que ese bichito me tenía bastante afectada y que yo me arriesgaba a todo – incluso a perder mi empleo- solo por darle rienda suelta a la curiosidad.
Lo siguiente a esos días fueron un sin número de mensajes de texto alusivos a la curiosidad, la libertad del amor, los encuentros furtivos, la piel de la espalda como la última en envejecer y otros tantos juegos hasta que nos encontramos, una noche en la que necesitamos la ayuda del vino para dejar que nuestros bichitos curiosos se acercaran.
En la biblioteca nos rosábamos cada tanto y en alguna ocasión nos encerramos en la bodega para besarnos, pero sin éxito. Hace mucho que no visito la biblioteca, pero cada que veo su arquitectura me parece verla mostrando su sonrisa.
Dos compañeros de vida que se encuentran en una biblioteca
Mi nombre es Felipe y trabajo en una biblioteca, más exactamente en una de Comfama. La gente me hace preguntas como: ¿Trabajar en una biblioteca si es emocionante? Si te tomas el tiempo de leer estas líneas, creo que podrás darte cuenta de que sí, que es tan emocionante como saber que en una biblioteca, entre consultas y libros de trabajo social, se puede encontrar el amor y, sobre todo, a una compañera de vida.
A Pao la conocí un sábado en la tarde. Cuando la vi pasar por la puerta de la biblioteca fue inevitable quedarme mirándola; realmente sentí una conexión muy fuerte. La verdad es que ni recuerdo que estaba buscando, pero sí que le di un tour por toda la colección de libros que teníamos de Trabajo Social. Ahí los libros me estaban dando una mano, porque ella expresó que era muy interesante… la biblioteca, pero como yo hacía parte de la biblioteca entraba dentro del inventario.
Debo confesar que hice algo que no está permitido y es que tomé sus datos y le escribí al correo electrónico. Recuerdo que le deje este mensaje: “Fue muy agradable atenderte, y tienes una sonrisa muy bonita”. Dio resultado, porque casi que de inmediato ella me dio una respuesta igual de halagadora. Durante ese fin de semana nos hablamos por medio de cartas electrónicas hasta que pactamos nuestra primera salida para la siguiente semana.
En esa primera salida sentimos que había algo más que un gusto, que tal vez podría pasar algo más si íbamos despacio, pero como una cosa piensa la razón y otra el corazón, pues fuimos demasiado rápido y nos hicimos novios a los dos días de salir. Desde ese día ya van 7 años estando juntos, 3 como novios y 4 como esposos, o mejor, como compañeros de vida que siguien leyendo en las bibliotecas y escribiendo nuestra propia historia.
Por: Felipe Villada, facilitador de Biblioteca Comfama La Ceja.
Julio Verne y yo
De tanto escucharme mencionarlo, mi mamá empezó a creer que, con apenas 12 años, yo estaba teniendo una aventura con un tal Julio y tenía mucha razón. Era 1993 y, estando cerca de la poca anhelada adolescencia, logré desarrollar la obsesión compulsiva por algunas actividades y la desidia completa por otras; descubrí que si hacía preguntas profundas en clase de religión me castigaban enviándome a la biblioteca, un pequeño rincón en una esquina del primer piso del viejo edificio en el centro de Medellín.
La primera vez recordé el inicio de La historia sin fin, esa película ochentera basada en el libro La historia interminable de Michael Ende, así que me adentré y empecé a mirar los lomos de los empolvados libros; cuando llegué a literatura decidí quedarme ahí, una sección que cambió el rumbo de mi vida por completo. La vuelta al mundo en 80 días parecía una buena oportunidad para pasar el rato y robarle la razón a la religiosa, convencida de que me aburriría en aquel lugar.
Leí ese primer libro de Verne en menos de una semana. En el castigo de la semana siguiente lo puse de nuevo en el lugar donde lo había encontrado y me di cuenta de que nadie notó su ausencia. En esos entantes no había más libros del autor, entonces se me ocurrió la idea de visitar otra biblioteca. La de Comfama San Ignacio estaba al doblar la cuadra del colegio, entonces a la salida me escabullí rápido entre el montón de niñas uniformadas y logré llegar quince minutos antes de que la cerraran. Corrí a los ficheros para encontrarme con la hermosa sorpresa de que allí habían más de 16 libros de o sobre él. Tomé cualquiera, me dirigí a la zona de préstamo y, por no estar registrada, no pude llevarme el libro a casa. Me fui triste y decepcionada.
Al día siguiente salí un par de horas antes de clase y llegué directamente a la biblioteca, me registré, busqué los libros y empecé a leer. Fue solo la necesidad de desocupar la vejiga la que me distrajo de las letras y al mirar la hora supe que ya mis compañeras de clase deberían estar por la tercera hora, religión, así que me autocastigué y volví a la biblioteca a cumplir con mi sentencia hasta la hora del cierre.
Se volvió rutina, no hablaba de nada más y en cada fila, viaje en bus, espera en un semáforo, leía al menos una frase de uno de los 32 libros que me llenaron la vida y me regalaron el rótulo de repitente de grado sexto, junto con el apodo de "ñoña, ratona de biblioteca".
Por: Yessica Peña, responsable Biblioteca Comfama Bello.
Lo que no te he dicho
De un koala que ama a los bambúes
aunque lo suyo,
por naturaleza, sean los eucaliptos.
Hace más de doce años que no sé de ti.
El tiempo salió corriendo de un momento a otro,
tiró la puerta, me dejó con el café y el alma en las manos.