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Historia de una edición

Reseña de Historia de una novela de Thomas Wolfe (Periférica, 2021) por Daniela Gómez.

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El novelista estadounidense Thomas Wolfe logró publicar su primera novela, El ángel que nos mira, gracias al buen ojo del mítico editor Maxwell Perkins, también conocido por haber respaldado la publicación de Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald. Para algunos, no es mérito ese descubrimiento frente al peso ahora evidente de ambas obras. Pero esa percepción está facilitada por el tiempo. En caliente, en contra a veces de la tradición y los gustos de las mayorías, encontrar el valor es una virtud de pocos. Y no solo hallarlo, también trabajarlo, lo que ocurrió con Wolfe.

Luego de la publicación de su ópera prima, Wolfe se empeñó en la búsqueda de su propio lenguaje, bajo la presión de continuar sumando logros a su carrera de escritor o, de lo contrario, desaparecer tras su primer golpe de suerte. En Historia de una novela (Periférica, 2021), reconstruye ese itinerario de años durante los cuales renunció como profesor, dejó Estados Unidos por largas temporadas y regresó para encerrarse en un sótano de Brooklyn a finalizar un manuscrito de más de un millón de palabras.

La idea perseguida por Wolfe terminaría por convertirse en Del tiempo y el río, su segundo título. Pero antes ocurrió lo narrado en las últimas 20 páginas del libro: la historia de una edición de la mano de Maxwell Perkins. Durante los años de escritura —Wolfe no lo dice así, pero se entiende—, Perkins parece haber encontrado la manera de cubrirlo económicamente —es probable que con un adelanto de la editorial por sus próximos libros— y de alentarlo de una manera discreta para perseverar en la tarea de la escritura, por momentos inabarcable y desquiciante.

La intuición de lo que deseaba narrar se había despertado en Wolfe de una manera tumultuosa, y ese pálpito lo hacía recaer en el error constante de querer abarcarlo todo. La forma como procedió Perkins puso límites a su desbordamiento, ayudándolo a conducir su talento y su energía. Un día el editor le anunció a Wolfe que el texto estaba listo y le puso la tarea de rearmar el manuscrito que él había leído de manera dispersa. Esa primera versión se convirtió en el esqueleto de la novela, sobre la cual el autor debió construir una sinopsis y un derrotero de capítulos, para identificar vacíos. Con ese plan, Perkins intentó encaminarlo, aunque Wolfe se las arregló para escribir medio millón de palabras más.

Una vez llegada una nueva versión del manuscrito, editor y autor se aplicaron a cortar. Para un hombre que había dedicado 200 mil palabras para introducir tímidamente su trama, eliminar fragmentos de lo hecho fue un aprendizaje feroz:

Cuando el fruto de un trabajo ha brotado de un hombre como la lava de un volcán, cuando todo, hasta lo más superfluo, ha recibido el fuego y la pasión proveniente del núcleo blanco de su energía creativa, es muy difícil que ese hombre adopte de repente una actitud fría, quirúrgica y desapasionada

Relata Wolfe. Para eso estaba Perkins, quien hizo tan bien su trabajo que al final era Wolfe, no él, quién guadañaba de manera inclemente los textos, hasta la raíz misma.

Tan pronto los capítulos de 50 mil palabras quedaron reducidos a unas 10 o 15 mil, lo restante fue completar las partes inconclusas y generar conexiones donde hacían falta. Hasta el último momento Wolfe quiso agregar nuevos capítulos, pero Perkins se negó. La única manera de poner fin a los cinco años de esa espiral de creación agónica fue enviar el manuscrito a impresión sin consultarle a Wolfe, quien tuvo que aceptar la realidad incontrovertible planteada por su editor: necesitaba dejar ir ese libro, asumirlo con sus aciertos y errores, para poder escribir otros libros, distintos y mejores.

Wolfe tomó un barco a París para no presenciar de primera mano lo ocurrido con la publicación. Hasta allá llegó un telegrama de su editor para darle las buenas noticias. “No sucumbí porque él no dejó que lo hiciera, y creo también que, en ese momento concreto, él tuvo la ventaja de ver la batalla desde la posición de un observador experto”. Es una buena definición de lo que es editar.

Por: Daniela Gómez