Palabras Rodantes

Un puente para reconocernos mutuamente

Esta geografía me está diciendo, de Hugo Jamioy es el título 149 de Palabras Rodantes. Descarga el libro en PDF al final del artículo.

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Un puente para reconocernos mutuamente
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En la 17 Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín se lanzó el título 149 de Palabras Rodantes, una alianza entre el Metro de Medellín y Comfama. En esta ocasión se presentó una recopilación de poemas de Hugo Jamioy. Bajo el título Esta geografía me está diciendo, el también autor de los libros Mi fuego y mi humo, mi tierra y mi sol (1999), No somos gente (2000) y Danzantes del Viento (2010), comparte un poco de la cosmovisión de su pueblo Camuentsa Cabëng Camëntšá Biyá(Hombres de aquí con pensamiento y lengua propia).

Cuando recibimos nuestra lengua materna en realidad es el mundo lo que nos entregan. El idioma le da forma a las cosas para que sean palpables, las cubre de un delicado manto que hace menos ajena su condición fantasmal. La lengua nos da las palabras para tender puentes con los otros y para navegar en el propio ser. De ahí que ser nativo de una lengua o de otra condicione significativamente nuestra experiencia de la vida. No es lo mismo, por ejemplo, si en el núcleo de nuestra lengua materna está la idea de que somos uno con la naturaleza o si allí se encuentra el planteamiento de que una cosa es el ser humano y otra la naturaleza. Tampoco es lo mismo si dicha lengua tiene una relación cercana o lejana con el territorio en el que se habla.

La lengua que se habla mayoritariamente en Colombia, el castellano o el español según prefiera llamarse, tuvo sus orígenes en una geografía lejana y fue impuesta violentamente a través de un largo proceso de colonización que, además del uso de la fuerza física, incluyó un despliegue pedagógico a gran escala para enseñar de manera exclusiva el idioma de los colonizadores y la implementación de un sistema punitivo que prohibía el uso de las lenguas nativas del territorio y de los esclavos traídos de África. Por eso en Colombia se habla principalmente la lengua del conquistador y persiste una dinámica de favorecer la expansión de esta mientras se descuida a las lenguas que lograron y siguen luchando por sobrevivir al exterminio.

Desde la centralidad del país se suele olvidar que todavía existen grupos poblacionales, algunos pequeños otros muy amplios, cuya lengua materna es originaria del territorio que habitamos. En cifras de la Organización Nacional Indígena de Colombia, en el país «se hablan 70 lenguas: el castellano y 69 lenguas maternas. Entre ellas 65 son lenguas indígenas, 2 lenguas criollas (palenquero de San Basilio y la de las islas de San Andrés y Providencia - creole), la Romaní o Romaníes del pueblo Room – Gitano y la lengua de señas colombiana» (ONIC, 2015).

También se suele olvidar que el español que se habla en Colombia, al igual que el de todo el continente, está repleto de palabras provenientes de estas lenguas marginadas. Nombres de territorios, ríos y alimentos extienden sus raíces con fuerza en la historia del suelo que pisamos y ha sido así desde la época precolonial. Palabras tan cotidianas como Bogotá, chocolate y aguacate son ejemplo de ello. El nombre de la capital de la nación proviene del muisca o chibcha, mientras que el de los dos últimos frutos viene del nahuátl.

Aún así, las lenguas indígenas en el país están heridas, su vida está amenazada, podrían morir en desaparecer en un futuro cercano. Según el portal de datos del Gobierno Nacional, todas las lenguas que se hablan en el país, menos el español, están en riesgo de desaparecer. Los números son demoledoras: el 42% está en peligro, el 27% en situación vulnerable, el 16% en peligro de extinción y el 14% en situación crítica.

En este contexto, Hugo Jamioy, poeta proveniente del pueblo Camuentsa Cabëng Camëntšá Biyá (Hombres de aquí con pensamiento y lengua propia), ejerce su oficio de sembrador de palabras. Él se percibe a sí mismo como un “ordenador alfabético” del pensamiento de sus ancestros, cuya misión es entregar una semilla de este conocimiento con cada palabra que ofrece. A su vez, realiza un trabajo invaluable de conservación y divulgación del patrimonio lingüístico de su pueblo y, por lo tanto, de toda la nación.

La edición bilingüe español-camëntšá de los poemas de Jamioy que publica Palabras Rodantes, además de ser una acción de conservación y divulgación, es un gesto que hermana estas dos lenguas, que construye un puente entre ellas. Sin embargo, traducir una lengua en otra apenas nos ofrece unos chispazos de la sabiduría de la lengua original en la que fue llamada la poesía. El mismo poeta nos recuerda que traducir es una actividad más profunda y compleja que intercambiar unas palabras por otras, consiste en reconocer que cada palabra tiene un alma que solo se expresa con amplitud si la acompañan sus palabras hermanas.

"Era inimaginable que una lengua vernácula, que habita lugares inhóspitos de esta geografía colombiana pudiese llegar aquí. Afortunadamente gracias a este tipo de proyectos y a personas que han intentado pensar en que todo este territorio nacional puede integrarse a través de la palabra […] Pero si no hubiera sido [por mis ancestros que lograron inventar la lengua camëntšá] […] creo que no hubiese tenido la posibilidad de […] compartir esto que hoy se convierte en este texto titulado Esta geografía me está diciendo que contiene textos originales en Camsa con su traducción al español para que podamos construir ese puente para reconocernos mutuamente" (entrevista realizada a Hugo Jamioy el 13 de septiembre 2023).

Durante el lanzamiento del libro en la 17 Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, Jamioy puso un ejemplo para explicar la dificultad de la traducción. Contó que en camëntšá «si uno dice ‘abuayeynay’ traducido literalmente sería ‘aconsejar’ [...] Pero si decimos que es una palabra compuesta donde ‘eynay’ es “el lugar donde habita el espíritu, el lugar donde habita la vida, que es el corazón” [...] y cuando uno dice ‘abuay’ hace referencia a “buscar las mejores palabras para ser entregadas” [...] Entonces, si juntamos las dos, podríamos decir que es: “buscar las mejores palabras para entregarlas a ese lugar donde puedan vivir bien” [...] Esa sola palabra ya es un poema».

De modo que un poema en su idioma original ofrece un sentido que, al traducirse a otro idioma, se desdibuja dejando imágenes en el camino. Esto significa que, cuando se pierde una lengua, no se pierden simplemente “variaciones” para nombrar las cosas. Dejar que se muera una lengua es permitir que desaparezca un camino de conocimiento valiosísimo construido durante siglos, la memoria y cosmovisión de un pueblo, el mapa para entender las coordenadas del presente.

Revive la conversación del lanzamiento

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