El título 150 de Palabras Rodantes, una alianza entre el Metro de Medellín y Comfama, es un libro especial; se trata de la primera edición de esta colección que incluye cómics: El velo que cubre la piedra, de Ignacio Piedrahíta, con ilustraciones de Yapi. Esta antología de 28 relatos, editada originalmente por Atarraya Editores en 2018, habla de cómo la naturaleza y la sociedad coexisten, se enfrentan y dialogan y está acompañada por dieciséis páginas de cómic creadas por Yapi, donde la historietista antioqueña captura la esencia de la naturaleza manifestada en la inmensidad de lo pequeño: en la majestuosidad de una piedra o en la fragilidad de la vida.

“Las piedras no gritan, hablan al oído. Testigos de cataclismos, prefieren ahorrar palabras. Se limitan a sugerir el primer aullido del tiempo, el pliegue de la cordillera, el bostezo de la montaña...”, Ignacio Piedrahíta.
Por la ventana de un carro en movimiento, no es fortuito que los ojos maestros de Ignacio Piedrahíta Arroyave se detengan en ciertos detalles del paisaje: las piedras pintadas de blanco que conforman la estructura de una casa antigua y remodelada; el metal de dos grandes ventanas que hacen el puente entre el interior y el exterior de otra casa; y las historias detrás de los nombres de esos barrios de Medellín extendidos casi hasta las cimas de las montañas que rodean el valle.
Casi como un augurio, su apellido, un nombre impuesto y heredado de generación en generación, ya traía consigo alguna relación con sus más grandes pasiones. ‘Piedrahíta’ hace referencia a un municipio y villa española, pero también viene del latín petra ficta, que quiere decir literalmente “piedra clavada”; un término que, cuentan leyendas, designaba a aquellas piedras que se enterraban en los terrenos para delimitar su extensión o a aquellas que dejaban antiguos viajeros sobre el camino para hallar la ruta de regreso.
Y es que Ignacio Piedrahíta, un geólogo y escritor colombiano, siente un amor inmenso por el paisaje natural, por el subsuelo de piedra que sostiene la vida y por los viajes, esos que le han transformado el pensamiento y lo han convertido en un eterno caminante. Muchas de las palabras que habitan sus diarios de viaje, se convierten en literatura, en medio de una conjunción perfecta entre el conocimiento científico y la sensibilidad artística. También sus preguntas, sus emociones, sus reflexiones, sus anécdotas y los detalles de los objetos que recolecta en el camino se vuelcan en sus relatos.
Su primer libro surgió de las historias que escribía mientras cursaba el pregrado de Geología, que luego se materializaron en La caligrafía del basilisco (1999), una colección de cuentos. Luego publicó su primera novela con el Fondo Editorial EAFIT: Un mar (2006), obra finalista en el Premio Nacional de Novela Inédita del Ministerio de Cultura y ganadora de la V Convocatoria de Becas de Creación de Medellín en 2005. También ha publicado Al oído de la cordillera (2011), El velo que cubre la piedra (2018), Grávido río (2019) y La verdad de los ríos (2020) y ha sido colaborador de la Revista Universidad de Antioquia, el periódico Universo Centro y el suplemento Generación de El Colombiano.
En su obra los ríos, las montañas y las rocas son protagonistas. La narración en primera persona también lo es. Leer sus páginas es dejarse guiar por un viajero sensible, reflexivo y erudito que convive con la naturaleza, que se deja inspirar por ella, que escucha los susurros de un pasado milenario, que disfruta el rocío de la lluvia, que se siente atraído por paisajes inmensos y profundos, y que cuestiona las relaciones de los seres humanos con la vida del planeta. Si bien sus palabras están escritas en páginas finitas, sus libros abrazan millones de años e incluyen detalles de sucesos naturales que ocurrieron hace mucho tiempo y que hoy impactan el presente de la vida y el comportamiento humano. Después de viajar por las historias de Ignacio, la mirada propia no vuelve a ser la misma, pues esta es seducida a detenerse y contemplar el territorio que nos habita.

Develar la vida del subsuelo
Por su parte, en El velo que cubre la piedra, el narrador, a través de 28 relatos cortos, describe los detalles de una amplia gama de sucesos, acontecidos en la ciudad, la naturaleza o el universo: el ritual de una toma de yagé en el Alto Putumayo, el pasado sagrado de una mata de coca, la fiebre por el oro en la historia de la humanidad, la explosión del volcán Tambora en 1815, la relación de dos cuadros del Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires con las capas geológicas, la conexión entre la rotación de la Tierra con la escritura de Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Charles Bukowski, la vida durante cinco días en el mar, los pensamientos de importantes filósofos sobre las formas de la Tierra, un trayecto por las montañas del Valle de Aburrá, los caballos de la Medellín de finales del siglo diecinueve, la resistencia de un árbol en la avenida Nutibara, el contacto de los escritores con las armas, una caminata por el cerro Pan de Azúcar, el pasado remoto que cuentan las rocas, el hábito de comer tierra en algunas poblaciones, un concierto de punk en Castilla, las historias del hotel Chelsea, la fascinación que ha despertado La Patagonia, las expediciones a los polos de la Tierra o el arte de escribir. Todo esto como un poderoso descubrimiento de todas las capas de vida que, a veces, son silentes o invisibles ante los ojos y que cuando aparecen nos conectan con nuestra geografía.
“Con este libro, Comfama y el Metro de Medellín nos invitan a adentrarnos en palabras e imágenes, a dejarnos llevar por la narrativa en todas sus formas y a contemplar la belleza de la creatividad en acción. También, es una contribución para animar nuestras conversaciones sobre el poder de las historias, sean estas escritas o dibujadas. Una confirmación de que el arte de contar historias es infinitamente versátil y que las palabras y las imágenes son apenas algunas de las herramientas con las que exploramos el vasto y fascinante paisaje de la condición humana. Esperamos que estas historias y sus adaptaciones visuales les inspiren, les emocionen y les hagan reflexionar sobre la vitalidad de la narrativa en todas sus manifestaciones. Ojalá encontremos en ellas, con nuestros propios ojos y manos, un refugio, un desafío y, sobre todo, una fuente de asombro y esperanza”, Daniel Jiménez Quiroz en el prólogo del título.
En la cumbre del Pan de Azúcar, después de haber ondeado en carro la falda de la montaña, los labios de Ignacio siguieron el ritmo inquieto de sus ojos y empezaron a narrar las historias de aquella formación rocosa que fue clave para la construcción de la villa. Desde los mitos de la antigua Grecia hasta las narraciones recientes que dan explicación a la estructura, la fauna y la flora del lugar, las palabras del geólogo entusiasta salían a la luz y retumbaban en los oídos de visitantes desprevenidos, quienes recibieron estas dosis de conocimiento como una oportunidad para comprender la ciudad y su vínculo con el pasado y el presente del universo misterioso.