Reseña

Lo que pesa una caja

Reseña de El destino de una caja de Víctor Malumián (Gris Tormenta, 2024) por Daniela Gómez.

Cabecera El destino de una caja
Lo que pesa una caja
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De todas las etapas de producción y circulación del libro, la distribución es la más misteriosa: su funcionamiento no es evidente, la información al respecto es escasa y hay poca literatura sobre el tema. Es una red que opera silenciosa, pero sin ella no existirían buena parte de las editoriales que por su capacidad o por su tamaño no pueden comercializarse a sí mismas, llevar el inventario de sus libros, remitirlos a las librerías, reponerlos cuando se venden y cobrarlos, sobre todo cobrarlos.

En El destino de una caja (Gris Tormenta, 2024), Víctor Malumián recuerda las circunstancias que los llevaron a él y a su socio de la editorial argentina Godot a encarar la tarea no deseada de fundar su propia distribuidora, hoy Carbono. Se trató de un pedido de información no satisfecho por su distribuidor de entonces. De parte de la editorial querían saber qué títulos se movían más por librería para programar unas visitas personalizadas a cada punto de venta, pero la empresa no tenía los datos, o no parecía querer compartirlos. La realidad fue revelándose impostergable: o tomaban como propia la responsabilidad de vender sus libros o debían conformarse con seguir creciendo a ciegas.

La épica de creación de Carbono sirve para repasar las etapas que transitan editor y distribuidor para llevar los libros de la imprenta a las manos del lector. Desde las decisiones básicas del quién —bajo qué criterio queda hacer llegar los libros a ciertas librerías— hasta los ritmos y cantidades que compaginan o no el día a día de un editor y su distribuidor. Se trata de cierta respiración, dice Malumián: hay distribuidoras enormes que se agitan bajo la presión de cientos de novedades al mes; otras se dedican a orquestar los pulsos de proyectos medianos y pequeños para crear entre todos el volumen que justifica echar a andar una caja.

hay distribuidoras enormes que se agitan bajo la presión de cientos de novedades al mes; otras se dedican a orquestar los pulsos de proyectos medianos y pequeños para crear entre todos el volumen que justifica echar a andar una caja.

En esa explicación del proceso hay un manual, si el lector así lo necesita, para reproducir un esquema del que depende la longevidad de un catálogo. Pues aunque la pregunta por el qué —qué se quiere decir, cuál es la apuesta— es tan vital en el mundo editorial como en cualquier otra área creativa, la cuestión de cómo poner a circular el libro está a escasos milímetros de distancia. Tener resuelto el impreso pero no su divulgación es un error común, y no por eso menos fatal, para la vida de ese libro, por no decir de ese autor y de la editorial en su conjunto. Cuando los ejemplares en vez de circular se van acumulando en una bodega, es que se entiende de verdad cuánto pesa una caja.

El modelo de Carbono apunta además a la complejización del papel del distribuidor. La labor logística —que implica la planeación para el movimiento eficiente de los ejemplares y su cobro oportuno— exige cada vez más ser acompañada de un esfuerzo estratégico de comunicación, en el que se crucen sentidos, no solo distancias. Por eso las campañas, los clubes de lecturas, los encuentros virtuales o presenciales, los desayunos con libreros: el distribuidor actúa de embajador de los sellos que representa y en su capacidad de narrarlos descansa buena parte de su supervivencia.

Esta historia de una pequeña distribuidora, que eligió trabajar con pocos sellos y que continuamente se inventa formas de transmitir el espíritu de esos proyectos, marca una senda para otras iniciativas del continente. Si hace unos años la oleada de nacimientos fue de editoriales independientes, es el momento de que la marea traiga a las distribuidoras destinadas a hacer circular esa producción empozada, dándole a todos los agentes escondidos detrás de la tapa de un libro la oportunidad de seguir haciendo lo que mejor saben hacer.

Por: Daniela Gómez Saldarriaga