El cómic infantil y juvenil

El cómic infantil y juvenil: Un género con muchos lados por descubrir

El divulgador de arte gráfico Mario Cárdenas comparte su opinión sobre estado de este género en el país.

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El cómic infantil y juvenil: Un género con muchos lados por descubrir
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Fue más o menos cuando se empezó a hablar de cómics adultos, o más o menos cuando se empezó a hablar de novela gráfica, que se empezó escuchar con insistencia que los cómics no tenían nada de vulgar, ni de infantil, y que al contrario eran una forma de arte sofisticada, que eran un tema serio y que podían ocuparse de temas importantes. Algo que intentaba disuadir esos «hándicaps simbólicos» que señaló Thierry Groensteen: el cómic es un género bastardo, resultado de la «escandalosa» mezcla de texto e imagen; es consumido exclusivamente por niños y adultos que quieren prolongar su adolescencia.

Seguramente repetí sin reparo algunas de esas frases mal puestas en un intento por demostrar la nueva importancia de los cómics. La ola de justificaciones estuvo a la mano y se pasaba de un lugar a otro. En algún punto, esas y otras frases se instalaron como consignas de campaña y se volvieron carta de primera mano para que algunos lectores se sintieran menos incómodos si tenían un libro de historietas en su biblioteca o para que aceptaran que leían con dibujos.

La justificación y todas sus variantes limpió el camino para que la utilidad de los cómics entrara en un cuarto estrecho y aburrido. Bueno, no del todo, pero sí en gran parte. Así, con la avanzada de esas frases repetidas como carta de presentación fueron apareciendo las muchas cartillas que organizaciones, periodistas y editores se lanzaron a encargar con mucha ambición y cero aciertos. Un dibujo al servicio informativo, con poca gracia y riesgo artístico. La anécdota unida al mensaje dibujado. Aunque hay excepciones, el didactismo se fue tomando la zona. Algo horrible. Como dijo alguna vez el dibujante colombiano Iván Benavides «La idea de un cómic elaborado, ex profeso para estudiar, me parece terrible. Eso le roba toda capacidad de persuasión a la creación artística y transforma a la acción contemplativa en una obligación, una aporía desde cualquier perspectiva»

Y mientras tanto el cómic infantil y juvenil quedó lastrado al último lugar de la fila.

Aclaro antes de seguir que, si bien estas ideas y justificaciones se expandieron gracias a la internacionalización de cómic, su aceptación y validación en suplementos, museos y otras instituciones, fue en Colombia donde esto se volvió una idea general.

¿Qué pasó entonces con el cómic infantil? ¿Necesita realmente una vindicación? Hace poco, luego de largas conversaciones, de un tanteo escaso y algunas opiniones tras escena, incidí para que se diera una discusión pública sobre el cómic infantil y juvenil, la idea era abrir una discusión para tratar de dar respuestas y hablar de forma abierta sobre lo que considero se estableció como un problema: el cómic adulto, biográfico e informativo y su avanzada, a costa de la mala fama del cómic infantil y juvenil. Lo poco que escuché de la conversación me dejó una sensación incompleta, resultado de un temor diplomático por abordar el tema de frente. Es lo habitual en esta burbuja de hipocresía en la que vivimos, y el miedo que se ha implantado al remolino difícil de la crítica, a la escasa posibilidad de disentir con ironía parafraseando al escritor Juan Cárdenas. Lo habitual es no decir nada para evitar un mal ambiente. O decirlo a la escondidas. O decir que todo nos emociona, es valiente y es increíble.

Como he dicho, el asunto de lo infantil, la mala prensa y la narrativa que, con o sin intención, terminó desprestigiando este género, una idea que entre la ausencia de crítica y formación hizo gran espacio de forma totalizante en la fracturada tradición colombiana. Mientras se insistía que el cómic era un tema serio y adulto, que servía para esto y aquello, brotaron, y siguen brotando como granos, una serie de cómics sin gracia y sin asomo estético. Agarrados y justificados por la anécdota y la información que presentan como pasa con las historietas que publica el Laboratorio de Estudios Culturales Históricos y Espaciales (colectivo LECHE) o algunas de las historietas publicadas por la Comisión de la Verdad.

Como dijo alguna vez el dibujante colombiano Iván Benavides «La idea de un cómic elaborado, ex profeso para estudiar, me parece terrible. Eso le roba toda capacidad de persuasión a la creación artística y transforma a la acción contemplativa en una obligación, una aporía desde cualquier perspectiva»

Lo primero que debemos aclarar es que el cómic no es un género de la literatura. El cómic es una forma de arte narrativa y tiene sus géneros, uno de esos géneros: el infantil y juvenil. Las clasificaciones son limitantes, y se agrietan en su intento de pureza, pero esto nos sirve para aclarar que el cómic puede ser infantil y juvenil, o hay cómics infantiles y juveniles. Simple. Los cómics pueden ser infantiles, divertidos, entretenidos, y pueden ser eso y mucho más, como sucede sin reparo y malentendidos con las demás artes narrativas. Son de muchas formas y eso no limita su valor estético y narrativo.

En ese gran espacio del cómic infantil y juvenil caben muchas lecturas: los conocidos álbumes de Tintin de Hergé, la serie de Asterix le Gaoulis de René Goscinny y Albert Uderzo, los imperdibles Moomins de Tove Jansson, la serie Los pitufos de Pierre Culliford, (Peyo), los libros de Raina Telgemeier, sobre todo su cómic ¡Sonríe!, Las varamillas de Camille Jourdy, la serie Hilda de Luke Pearson, el monumental Bone de Jeff Smith, Ana y Froga de Anouk Ricard, El pequeño vampiro de Joann Sfar y la serie Ariol de Emmanuel Guibert y Marc Boutavant.

Pero son muchos más. Y dentro del género hay grupos y formas y estilos dependiendo de la edad del lector: podemos encontrar publicaciones infantiles que van desde los 3 a los 8 años, de los 9 a los 12 años, y juveniles de 13 a los 17 años. Si tenemos en cuenta la segmentación que disponen los Premios Eisner. Sin entrar en un panorama de detalles y apuntes estéticos, el infantil es un género esencial, vibrante, con muchas caras, estilos y formas, que está lejos de ser un género menor, si es que esa categoría existe, o es el resultado de una apuesta didáctica con colores, dibujos y letras. Al contrario, es un género con muchos lados por descubrir.

Volviendo a Colombia, a pesar de la agenda del cómic adulto, algunas editoriales y autores apostaron por trabajar en este género. No todo ha estado acaparado por la memoria, el testimonio gráfico y el hambre de realidad. Uno de los primeros libros que hizo la editorial Robot marcó esa vía. Hablo del álbum de Iván Benavides, El cuy Jacobo y el tesoro guillancinga, una mezcla de aventura e historia, recreada en el siglo XIX, con personajes antropomórficos de la fauna regional del sur de la república, y diseñado con detalladas referencias arquitectónicas y simbólicas. La serie de Benavides ha continuado por otros puntos del mapa nacional con una segunda entrega El cuy Jacobo y la Lagrima del Pacifico con la editorial Norma.

Otros libros como Tumaco, de Oscar Pantoja y Jim Pluk, o Mili y Quesito van al mar, de Raeioul son ejemplos de las posibilidades, capacidad y desempeño que los dibujantes nacionales tienen para trabajar en proyectos de este género. Las decisiones técnicas y gráficas y la amplitud de recursos gráficos con relación a paisajes locales hacen parte del inventario narrativo que podemos leer en estos libros. Pero es Lorena Alvarez, uno de los casos que ha tenido mayor foco y puntos altos, por sus reconocimientos internacionales y por alto nivel de diseño, cuidado, referencias y conversaciones con otras artes, un trabajo que podemos leer en sus álbumes Luces Nocturnas e Hicotea.

En este punto final de la vindicación, hay varias tareas pendientes: revisar el pasado y la historiografía nacional para realizar nuevas y comentadas ediciones, es una deuda que tenemos con nuestros archivos gráficos. Promover nuevas ediciones de las historietas publicadas en el suplemento Los Monos del diario El Espectador ampliaría aún más una tradición que se ha visto opacada. En muchas páginas de Los Monos hay historietas infantiles y juveniles como Copetin de Ernesto Franco, Los marcianitos de Efraím Monroy, Los cuidapalos de Jaime López, entre muchas otras, que se podrían rescatar y activar, para nuevas posibilidades de diálogo y lecturas. Y trabajar en la creación de premios y estímulos de edición para cómic infantil y juvenil y la instalación de espacios de formación, sería algo que impulsaría un género con potencial demostrado en Colombia. Un género visto no como herramienta informativa y educativa, un género que puede dialogar, sin reparo, con nuestra tradición gráfica y escrita.