Durante 2024, Palabras Rodantes, la alianza entre el Metro de Medellín y Comfama, propone una conversación alrededor del amor con diez publicaciones a lo largo del año. El título 153 de esta colección corresponde a un clásico de la literatura: el poeta romano Publio Ovidio Nasón con su libro El arte de amar, publicado en el año I de nuestra era. La obra, escrita originalmente en ritmos y versos latinos, pretende ocuparse de lo que el poeta creía que necesitaba un verdadero arte, en vez del Estado o la guerra: el amor. Está dividida en tres libros donde sus palabras aparecen como instrucciones en medio de metáforas, anécdotas e historias que las refuerzan.
Los dos primeros libros están dedicados a los hombres y en ellos el poeta ofrece consejos sobre las formas para conquistar a la amada, los lugares propicios para el amor, los temas de conversación entre los amantes, los tiempos adecuados para la conquista, los regalos que conviene dar, las iniciativas que deben tomar los hombres, los deseos femeninos y los tipos de mujeres y las tácticas que deben emplearse con cada una de ellas, así sea necesario incluso recurrir a la violencia. En el tercer y último libro, el poeta se dirige a las mujeres y las orienta en cuanto a las características fundamentales para lograr ser amadas y deseadas: la complacencia, la delicadeza, el cuidado de la apariencia, los buenos modales y habilidades como saber cantar, tocar instrumentos, bailar, leer poesía y escribir correctamente.
Para su época, esta obra fue polémica y atentó contra los designios morales y políticos del emperador Augusto, por lo que Ovidio terminó condenado al exilio en una colonia alejada de Roma, donde finalmente murió en el año 17 d. de C., separado de sus hijas y su esposa y con sus libros retirados de las bibliotecas. Incluso, al año siguiente de su muerte, el emperador promulgó una ley que castigaba con el destierro a cualquiera que cometiera adulterio.
Así pues, ¿cómo vamos a leer a este poeta en el presente sin exiliarlo? La obra es un viaje al pasado, a los rincones más oscuros y luminosos del corazón humano, a los misterios irresueltos del amor y a la radiografía de una sociedad que es origen de nuestro tiempo. Danielle Navarro, editora de esta edición, apela, en el prólogo, al pensamiento crítico y a la conversación profunda: “No recibas este libro como un manual de instrucciones, aunque lo parezca. En cambio, asúmelo como si fuera un espejo o un retrato; que puedas decir al final de tu lectura: sí soy, lo he hecho, lo he visto, lo he vivido; este libro habla de mí y de mi tiempo; me fascina, me aterra. Pon en pausa la primera emoción de censura que llegue a tu cuerpo y a tu mente mientras leas, y permite que este encuentro con el mundo antiguo sea para ti intenso, incómodo y fecundo”.
Conversación con María Mercedes Gómez
María Mercedes Gómez Gómez es historiadora y Doctora en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, y Magíster en Estudios Socioespaciales del Instituto de Estudios Regionales, de la Universidad de Antioquia. En los últimos años, se ha dedicado a los estudios de género, rescatando las voces femeninas del aparente silencio de los archivos y de la memoria regional; y explorando otros lenguajes y formas de circulación del conocimiento, a través de la literatura y la historia.
¿Cómo ha sido tu experiencia leyendo El arte de amar?
Leí El arte de amar, por primera vez, hace unos cuantos años, mientras estaba estudiando el pregrado en Historia. Las lecturas viven en algún rincón de nuestra memoria y creo que siempre conservamos algo de ellas, en el modo en el cual vamos estableciendo una relación con el mundo y en la manera en la cual desplegamos nuestra experiencia para comprenderlo, así los recuerdos no sean tan exactos. Hay algo de todo aprendizaje con la experiencia de la lectura, que jamás nos deja intactos –así no lo creamos o no nos percatemos de ello–. El texto en sí mismo no lo recordaba y no recordaba la historia de un poeta en el exilio que, aún nos canta, más de dos mil años después. Releer un texto para mí, es leerlo, como si fuera la primera vez y hay todo un ritual que involucra el momento justo, en que hemos decidido leer esa obra y no otra, es como una relación alquímica con los libros. Leerlo –como si fuera la primera vez–, es una experiencia que, también, habla de mí misma y el lugar en el cual estoy y que, a su vez, se entrelaza con otras experiencias de lectura y vivencias íntimas. En últimas, la mujer de hace veinte años, no es la mujer que está abordando esta lectura, hoy. Hay otras perspectivas que se han ido ampliando, entre otras, por mi experiencia con la historia de género. Hay una sensibilidad distinta. Ahora, observo con más detenimiento y sensibilidad la relación histórica entre géneros, la guerra y el amor, los sentimientos y las emociones, las relaciones de poder; cuál ha sido nuestro lugar y como nos vamos constituyendo como sujetos, de acuerdo a unas coordenadas históricas pero, también, pienso en aquellos paradigmas que atraviesan el tiempo: ¿Qué nos hace sentir tan cerca y, a la vez, tan lejos del pasado? No puedo evitar emocionarme de solo pensar que, ante mis ojos, hay una obra que ha sobrevivido a los rigores del tiempo, de la guerra, de la fragilidad, del olvido –¡Más de dos mil años!–. Si este dispositivo técnico de la memoria no existiera, si esta extensión de nosotros mismos no sobreviviera a nuestra inexorable mortalidad, no sé cómo podríamos sentirnos humanos con esos otros seres humanos que nos han precedido.
¿Cuáles reflexiones nuevas te inspiró?
Uno ama de tantos modos, entre ellos, amamos, inevitablemente, con el cuerpo. Y amamos no solo desde nuestras propias vivencias e historia personal sino, además, desde el tiempo en el cual vivimos y la sociedad en la cual estamos inmersos y que nos proveen de unos aprendizajes de los cuales, a veces, ni siquiera somos conscientes. El amor ha sido un tema que ha penetrado, profundamente, el universo de las artes, en sus distintas expresiones –literatura, artes plásticas, cine, teatro, etc.–, por miles y miles de años; pero ha sido muy poco discutido, por ejemplo, en el espectro político: ¿Por qué? Hasta el siglo veinte, no hubo una consciencia sobre lo que implicaba, por ejemplo, la relación del universo doméstico y las relaciones íntimas –de pareja, parentales, amistosas, vecinales, etc.–, con las relaciones de poder; y cómo hasta el interior de una pareja o una familia había –y aún hay–, prácticas normalizadas en el dominio de un sujeto sobre otro; y que son prácticas que atentan, de manera categórica, contra la libertad, los derechos y la dignidad humana. El arte de amar nos habla de ello, también y creo que hay un lugar de reflexión muy importante que a mí, en particular, me parece que hace parte de ese pacto universal que deberíamos tejer como humanidad: el consentimiento; y lo que ese consentimiento implica como práctica de la libertad. Si hoy leemos a Ovidio, en El arte de amar, en su contexto histórico, lo que podemos decir es que hay un dominio naturalizado del hombre sobre la mujer y una disposición naturalizada de la mujer para ser conquistada.
Así que nos habla del amor como poder, pero también de la potencia del cuerpo como vehículo para desplegar una potencia erótica, de la cual la mujer debería gozar, plenamente –a mí esta idea en particular, me parece revolucionaria para la época–; pero, también, nos habla de una mitología clásica, en la cual se entremezclan dioses y humanos, hasta en los rincones más profundos de la vida cotidiana. En últimas, Ovidio nos abre una ventana, un resquicio por donde colarnos para comprender una época y un modo de amar: ¿Cómo se han transformado las sensibilidades y el modo en el cual experimentamos el amor? Es una de las preguntas que como lectores hoy, les invito a que nos hagamos.
¿Cuál es la importancia de los clásicos y por qué debemos seguirlos leyendo?
Más allá de que podamos llamarlos, libros de culto –como aquellos imprescindibles en la lista de libros por leer–; a mí me seduce, profundamente, la posibilidad de vivir en otras épocas. Yo siento que mi mundo está provisto de una serie de imágenes que he ido alimentado y hay una metáfora que yo siempre empleo: viajar en la máquina del tiempo. Poder vivir en toda su dimensión una época. Yo evoco mucho un recuerdo de mi niñez. Había una serie norteamericana, que se llamaba Viajeros y era un adulto y un niño que viajaban por el tiempo y les tocaba vivir esa época a la cual la máquina los enviaba, con la extrañeza que eso implicaba, porque no dejaban de estar en el tiempo del cual ellos venían –el presente–. Pero veían los acontecimientos, participaban de ellos y hasta les tocaba vestirse y adecuarse a las costumbres de ese lugar y de ese tiempo. Para mí esa es la experiencia de la lectura de un clásico.
¿Por qué es importante que este título haga presencia en una colección como Palabras Rodantes?
Me parece increíble y sobrecogedora la idea de que esta obra llegue hasta hoy, desde un lugar alejado y desde un autor que está, también, tan lejos en el tiempo. Solo el hecho de haber perdurado por miles de años, a mí me parece una proeza del ingenio humano. En medio de un contexto de gran incertidumbre, de dolor, de guerras, de desastres medioambientales, creo que la experiencia de la lectura nos permite un refugio pero, a la vez, un lugar de reflexión sobre esos otros temas que nos definen como humanos. El amor no es un tema menor, las relaciones humanas no son un tema menor, aprender a vivir juntos y cómo podemos hacerlo, jamás será un tema menor. La reflexión sobre el amor, sobre ese primer vínculo que establecemos con el mundo, sobre los sentimientos y las emociones que forman parte de lo humano y que también nos vinculan con los otros: ¿De qué modo nos vinculamos? ¿Cómo la dignidad no es solo cuestión del orden político de los derechos humanos sino, desde nuestras propias formas de relacionamiento, desde el lugar de lo cotidiano? No sé si Ovidio creía en la inmortalidad –pero bueno, era romano–; y emerge esta pregunta para mí: ¿A quién le pertenece la obra? ¿Al autor o, en este caso, a sus lectores? Ovidio jamás adivinaría –por más sediento de inmortalidad que estuviese–, que llegaría hasta nosotros hoy, que mientras realizamos un viaje o nos tomamos un café, estaremos leyendo su poema, estaremos viviendo, en medio del bullicio y del ajetreo incesante de la ciudad, una experiencia estética y, a la vez, preguntándonos, si esas aparentes fantasmagorías, siguen viviendo en nosotros; y qué huellas acerca de cómo amamos sobreviven en nosotros; que hay que derruir y que hay que volver a edificar, para encontrarnos con lo humano, demasiado humano.





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