Reseña

Una editorial propia

Reseña de Dedos de coliflor de Virginia Woolf. Compilador Eric Schierloh (Barba de abejas, 2023) por Daniela Gómez.

Cabecera Dedos de coliflor
Una editorial propia
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En 1917 el matrimonio Woolf fundó la Hogarth Press, una editorial que comenzó siendo un pequeño proyecto artesanal y fue convirtiéndose, durante más de dos décadas, en una empresa con varios empleados y tirajes de miles de ejemplares que imprimían de manera industrial. Pese al éxito comercial, con el tiempo el interés de los editores empezó a fluctuar entre la exaltación y el hartazgo. Habían fundado una editorial para publicar sus propios libros y sin preverlo estaban siendo sepultados por los libros de otros, “que no eran buenos ni malos”, solo trabajo adicional para los esposos escritores que no tenían tiempo de escribir.

El sueño de Virginia y Leonard Woolf de prescindir de los editores para llegar directamente a sus lectores los transformó, efectivamente, en editores obligados a ceñirse a los tiempos del mercado, pensar en el costo beneficio de los libros, leer un número inabordable de manuscritos y finalmente elegir a sus autores pensando en cuáles iban a venderse más. Justo lo que querían evitar para sus propias obras. En ese sentido, el experimento parece haber salido mejor: Virginia escribe sobre el bien que le hace pensar que sus libros solo deben pasar el filtro familiar y no someterse al escrutinio de terceros. Ven la luz y se venden por miles. El único obstáculo es dividir la vida entre la propia obra y mantener andando la rueda: manuscritos, impresión y mercadeo.

Dedos de coliflor (Barba de abejas, 2023) es una compilación y traducción hecha por Eric Schierloh de fragmentos extraídos de los diarios y cartas escritos por Virginia Woolf, entre los años 1917 y 1941, con el objetivo de reconstruir la historia de la Hogarth Press y rastrear cómo la existencia de la imprenta trastorna el proceso creativo de la familia de escritores, especialmente de Virginia.

Para Schierloh hay un parteaguas: cuando la imprenta deja de ser artesanal y se convierte en producción industrial que aleja a los editores de la labor manual. En un principio, los Woolf consiguen una imprenta de tipos móviles que los obliga a componer las páginas letra por letra y hacer el registro en el papel gracias a su propia fuerza y precisión. La pasión que les despierta los impulsa a ir consiguiendo más máquinas, hasta acondicionar su propia casa como una imprenta. Fueron 34 títulos corregidos, compuestos, impresos y encuadernados con sus propias manos. Buscaban editar gran literatura —de estas filas hacen parte T.S Eliot, Roger Fry, Katherine Mansfield, además de la pareja Woolf—, aunque el resultado final solo fueran unos cuantos ejemplares impresos en papeles económicos.

Los fragmentos que componen el libro hilan el trasegar de la empresa y lo ambientan entre tipos de plomo desparramados en la alfombra, decenas de sobres por enviar y cajas de libros sin vender, mientras al fondo suenan las discusiones de los Woolf con sus empleados. La aventura va ocurriendo año a año, a veces con una breve introducción de Schierloh para dar contexto a ciertas referencias. También como estrategia para ir templando el hilo que finalmente se romperá en el declive.

Tres años antes de llenarse los bolsillos con piedras y lanzarse al río, Virginia cedió su parte de la editorial para que la Hogarth tuviera un nuevo socio que pudiera darle un futuro. Entre las razones de la pareja para empezar a imprimir habría estado el deseo de Leonard de propiciar una actividad que a Virginia le ayudara a reponerse de sus recaídas. Le encantó durante mucho tiempo —“no hay nada en escribir que se compare con imprimir”, le dice a su hermana Vanessa Bell en una de sus cartas—, hasta que el negocio adquirió dimensiones en las que el dinero dejó de ser una recompensa atractiva. No hay moraleja, pero sí la sensación de que acortar las distancias entre el escritor y el objeto de su arte despliega un estado bastante cercano a la felicidad.