De todo aquello que puede ser objeto de nuestro amor, las ciudades ocupan un lugar especial. No solo son escenario de nuestras pasiones, también se convierten en anhelo, deseo y celo, pueden llegar incluso a rompernos el corazón. De ahí que Palabras Rodantes haya decidido dedicar el título 156 a dicho tema, justo el año que todas las publicaciones de este programa del Metro de Medellín y Comfama apuntan a mostrarnos diferentes dimensiones del amor.
Para crear Amores que parchan en las esquinas, cuatro cronistas fueron invitados a relatar cómo algunos habitantes de Medellín la aman a su manera. Zahira López, periodista y bailarina, hace un recorrido por la ciudad danzante, los ritmos que hacen vibrar sus calles y ladrillos marrones. Juan Guillermo Romero, divulgador del patrimonio vivo, sigue las andanzas de dos artesanos con puesto habitual en el mercado de Sanalejo, don Julio Mosquera y doña María Edelmira Aristizábal. Carolina Calle Vallejo, quien se alquila para amar, revela algunos detalles de su oficio de escribir cartas de amor por encargo. Y, finalmente, Pablo Pérez, más conocido como Altais, crea un ensayo visual sobre las tiendas de esquina, sin duda uno de los elementos más característicos del paisaje urbano de Medellín.

Para corresponder a este ejercicio, quisimos hacer una selección de libros que se pueden leer como declaraciones de amor al lugar donde sucede "la eterna primavera". Lecturas que, de paso, nos pueden ayudar a encontrar nuestras propias palabras para decirle a esta ciudad lo que sentimos por ella.
Medellín te quiere, pero con la doble
Lo primero que salta a la vista al indagar por la manifestación del amor a la ciudad en la literatura es que "la tacita de plata" produce un sentimiento ambiguo. Jorge Franco en su novela Rosario Tijeras, por ejemplo, dice que: "Medellín está encerrada por dos brazos de montañas. Un abrazo topográfico que nos encierra a todos en un mismo espacio. Siempre se sueña con lo que hay detrás de las montañas aunque nos cueste desarraigarnos de este hueco; es una relación de amor y odio". O José Manuel Arango lo expresa así en la tercera estrofa de su poema Ciudad (2):

Por eso a Medellín hay que mirarla rayado, con los ojos entrecerrados, con sospecha, no vaya a ser que te tragues más de la cuenta y la ciudad te ponga a perder: "Medellín es como esas matronas de antaño, llena de hijos, rezandera, piadosa y posesiva, pero también es madre seductora, puta, exuberante y fulgorosa. El que se va vuelve, el que reniega se retracta, el que la insulta se disculpa y el que la agrede las paga. Algo muy extraño nos sucede con ella, porque a pesar del miedo que nos mete, de las ganas de largarnos que todos alguna vez hemos tenido, a pesar de haberla matado muchas veces, Medellín siempre termina ganando", escribe también Franco en la novela recién citada.
Hay ciudades donde uno no puede ver más allá de los edificios que tiene al frente. Medellín es todo lo contrario, se te muestra casi completa donde quiera que estés. El que no muestra no vende, parece decir y Medellín quiere que la desees. Tomás Carrasquilla, en su novela Frutos de mi tierra, describió con una metáfora certera ese valle sobre el que se acuesta la ciudad: "El Aburrá, perezoso, ondulante, aquí angosto, desparramado allá, interceptado á trechos por los cañaverales y sembrados, se ve desde la falda, bien así como retorcidos recortes de hojalata". Esta última frase devela su filo peligroso y seductor, tanto como otro de los versos del mismo poema de José Manuel Arango arriba mencionado que ve en las montañas que rodean la ciudad "el borde de una copa quebrada".

Un amor desbordado
Medellín te pide que la ames desmedidamente, que tu amor se desborde, así como ella misma se quiere desparramar del otro lado de las montañas. Patricia Nieto, entre las muchas caras que ha mostrado de Medellín, en varias de sus crónicas ha narrado, recogiendo las voces de sus protagonistas, el poblamiento de las laderas de la ciudad. En Los vencidos: cuando el hogar es otro país, uno de los textos que componen el libro Crónicas del paraíso, lo resume de la siguiente manera: "Así creció Medellín en la década de los sesenta. Ocupados ya los terrenos considerados topográficamente difíciles de construir por campesinos que se acomodaron en la parte alta de Granizal, en lo que es Santo Domingo Savio, los Populares, La Isla, Moscú y El Raizal, a los recién llegados no les quedaba más que las laderas altas y agrestes. Geólogos, ingenieros y arquitectos calificaban los territorios en conquista, no solo como difíciles, sino como imposibles de habitar". Pero ahí siguen estas personas y cada vez son más. Medellín les da un abrazo entre acogedor y asfixiante.
Por su vocación de montaña, Medellín te exige que aprendas a trepar o descolgarte por ella. Muchas obras literarias registran esa expresión tan particular de la gente de por estos lares, aquí no se "va al centro", sino que se "baja al centro", siempre se baja. Un ejemplo es el cuento Fantasmas, que hace parte del libro Malas Posturas de Lina María Parra Ochoa: "Un día, aún viviendo en Medellín, bajó al centro a comprar ropa interior. Fue unas semanas antes de casarse. No le dijo a nadie, ni a su madre ni a sus hermanas, a dónde iba. Cogió un bus en el parque de Manrique y pasó todo el trayecto nerviosa, mirando por la ventana pero sin atender a nada en particular. Pensaba en un liguero que había visto un día en una tienda en Junín. No sabía si podría medírselo, o si debía escogerlo a ojo. Nunca había ido sola a comprar ropa interior, siempre iba con su madre y sus hermanas y todas terminaban con los mismos calzones blancos de algodón, sencillos y económicos; y los mismos brasieres blancos de algodón, sencillos y económicos".

También debes saber que Medellín se transforma de noche. Otra imagen frecuente en la literatura local confundir el valle nocturno con el cielo, pues este último se torna de un negro uniforme, mientras el segundo parece un reguero de estrellas: "En la oscuridad de las noches, en las montañas circundantes, empezaron a palpitar como estrellitas unos foquitos de luz; usted diría Venus o Júpiter; no, eran casitas campesinas. De foco en foco se fue haciendo una galaxia, y una noche vimos todas las montañas alumbradas: Medellín se desbordó del valle, y como osado ciclista se fue a subir y a bajar montañas. Del manicomio, por la carretera norte, como loco escapado sin camisa de fuerza, dando brincos se siguió hacia Bello, hacia Girardota, hacia Copacabana, y aún no la pueden detener". Fernando Vallejo, en Los días azules, relata cómo creció a la par de la ciudad y cómo, según él, la vida los echó a perder a los dos.
A Medellín le gusta la gente que camella, que no se queda quieta, que puede torcer el rumbo de su destino así haga falta usar la más terrible de las fuerzas. Aquí la laboriosidad se valora el doble. En su novela La cuadra, Gilmer Mesa debe mencionar, como tantas otras obras situadas en Medellín, la historia de los venidos del campo a la ciudad en busca de un mejor futuro: "Llegaron a este barrio porque antes que ellos un hermano de doña Teresa, la madre, se había instalado aquí y les había dicho que era un lugar tranquilo, como en efecto lo era, no muy alejado del centro de la ciudad y con posibilidades de trabajo en la extracción de arena en el río Medellín”.
Te da y te quita
Pero aunque dé oportunidades, Medellín también te pone a penar, a veces promete más de lo que puede cumplir. A muchos les saca la piedra y entonces viene el agotamiento. Marta Quiñonez es una de las representantes de una lista larga de escritores y escritoras que le han cantado a ese cansancio:

Pero Medellín también brinda esperanza, te convence de que las cosas van cambiar y de que permanezcas un rato más a su lado. Una de sus principales armas de seducción es su clima, ni muy frío, ni muy caliente. En buena parte de las obras literarias que la tienen como escenario se hace alusión a ese encantador fenómeno natural que es el clima templado permanente. Aunque en las obras de los últimos años también se ha venido registrando el alza en la temperatura de la ciudad. Si antes era considerada "tierra caliente" por la violencia, ahora lo es por el insufrible calor que hace buena parte del año. "En Medellín siempre hay sol. La casa a donde llegamos tenía dos patios grandes y una terraza, por eso todo el tiempo estaba resplandeciente y se podía jugar en cualquier rincón sin miedo a la oscuridad". Este pasaje de El dedo índice de Mao, de Juan Diego Mejía, ilustra un poco como el clima influye en las historias que ocurren en este territorio.
Mucho más se podría decir sobre cómo se ha amado a Medellín en la literatura, pero ahora les toca a ustedes, lectores y lectoras, seguir buscando aquel amor en las cuatro crónicas de Amores que parchan en las esquinas y en la lista de libros que les dejamos a continuación.
*Todas las fotografías de este artículo fueron tomadas por Valentina Cuervo Morales.