Cuento de Nuris Guerra

El vaivén del pie

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El vaivén del pie

Valentina salía de la quebrada, después de darse un baño junto a otros niños y niñas, cuando ocurrió el primer acto de consciencia que ella tuvo de su desnudez. El señor Ursino le gritó: "Sapito, llevas la nalga afuera". Ella giró la cabeza y vio su espalda baja descubierta. Efectivamente su vestido se había subido hasta la cintura, el agua chorreaba por su cuerpo, y sus interiores los tenía fruncidos entre las nalgas. Rápidamente se bajó el vestido y salió corriendo a casa a ponerse el uniforme, en media hora debía estar entrando por el portón de la escuelita de la vereda, y hacer la fila para entrar al salón de clases.

Los días empezaban casi todos así, primero un gran baño y juego colectivo en la quebrada, luego todos los pequeños que ahí jugaban corrían rápidamente a casa para alistarse e ir a la escuela. Valentina casi siempre salía de casa peleando contra el tiempo. En el patio de la escuela, invariablemente, la esperaba algo que la atormentaba: antes de entrar a clase, era obligatorio hacer una fila. Allí el director daba un discurso, se ondeaba la bandera, se cantaba el Himno Nacional y un Ave María. Todos los estudiantes debían estar en completa quietud, pero a Valentina se le dificultaba seguir tal instrucción: movía involuntariamente el pie izquierdo de arriba hacia abajo. Cuando menos lo esperaba, el profesor silencioso se dejaba venir hacia ella, se hacía a su lado y le pisaba el píe. Valentina se sentía oprimida, la completa quietud le generaba una sensación de vacío en el pecho que no sabía cómo nombrar. Aunque en el patio estaban entre veinte minutos y media hora, para Valentina este tiempo era eterno, por instantes no lograba estar estática.

Cada tres meses entregaban calificaciones. A pesar de que Valentina era considerada una niña "juiciosa", nunca lograba sacar una nota excelente en disciplina. El argumento por parte del director y de los profesores para dicha valoración era que la niña tenía "serias dificultades para acatar la norma, particularmente en los actos cívicos, ya que, en los momentos de hacer fila y orar, el vaivén de su pie produce una perdida de la uniformidad del grupo".

Los años pasaron, Valentina se hizo adolescente y cada vez se iba aislando más de las actividades donde hubiera conglomeración de personas, iba quedando cada día más sola, la timidez la arropaba. Decidió entonces consultar a un terapeuta. Le manifestó lo incomoda que se sentía cuando interactuaba o estaba en espacios donde había muchas personas, que se sentía oprimida, insegura, dudando siempre de su presentación personal. La terapeuta la llevó a describir, a poner en palabras lo que sentía, y Valentina empezó a escribir: “Siento opresión, incomodidad, asfixia, inseguridad”. La profesional le hizo una segunda pregunta: "¿Recuerda en qué otros momentos de la vida ha sentido lo mismo?"

Guiada por la profesional fue visitando una a una las etapas de su vida. Descubrió que sentirse observada la hacía sentir desnuda: vino a ella el recuerdo de sus nalgas afuera y lo conectó con su pie pisado en el patio del colegio por su enorme profesor, eventos que se dio cuenta de que revive de manera inconsciente cada vez que se encuentra en un lugar atiborrado de gente. Hoy se siente más tranquila porque tiene una explicación para sus temores. Hoy sabe cuándo y cómo nacieron. Se reconoce, recuerda a los niños de infancia y su apodo de sapito puesto por el viejo Ursino, por querer permanecer más rato chapaleando en el agua.