Memoria: / hoguera de mi sangre, / equipaje de mi cuerpo. / Cenizas de otros lugares, / de otros recuerdos.
Para hablar del tiempo, del nacimiento o del reflejo de la conciencia de la vida, se hace necesario incorporarse en los lugares donde nacieron los sueños, los miedos, los silencios, las palabras, las formas de la memoria en un paisaje presuroso, grandioso, desolado, cambiante, sembrado de ausencias. A su paso, el nombre de Yhimmy Echavarría Zapata se precipita deshaciendo los fuertes silbidos de la muerte. En la tosca pared de las sombras y el tejido de los cafetales, con el grito silbato del tren sobre minas de carbón, entre el barro, la montaña, a través del espiral o caracol sagrado del vientre, lleno de sus propios ecos, nació en Amagá abrazando la propia lengua materna de sus ancestros.
Por misterioso impulso del destino, en el año de 1987 la naturaleza lo puso en la región del Urabá antioqueño y Chocoano, allí creció con los recuerdos que lo aguardan; con la manigua que lo invade, con la ruidosa mirada de los aserradores, con la jagua y el caimán que camina en profundidad en la piel del indio, con los arrullos, alabaos y champeta con los que se percibe todo el río en su memoria.
Con los azahares del monte, rodeado de historias, de nómadas, adivinando la suerte en territorios sagrados, fue hasta el año de 1999 que trepó cada día en las líneas brevísimas y hondas de la poesía. Asombrado por las palabras que se enlazaban una tras otra en las regiones, como un habla que se volvía sobre sus pasos, mecido sobre el vacío, en el año 2009 fundó la Corporación Sociocultural Piedra de Sol, a través de la cual ha realizado diferentes proyectos de memoria histórica, patrimonio comunitario y salud mental, de narrativas y micro dramaturgias propias de los territorios.
Fue en presencia invisible de los versos, en la infinita pasividad del dolor, de la guerra y de la muerte, que, ante la imposible insensibilidad de los fantasmas, en medio de una página llena de sombras surgió el poeta, el dramaturgo, el caminante de palabras y como expresión del deseo, del laberinto de los miedos, de los sentimientos inesperados, y en memoria de quienes aún lloran y recuerdan a sus muertos, decide abrirse trocha en la escritura y la Psicología.
A diario en las cosas del camino
Hay que aprender a oír el río que llevamos pegado al cuerpo, este monte trata de hablarse, pero hoy no lo podemos escuchar. Hay cosas que es mejor no saber. Oír al pez que chapotea en la arena, al guamo, al pronto alivio para distraer el dolor. Algún día seremos como este río, un secreto que se mueve, el río es poderoso; algún día nos llevará con él.
En la vida se mantiene la ruta del peregrinaje, comprender las palabras, los mundos y los imaginarios que caminamos, nos permite construir un destino, un lugar en las huertas de la memoria, ¿qué se puede decir con esto ante la inminencia de peligros que nos asisten como el miedo, la violencia, la tristeza, la angustia, la incertidumbre, el saqueo, la enfermedad, el duelo, las ausencias?
¿Qué acontece cuando la historia de los pueblos permanece en las escarpadas paredes del silencio? Nos abrazamos al lenguaje, al paisaje irrepetible de los relatos de la gente, al mundo sagrado y espiritual de sus costumbres, nos internamos en la sombra, en el río, en la selva; en las periferias para asumir juntos el privilegio de contar historias y salvaguardar la vida en medio de la velocidad de la muerte.
En esa respiración de los pueblos, en esos arrullos de la cultura popular, en esas sílabas del agua, en todos esos murmullos de las palabras, nos adentramos en los ecosistemas de la vida para comprender en el presente la importancia de los saberes y costumbres ancestrales; cosmogonías y expresiones profundas que nos inundan de oralidades, escrituras y lecturas de contextos que la dan sentido al curso de nuestras propias vivencias.

*Memorias etnográficas, comunidad indígena, departamento del Chocó.
Viaje de la memoria
Todos los mundos / son del pasado, / guardan sus memorias en las cosas muertas, / cambian sus formas y se ocultan entre los pájaros.
Guardo esos silencios distraídos de la infancia, algunos han crecido entre maleza, entre algunas historias que hacen preguntas sin obtener respuestas. Parecen viejos recuerdos, viejos intrusos, separados en territorios inciertos, pienso si lograré olvidar las falsas promesas que me hicieron algunos adultos, me dejaron sensaciones dispersas, huecos en la memoria, imágenes desdibujadas en el tiempo. ¿Acaso importa saber con certeza que nos separa de un poema insulso, de una canción de cuna, de un abrazo perdido, de un juego infantil o incluso de los afectos de los padres? Después de crecer con el llanto de tantas ausencias, las llamitas de la infancia se van apagando con nerviosismo.
Una vez descubrimos la vida tan apacible recortada con tantas tijeras, se decide escribir en versos la impotencia, la crueldad, los miedos, la rabia, las cicatrices; los zapatos de plástico, la camisilla verde fluorescente, la pantaloneta rota, el hambre apresurada y el rostro del algún muerto en la vitrina de la vida, que ya son los libros.

*Recital Los silencios de la memoria, departamento de Nariño.
Memorias que bajan remando
Es verdad lo que decía mi abuelo Luis. El diablo se anda esta selva, este no es el mismo monte que caminaban los Zenefanaes, huele raro, a carbón podrido, a rabia guardada en los matorrales. Yo nací madre, rezandera, bruja, parí a mis hijos con los ojos bien abiertos, en las piedras el río se arrastra, escarba por dentro, se hunde, se pone boca arriba, escupe la tumba, abraza hasta traquear los huesos, sacude lo que ya no tiene vida, empuja los pedazos de cuerpos, cava, mueve la tierra, abre un agujero en su panza. Enrique está cerca, lo sé, estamos muy lejos de Orobajo, todas las trochas llevan al río Cauca, nos llevan profundo, directo al recuerdo; a Fermín le arrancaron la cabeza, a Margarita la enterraron en el patio, a Gustavo le pegaron un tiro en el pecho y lo olvidaron en las plataneras, todos fueron arrastrados por la lluvia, el río se cierra, es un niño montado en una serpiente, le han dado ganas de llorar, está asustado, es un cuerpo que sufre; hay cosas que no se borran del agua, a mí no me gusta estar lejos, también me han dado ganas de llorar, prefiero rezar, cerrar la herida con una cruz de madera.
Era el mismito miedo que nos empujó a huir, me aguarda el odio, no puedo tragarme la rabia, perdóneme mi niño, es que llevamos muchos años por acá, muriéndonos por raticos.
Con el tiempo fui buscando las palabras precisas, fui entrando en los detalles, en otros recuerdos, en otros amores y lenguajes deslumbrantes, llenos de temblores, de lejanías, de sentimientos; interpretaciones e interacciones con otras lenguas que suscitan el poema, el sentir y comprender su sentido, su inagotable existencia, el alma de sus palabras que en todas sus geografías llevan a la esencia de la verdad y pese al dolor que nos conjura, a la imaginación del río.
Siento su miedo, siento su amor / la agitación en su pecho. / Sentado al borde del camino llorar, / no tiene la culpa, no quiere olvidar; / carga una jíquera donde lleva un álbum de fotografías.
En las palabras he vivido un nuevo ecosistema comunicativo, me he configurado en nuevos escenarios culturales, plurales, diversos y cercanos a las expresiones orales propias de las regiones; su rara mezcla de canciones, de poemas, rituales y ritmos como la juga, la jota, el bambuco, el makerule, el abozao, el guali, el arrullo, el lamento chocoano y el vallenato, me han llevado a plantearme un proyecto psicosocial y escritural en lugares tangibles e intangibles habitados por personas, por historias que traspasan los límites del peligro para construir nuevos territorios de esperanzas, en ese color extremado de la vida que circunda en la respiración, en la fortaleza y el espíritu de la propia creación poética.

*Lectura dramática, migración por el Río Atrato.
Anecdotario
En el año de 1991, cerca de la media noche, entre risas, murmullos y espantos, corrí una cortina vieja y observé a mi padre leyendo un libro de pistoleros. Lo ocultaba bajo el colchón de paja, esa imagen era todo lo que soplaba en medio de las sombras la poesía, era todo lo que me dejaba ser, la irremediable tristeza, el inevitable fracaso de la niñez, el fin de la esperanza, el incierto alimento de las palabras. Con la llama débil del sol, más allá de mi silencio, fui despertando la curiosidad, fui remendando los sueños, borrando los temores, descubriendo la urgencia de aprender el verdadero sentido de nombrar las cosas, los versos, los recuerdos, alguna tarde, mi amor por la montaña entre la luz, la belleza y el vacío en algún libro.

*Lecturas de contexto, Río Magdalena.
De niño, siempre fui ahorrando el dinero que me ganaba lustrando zapatos, cargando maletas, guiando a los aserradores, limpiando tumbas en el cementerio y lavando copas en las cantinas; guardaba la platica bajo el colchón de paja, en los libros que ya no leía mi papá, quería ser un empresario, hasta el día que llegó alguien con mayor curiosidad y se llevó los libros para siempre.
En el año de 1999, poco antes de cumplir 18 años, empecé a perfilarme como un destino de caminos inversos, de palabras, de silencios que venían de la piel escamosa del río y como un resplandor súbito amamantándose de la poesía me sugirió que la escritura como el tiempo, la vida y el sueño era efímera, y me entregó en las manos el poema de Los dones de Jorge Luis Borges y Canción de la vida profunda de Porfirio Barba Jacob; el relato La rebelión de las ratas de Fernando Soto Aparicio, entre otros autores colombianos y latinoamericanos. No supe que hacer con el empañado cristal de las palabras, con las que hoy fugazmente oigo al poema entrando en algunos lugares de mi cuerpo, con el que ahora inserto alguna idea dramatúrgica, novelística, histórica, antropológica ante la materia misma de la existencia.
Explora historias de vida, saberes y pasiones que convierten a nuestras invitadas e invitados en bibliotecas humanas.
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